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Punto de vista
La equidad territorial es la base de la equidad económica y social
Por lo regular los afanes de justicia y equidad que motivan el accionar político en casi todas las latitudes del planeta, guardan relación con las personas y su situación económico-social, prescindiendo de su ubicación en el mapa de un país. El territorio no es tomado en cuenta como un elemento fundamental, ni siquiera importante, peor aún determinante de la situación socioeconómica de las personas. La verdad es que todo lo que sucede lo hace en un territorio y un tiempo determinados. Es imprescindible tener presente en todo planteamiento o política destinada a superar la pobreza y la inequidad el aquí y ahora de todas las cosas —y por tanto también de todas las relaciones humanas—.
Durante el siglo pasado, el gran debate político de la humanidad se dio entre dos visiones o paradigmas contrapuestos de la interrelación social: por un lado, la igualdad propiciada y garantizada por el Estado y por otro, el progreso social surgido de la libre competencia en el mercado. “Todos deben aportar de acuerdo con su capacidad y recibir de acuerdo con su necesidad” proclamaba el ortodoxo adagio del comunismo frente a la consigna ideológica liberal aparentemente científica de que es la mano invisible del mercado. El afán de superación de cada cual, la libre competencia garantizada por un Estado —árbitro neutral—, la única fórmula que permitirá superar la pobreza y marginalidad.
Lo que el mundo ha visto y constatado dolorosamente de la concreción práctica de estos dos postulados ideológicos ha sido en realidad calamitoso: por un lado, grupos burocrático estatales, hegemónicos y todopoderosos que amparados en la estructura de partido único, con fórmulas familiares dinásticas o pandilleras de control del poder, que anulan la creatividad e iniciativa empresarial, mientras la mayoría de la población impotente, permanece resignada a supervivir en la sumisión política, para lograr cubrir sus necesidades básicas en el límite de la pobreza. No es entonces una casualidad que el simbólico muro de Berlín haya caído hacia el este, que ‘implosionó’ en su conformismo y estancamiento tecnológico frente a la presión innovadora y competitividad del capitalismo global y sus niveles de producción y consumo y que los que festejaron tan solemnemente la caída del muro de Berlín levanten ahora nuevos y más brutales muros para evitar la migración que produce la miseria y la violencia.
Frente a esta realidad, el capitalismo camuflado en la ideología de la libertad y libre competencia, solo regulada por el mercado, en una alianza empresarial, académica y militar con caracteres globales, alcanza altísimos niveles de productividad que como consecuencia generan cada vez mayor concentración social y territorial de la riqueza frente a un crecimiento de la pobreza y la marginación a lo largo del globo terráqueo. Las tendencias especulativas surgen como una consecuencia lógica explicativa de las sucesivas crisis del sistema liberal.
Frente a las utopías ideológicas del estatismo seudosocialista y el neoliberalismo global, que operan como tesis y antítesis, brota la necesidad de una síntesis, orientada por el concepto de equidad en el que el Estado democrático, como aquella parte de la sociedad que se ocupa de los intereses y perspectivas del todo, garantiza que una vez cubiertas las necesidades básicas elementales, cada cual reciba de acuerdo con su rendimiento, es decir de acuerdo con la calidad e innovación de los bienes o servicios que se entrega a la sociedad y que la sociedad por necesitarlos, o por carecer de esos bienes o servicios, los valora y está dispuesto a pagar por ellos.
El concepto de igualdad frente al concepto de equidad marca la diferencia entre una sociedad y un Estado que asumen la satisfacción de las necesidades y afanes del ser humano y una sociedad que a través del Estado forja el marco básico dentro del cual debe ser el esfuerzo, la creatividad y la competitividad de cada ser humano los que determinen su nivel económico, es decir sus ingresos, hasta un límite prudencial sobre el cual actúa el Estado para conseguir que los excedentes sean canalizados no solo al ahorro e inversión privada, sino también al ahorro e inversión social y territorial compensatoria e innovadora.
Es necesario trasladar este análisis de la equidad desde el punto de vista de la persona individual al de la nación y su territorio, donde, como es obvio, es indispensable contar con un núcleo en capacidad de vertebrar y articular el todo; pero este núcleo que existe y se justifica en función de los objetivos del todo, no puede ni debe absorber y acumular para sí mismo, el esfuerzo, la creatividad y las potencialidades del resto perdiendo la conciencia de su entorno, es decir, de su propio cuerpo y sus distintos órganos y células, cuya vitalidad y buen funcionamiento son la única garantía de supervivencia del núcleo, ya que si concentra y no transfiere equitativamente a su periferia la vitalidad generada en el conjunto, comenzará por deteriorarse y destruirse la periferia, para, como consecuencia inevitable, atrofiar al propio núcleo, degenerar y destruir el cuerpo en su totalidad.
Esta es, en realidad, la esencia del centralismo estatal que lejos de unificar una nación la disgrega en abismos de inequidad y por tanto de ingobernabilidad, anarquía y violencia. (O)