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Alba y ocaso de un importante ciclo económico

La minería colonial en la jurisdicción del corregimiento de Cuenca

La minería colonial en la jurisdicción del corregimiento de Cuenca
16 de agosto de 2015 - 00:00

Por Juan Carlos Brito

Aunque Espejo no era afecto a la hipérbole, aquella figura retórica grandilocuente que tiende a la exageración —y que a su entender, era necesario reformar con visos a mejorar la educación en la Real Audiencia de Quito— es precisamente en esos términos que varios autores describieron la riqueza de minerales en tierras del colonial corregimiento de Cuenca (Azuay, Cañar y parte de Chimborazo).

Tenemos así que en testimonio del célebre cronista Cieza de León (1544, p. 155) en la provincia de los cañaris era tal la cantidad del áureo metal “que muchos sacaban en la batea más oro que tierra, dándose el caso de un minero que sacó, en una batea, más de setecientos pesos de oro”. En términos parecidos, Solórzano (1736) también llegó a afirmar que en la región existen minas de donde se saca más oro que tierra.

Si bien no podemos tomar estos relatos al pie de la letra (porque de haber más oro que tierra, o de descubrirse la fórmula de la alquimia, el oro perdería todo su valor) lo cierto es que las ricas minas de oro y plata del corregimiento colmaron en buena medida las expectativas de algunos aventureros y colonizadores, al tiempo que ofrecieron un destacado aporte económico al desarrollo de importantes instituciones coloniales.

A este respecto, Segarra (1967) anota que con oro del río Santa Bárbara se mantuvo la prestigiosa Universidad de San Marcos de Lima, así como diversos hospitales en la misma ciudad virreinal. De igual modo, con oro del Santa Bárbara que Lorenzo de Cepeda envió a Santa Teresa de Ávila, la célebre doctora de la Iglesia pudo hacer efectiva la fundación de la orden de las Carmelitas.

Los cantos de sirena de las minas atrajeron a muchos aventureros a la región, incluso antes de la fundación de Cuenca. El trabajo minero no era aporte de los vecinos, ya que como informara el Conde de Nieva al Consejo de Indias (1583, p. 529) “las minas no se labran con españoles, porque para esto hay pocos y de muy gran presunción que antes morirían de hambre que ninguno tome una azada en mano”.

En tal virtud, se llegó a instaurar la abominable mita minera, un trabajo obligatorio por turnos que recaía inexorablemente sobre las espaldas de los indígenas, bajo condiciones lamentables: el contacto con el mercurio, la humedad de las minas, las enfermedades, las nulas condiciones de seguridad, se encargaron de minar más que lavaderos y socavones, pues minaron también muchas vidas humanas.

Los 2 asientos mineros más importantes de la jurisdicción fueron el del río Santa Bárbara (Gualaceo), donde se rescataba oro, y las minas de oro y plata de Espíritu Santo (actual parroquia de Baños), a una legua de la ciudad de Cuenca.  

Hacia 1562, estos 2 centros entraron en franca disputa cuando los comisarios de minas entregaron al mercader Manuel de Modaya 200 indios de la jurisdicción de Cuenca para la labor minera en Gualaceo, mano de obra que también codiciaban los vecinos de la ciudad. Las alarmas no tardaron en sonar; el cabildo del 10 de junio del referido año recoge la protesta de los representantes de Cuenca, pues dicho repartimiento implicaba que Modaya se alzaría con toda la fuerza de trabajo disponible, dejando a la ciudad sin posibilidades de explotar las minas de su vecindad inmediata.

Sobremanera, lo que estaba en peligro era la propia existencia de la ciudad fundada hacía apenas 5 años, puesto que al ver los vecinos menguadas sus modestas economías al no contar con entrega de mitas, es muy posible que hubiesen resuelto abandonar Cuenca para siempre.  

Frente a este panorama, se inició una campaña de desprestigio a las minas del Santa Bárbara, alegando el cabildo del 10 de junio que “una legua desta ciudad hay minas de oro y plata donde se podrán aprovechar los vecinos y sin trabajo, por ser en un cerro y donde no andan en el agua, y lo otro, por ser que el dicho Manuel de Modaya no sabe de minas y el río de Santa Bárbara es peligroso para los naturales”.

Las acciones del cabildo dieron sus frutos, y pese a que las minas del Santa Bárbara eran más productivas, quedaron relegadas a un segundo plano, por detrás de las de Espíritu Santo. Con este episodio; ¿se habrá salvado la Santa Ana de los Cuatro Ríos de desaparecer? A criterio de Chacón (1990) es altamente probable que así sea.

El ocaso del ciclo en la región

Con el fenecer del siglo XVI también se extinguía el auge minero en la región, permaneció su llama tenuemente encendida hasta la segunda mitad del siglo XVII. De ahí en más, la economía del corregimiento de Cuenca pasó a depender casi enteramente de las labores agropecuarias y las actividades artesanales.

Allende el paulatino agotamiento de las minas, varias son las causales que determinaron el fin de este ciclo productivo, no siendo una de las menores la inmensa sombra que sobre las minas cuencanas proyectó el cerro de Potosí, o para no ir tan lejos, el de Zaruma, que opacó su luz.

Respecto a las minas de Gualaceo, a la acción del cabildo cuencano se sumaron las invasiones que desde la ‘frontera jíbara’ constantemente amenazaban las tierras altas orientales. Efectivamente, las incursiones guerreras de los pueblos amazónicos arrasaron varias poblaciones de dicha frontera; a Gualaceo le tocaría el turno en 1579, tras lo cual se produjo la aterrada huida de los mineros.

La escasa cuota de mitas fue otra de sus causales. Chacón (op.cit.) refiere que al erigirse la Real Audiencia de Quito, en 1564, su primer presidente, Hernando de Santillán, hizo regresar a sus hogares a los indios puruháes traídos como mitayos para el laboreo de las minas de Espíritu Santo, con lo cual estas decayeron completamente. Empero, dichas minas continuaron productivas hasta el siglo XVII, aun cuando fuese de manera bastante precaria y arrojando apenas cortos beneficios para ellos. (I)

Yacimientos de importancia en la región

Menos productivas respecto a las anteriores, pero también destacables, fueron las minas de Cañaribamba, Malal y Sayausí. Las minas auríferas de Cañaribamba, localizadas al sur de Cuenca (Santa Isabel) contaron –a diferencia de otras regiones– con abundante población indígena apta para el trabajo minero, la que también cabía en los repartimientos de mitas que se enviaban a desollar las doradas entrañas del cerro de Zaruma, en el vecino corregimiento de Loja. En ocasiones, cuando escasearon los enteros de mitas, en Cañaribamba también se acudió a abundante mano de obra esclava, procedente de África. Las minas argentíferas de Malal, en la región de Gualleturo perteneciente a la actual provincia del Cañar, empezaron a ser explotadas desde 1575, y continuaron productivas, de manera intermitente, hasta la década de 1680. Igual que en el mítico cerro de Potosí, el beneficio de la plata se hacía por el método de amalgamación de mercurio, e igual que en Cañaribamba, también se llegó a emplear mano de obra esclava para el trabajo.

En el camino que se dirigía hacia el Puerto de Bola y Naranjal, al occidente de Cuenca, se encontraban las minas de plata de Sayausí, las que continuaron productivas hasta mediados del siglo XVII. En todo caso, su producción parece haber sido menos importante respecto a las minas de Malal, pues su huella en los documentos es escasa y esporádica. (I)

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