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La Universidad del Azuay enseña teatro en el Centro de Rehabilitación de Cuenca

Los estudiantes de la Universidad del Azuay fueron los encargados de impartir las enseñanzas a las PPL. Foto: Matías Zibell / para El Telégrafo
Los estudiantes de la Universidad del Azuay fueron los encargados de impartir las enseñanzas a las PPL. Foto: Matías Zibell / para El Telégrafo
13 de diciembre de 2015 - 00:00

Por Matías Zibell, catedrático de la Universidad del Azuay

Entre el 7 y el 10 de diciembre, en el Centro de Rehabilitación de Cuenca, se presentaron los proyectos teatrales que por meses han trabajado profesores y alumnos de la Escuela de Arte Teatral de la Universidad del Azuay junto con internos (varones y mujeres) del penal.

Esta iniciativa fue aprobada por la Comisión de Vinculación de la UDA el 4 de junio de 2015, pero había nacido meses antes con la visita de la promotora cultural del Centro, Ximena Pesántez, quien solicitó a las autoridades de la universidad el envío de estudiantes para brindar talleres de teatro.

“Desde la dirección de la Escuela se analizó el contexto y se decidió desarrollar una propuesta más grande, tomando como referencia las experiencias del teatro del oprimido de Augusto Boal en Brasil”, recuerda Fabiola León Cabrera, profesora a cargo del proyecto.

Tras una reunión con Paúl Tobar, director del Centro de Rehabilitación, 2 profesores (Juan Pablo Liger y Fabiola) y 10 estudiantes comenzaron a trabajar desde el 15 de julio con 54 varones y unas 24 mujeres que se inscribieron voluntariamente en el taller.

Carlos, uno de los primeros en inscribirse, recuerda: “Cuando empezaron a promocionar que iba a haber clases de teatro, para mí fue una emoción. Yo tengo un poco de experiencia porque antes pasaba en una radio, hacíamos actuación, y esto me llamó la atención. El teatro es muy chévere, muy motivante para la autoestima, a uno le ayuda bastante aquí en este encierro. Hay que poco a poco ir perdiéndole el miedo a actuar y poner la parte de uno, meterse en el papel”.

“En el primer encuentro se manifestó sus expectativas e intereses, algunos habían tenido experiencias escénicas en otros espacios y otros querían saber cómo trabajaríamos lo del teatro”, señala la profesora Fabiola y añade que la primera etapa se enfocó en comunicación, expresión y creatividad.

Poco a poco el número de internos se fue reduciendo y actualmente 22 varones y 14 mujeres participarán en la presentación final de las obras.

“Éramos aproximadamente 70 y ahora somos los que estamos y estamos los que somos”, dice Fredy, uno de los que ha llegado hasta el final del proceso; a continuación describe lo que siente en cada sesión teatral: “Al venir al teatro uno siente otro aire, se vive otro mundo. El teatro se identifica con mi temperamento, es lo que me gusta. Mi temperamento es sanguíneo y aquí uno se mueve, grita, salta, uno puede hacer lo que quiere. Estas 2 horas son de paz y tranquilidad”, señala.

Fabiola manifiesta que al comienzo, situaciones propias del sistema carcelario dificultaron el normal desenvolvimiento del taller: “Los castigos, las peleas, los días de visita, otros talleres e incluso la salida en libertad de algunos de los actores fueron obstáculos para el cumplimiento de los objetivos, sin embargo, esto se ha compensado con el respeto y la colaboración por parte de cada uno de los participantes”, indica.

Los internos no solo han actuado sino que algunos han participado en la redacción de los textos dramáticos. Mayra cuenta se incluyó un cuento que ella escribió para su hija “y es como decirle a mi hija lo que yo siento por ella [...] A mí me encanta expresar lo que llevo adentro. Los presos somos como los payasos: reímos por fuera y sufrimos por dentro. Pero aquí toca reír, porque no queda de otra. Por dentro cada uno llora su propio tormento, pero el teatro te libera de eso”, reconoce Mayra.

La ‘licen Fabiola’ —como le dicen los internos a la profesora— señala que no todos sus ‘pupilos’ aspiran a una carrera actoral. “Simplemente quieren contar algo, experiencias, recuerdos, preocupaciones, peleas, dolores, alegrías. En los juegos teatrales y las improvisaciones trabajadas, el tema recurrente giraba en torno a los juicios, las sentencias, el arrepentimiento, la familia, la madre, la esposa, los hijos. Esto nos dio alas para la escritura del guion”.

“Yo no pensé que podía llorar, no pensé que podía reír”, dice Javier, un interno, al ser preguntado sobre qué descubrió de sí mismo con el teatro, y luego agradece el trabajo hecho por los docentes y estudiantes de la UDA.

“La interacción con Fabiola y con los chicos es el éxito. A veces, las personas que se encuentran afuera piensan que somos presos y que no pertenecemos a la sociedad. Pero cuando vienen personas como la ‘licen’ Fabi y los chicos, se demuestra que no todos tienen la misma forma de ver las cosas; ellos no tratan al preso, sino a Javier o Mateo o al Rolo, porque ven que hay un poquito de valor que sale de nosotros, y el resultado es este: 22 muchachos en el teatro”.

“Cada sesión me regala una lección de humanización, el teatro es solo un pretexto. Yo siento que tanto ellos como nosotros merecemos un espacio para hablar y el teatro cumple con esa función, dar voz al que no tiene voz”, concluye la ‘licen’ Fabiola y parte para preparar su semana de estrenos. (F)

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