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La otra historia de Tomebamba: de las fuentes oficiales a las cotidianas
El arte de escribir la historia se basa en las fuentes que pueden ser de diversa naturaleza: la tradición oral, fuentes monumentales, fotográficas, en fin. A la postre, las fuentes escritas terminan por ser las que mayor confianza inspiran y, en consecuencia, las más utilizadas.
Estas suelen ser clasificadas en primarias o documentales y en secundarias o bibliográficas, ambas sujetas a un riguroso proceso de evaluación y contrastación a fin de confirmar su validez que, en último término, conformará el corpus histórico consagrado con el paso del tiempo en lo que hemos denominado: la historia oficial.
Sin embargo, a veces nos salta por ahí una, permítasenos el término, “sorpresiva liebre historiográfica”, fundamentada en la lectura e interpretación de otras fuentes, que desequilibra y tambalea el añoso corpus de nuestros supuestos bien cimentados conocimientos, precipitándonos al abismo de la “cochina duda” y acaso a la constitución de “otra historia”. Algo de esto ronda desde hace algún tiempo por nuestras inquietudes historiográficas en torno a ciertos tópicos de nuestra historia regional, relacionados con la ubicación de una urbe prehispánica, sus denominaciones, el o los nombres de sus primeros pobladores.
Juan Cordero Íñiguez (2007) en Historia de la Región Austral del Ecuador desde su poblamiento hasta el siglo XVI realiza una acertada síntesis e interpretación de todo, o casi de todo, lo que se ha escrito sobre Cuenca y la Región Austral. Por cierto, la obra abarca 3 volúmenes. En la segunda parte, bajo el subtítulo ‘Conquista del Chinchaysuyo’ enfoca el avance de los incas al norte de Sudamérica y concretamente sobre la Región Austral del actual Ecuador; en la parte pertinente escribe: “Casi todos los cronistas, informantes e historiadores coinciden en que fue Túpac Yupanqui quien fundó la ciudad de Tomebamba en el antiguo sitio donde estaba ubicada Guapdondèlig o Guap Ton Telé (según el padre Miguel T. Durán). Los 2 nombres significan lo mismo: ‘llano grande o espacioso como el cielo’ (El Imperio Andino del sol en el sur ecuatoriano. Conquista y dominación incaicas, p.42).
Es esta la versión generalmente aceptada por quienes han estudiado y enseñan la historia de este período de nuestro pasado nacional y comarcano, es decir, lo que podría denominarse la historia oficial; sin embargo, en 1993, en uno de nuestros viajes al norte de Perú, en compañía de los estudiantes de la Carrera de Historia y Geografía, en Chiclayo, hacia 1993, adquirimos la Historia del Tahuantinsuyo de María Rostworoswski de Diez Canseco, una de las historiadoras de mayor autoridad y prestigio del vecino país, quien en la indicada obra y bajo el subtítulo de ‘Otras conquistas de Túpac Yupanqui’ enfoca el hecho de la conquista de Chinchaysuyo de la siguiente manera: “Después de lograr una victoria sobre estas etnias —cañaris y quitus— descansó Túpac en Quito y ordenó poblar la región con numerosos mitmaq, es decir de gente traspuesta de otras regiones, para que edificaran una ciudad. Antes de partir dejó como gobernador a un anciano Orejón llamado Chalco Mayta, con licencia de ser llevado en andas y la obligación de enviarle cada luna un mensajero con noticias sobre Quito (Cieza de León. Señorío, caps LVI y LVL). Posteriormente, el Inca pasó a un lugar llamado Surampalli donde ordenó se edificaran unas estructuras que se denominaron posteriormente Tumipampa, nombre de una de las panaca reales” (Rostworowski, 1983: p. 113).
En esta misma obra, bajo el subtítulo de ‘Conquistas de Huayna Capac’, nos relata lo siguiente: “Para Cieza de León, después de lograr la paz en Chachapoyas, Huayna Capac continuó hacia el norte e hizo una entrada a la selva contra los bracamoros (cap. LXIV) pero por ser un lugar inhóspito poblado de gente bárbara decidió retirarse. Mientras tanto, Huayna Capac llegó a Surampalli, en tierra cañar, donde ‘se holgó en extremo’; es posible que durante esta estadía ordenase el cambio de nombre al lugar de su nacimiento, dándole el nombre de su panaca: Tumipamba” (Rostworowski, 1983: p. 119).
De lo expuesto hasta ahora se desprenden 2 retos investigativos: una relectura rigurosa de la obra de Cieza de León, especialmente de la segunda parte, fuente de la Sra. Rostworowski, y de cronistas afines en búsqueda del ignoto Surampalli; y una profundización en el tema de las panacas reales incásicas y su relación con la etimología de Tomebamba.
Surampalli debía estar asentado en tierras cañaris, pueblo que según Torres Fernández de Córdova (p. 250) se denominaba a sí mismo como Situma: “reino preincásico que habitó en las provincias de Azuay y Cañar y parte de las provincias de Loja, Guayas, El Oro y Morona Santiago. A esta nación se dio por llamar Kañari, voz que es claramente kichua, no así Situma, nombre con el que los habitantes de esta comarca lo conocían antes de la invasión inka, nos manifiesta Alonso Castro de Lovaina”. Mas, Encalada Vásquez en Antroponimia de origen no hispánico en el Austro Ecuatoriano dice que “Situma parece claramente una composición quichua, donde es visible el elemento uma, que significa cabeza” (Encalada Vásquez: 2014, p. 28).
Cordero Íñiguez (p.168), en la citada obra incorpora el término situma “con el que pudo haberse llamado a los cañaris antes de esta denominación dada por los incas, según la autorizada opinión de Glauco Torres” (Tiempos indígenas o los sigsales).
Al respecto, Burgos Guevara dice que es “un hecho irrefutable que se está cuestionando el origen de la identidad ‘cañari’ pre-incásica desde sus orígenes” y recurre al padre Glauco Torres Fernández de Córdova, una eminencia en lingüística quechua, quien presenta la excepción a la regla, mostrando al cronista Castro de Lovaina, quien en 1582 y refriéndose a los cañaris habría escrito una crónica sobre ellos, bajo el título “Gobierno de los situmas antes de los señores yngas comenzasen a reinar y trata quienes fueron y mandaron en aqueste vall” –Torrres 1982: 250; citado por Hirschknd, 1995; también, comunicación personal del autor–. El padre Máximo G. Torres no ha dado a publicidad las 50 ó 60 páginas de esta crónica encontrada en la catedral de Trujillo, Perú. Los especialistas se quedarían perplejos (y mucho más la sociedad) si es que el gentilicio situma pudiera ser confirmado como el apelativo orginario de los cañaris pre-incas. (O)
Reflexiones sobre varios asuntos de nuestro pasado
No vamos a referirnos con “la otra historia” al librito, por su pequeño formato, de Alejandro Carrión Aguirre, publicado hacia 1978, de similar título al de este escrito, en el que a través de un conjunto de ensayos —un tanto novelados— recoge y revela episodios desconocidos o asuntos controversiales de la historia nacional y regional, es decir, ‘la otra historia’. Evoco ahora lecturas ya un tanto difuminadas en la memoria del viejo profesor jubilado que persiste en la necesidad pensar y reflexionar en variados asuntos de la historia de la patria grande y en la del terruño, tópicos manidos por la denominada ‘historia oficial’, validez de esta denominación discutida últimamente por Julio Carpio V. y que, pese a su opinión, está presente en nuestra cotidianidad académica, consagrada por el peso de los programas oficiales en el campo educativo, avalada por la ‘autoridad’ de determinados historiógrafos, presente en los imaginarios que consolidan nuestra existencia como país. A esta historia, acaso podríamos también motejarla de cotidiana, vamos a tratar de contraponer la ‘otra historia’, fundamen-tándonos en La historia del Tahuantinsuyo de Rostworoswski de Diez Canseco (1992), el Diccionario Kichua-Castellano de Torres Fernández de Córdova y La identidad del pueblo Cañar. De-construcción de una nación étnica (2003) de Burgos Guevara, como primera entrega reflexiones que se hace sobre este asunto.