La vida del cirquero fluye entre carpas, viajes y sacrificios
“La vida del cirquero es como la del judío errante”, define Julio Quinde -propietario del circo Bro Star- la existencia de las personas entregadas a dar entretenimiento dentro de una carpa.
Tiene 33 años de edad y en este tiempo ha visitado ya al menos 15 de las 24 provincias del país, siendo animador y payaso de varios circos. También estuvo en Perú y Colombia durante un mes cumpliendo el mismo papel de hacer reír.
Desde hace 15 días se encuentra rn el barrio La Dolorosa, al oeste de Cuenca, para emprender una aventura más y demostrar su talento entre los vecinos de la zona.
Sus acompañantes son su esposa, Verónica Rivas, su hijo Brian (3) y Anthony Chila, quien es su dupla cuando de animar al público se trata.
Lo primero que hizo al llegar a Cuenca fue arrendar un terreno por el que paga $ 30 a la semana. Luego, junto a Anthony, armó la carpa, el escenario principal y los graderíos del circo.
También montaron otras dos carpas al costado, donde se colocaron las camas, cocinas y otros espacios personales.
Armar todo, para ellos, es cuestión de medio día, pues cada tres meses hacen lo propio cuando se trasladan por distintas provincias del país.
En cada ciudad donde se instalan, escogen, por lo general, las zonas rurales, pues allí los arriendos de predios son más económicos.
“En el centro de las ciudades los impuestos son costosos. Para poder salir bien económicamente tendríamos que cobrar $ 8 por persona”, explica Quinde.
Durante las dos semanas en La Dolorosa han dado cuatro funciones, con un promedio de 60 clientes en cada una de ellas, mucho menos de la mitad de la capacidad del local que es para 320 personas.
El precio por boleto para adultos es de $ 2, mientras que para menores de edad, adultos mayores y discapacitados solo cuesta $ 1.
La encargada de preparar el canguil, comercializar las papas fritas, y las manzanas acarameladas es Verónica. Por función, cuenta, obtiene una ganancia de unos $ 10.
“En el circo, hoy en día, uno no se hace rico, pero tampoco se queda sin tener para la comida. Hay ciudades en las que sí se llena y hay más dinero”, comenta. Pese a que las proyecciones de ganancias mensuales que obtendrán en La Dolorosa no llegan a las de un sueldo básico por persona ($ 340), consideran que lo más motivante es seguir demostrando su talento y, sobre todo, brindar un momento de esparcimiento a la gente.
“Aquí también vienen a trabajar dos chicas que realizan los números de altura como el trapecio, los giros en los aros y otros trucos. Ellas saben que sus ganancias dependen de lo que obtengamos en cada noche. También lo hacen para divertir”, destaca Quinde.
El entrenamiento previo a cada función
Aquí nada es improvisado. Pese a los años de experiencia que tienen nunca consideran que está demás prepararse. Todas las mañanas, en dos o tres horas, planifican el programa para atender a los clientes.
Tanto Julio como Anthony cumplen distintos roles al mismo tiempo. El primero de ellos presenta el show y también desempeña el papel de payaso ‘Regalito Junior’.
Mientras que su compañero actúa como el ‘Payaso Mantequilla’ y realiza segmentos de lo que ellos llaman ‘faquirismo humano’: apagar el fuego de dos varillas de hierro introduciéndolas en la boca.
“Nosotros somos artistas profesionales y como tales debemos prepararnos para dar lo mejor ante el público. Tragar fuego es algo que a mí no me produce temor porque lo practico casi todos los días y me concentro demasiado”, comenta Anthony. Si bien este manabita hace lo que más le gusta, expresa que el circo le demanada sacrificios. Uno de ellos es estar alejardo de su esposa e hija (3), quienes viven en Manta. Sostiene que la primera semana llegó con su niña, pero que tuvo que regresarla con la mamá porque se enfermó por la altura. “Me da mucha pena no poder estar con ellas, pero así es este trabajo. Creo que me gano la vida de manera honrada y colaboró para que ellas puedan subsistir”, reflexiona.