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En cuenca practican varios hombres
La danza y la masculinidad en el siglo XXI
La mamá de Patricio describe la primera y única vez que vio a su hijo sobre un escenario, moviéndose al compás de la música. Al salir del teatro ella se encontraba perturbada al no asimilar que su hijo era quien había deleitado a todo el público ahí dentro; su cabeza daba vueltas pensando sobre el futuro de Patricio: “¿De qué va a vivir mi hijo si se dedica a esto?, la danza no es una profesión ‘digna’, ¿será que él es gay?”, se preguntó.
Andrés Ordoñez, un joven bailarín, comenta que a pesar de que ha aumentado la cantidad de hombres bailarines, la danza no deja de ser una lucha constante, no solo por el hecho de ser hombres, sino por el gran prejuicio de que la danza no es algo que provee dinero, “a pesar de ser mi pasión y al ser gratificante trabajar con mi cuerpo, también es un medio de trabajo, y aunque yo lo hago por amor, también me sirve el dinero para poder sustentar otras cosas. Lo importante es que el bailarín rompa el prejuicio y se dedique a desempeñar su papel de artista como lo haría cualquier otro profesional”, señala. Desde su perspectiva como bailarín Andrés dice que siempre va a ser más complicado para un hombre adentrarse en este mundo, “tener la confianza en ti, demostrándole a tu familia y a la gente que nunca te rendiste, pero más que nada por ti mismo”.
La hipótesis de la homosexualidad
Ernesto Ortiz recuerda que desde muy pequeño sintió una profunda atracción por la capacidad que tiene el cuerpo de transmitir sentimientos y sensaciones a través de sus movimientos, nunca olvidó la primera vez cuando, a sus 5 años, vio, en la portada de una revista, la imagen de una bailarina clásica haciendo un grand développé (movimiento en el que la pierna que trabaja se eleva hasta alcanzar su altura máxima), su imaginación voló desde ese instante, acababa de descubrir un mundo nuevo.
Su gusto por la danza aumentaba, se sentía cada vez más identificado y dedicaba su tiempo a ver los ballets y las obras de danza moderna. Sin embargo, a causa de todos los prejuicios relacionados con la masculinidad y la sexualidad, el hecho de que un hombre sea bailarín, simplemente le hizo olvidar el gusto que tenía por esto y no fue sino hasta los 15 años cuando volvió cargado de pasión a pensar en bailar y moverse. “Tomaba clases por aquí y por acá, escondido de mis papás, y luego a los 17 años comencé a estudiar en la Compañía Nacional de Danza”, cuenta Ernesto.
Él considera que tuvo mucha suerte en su vida como artista, a pesar de que en un inicio su familia estaba en desacuerdo al no considerar a la danza como una disciplina para hombres. “¿De qué vas a vivir?” era la gran inquietud de su familia, algo que la mayoría de los artistas deben estar acostumbrados a escuchar. Pero a pesar de que existía tácitamente la preocupación de su familia sobre el tema de su sexualidad, acabó sus estudios en la carrera de comunicación social y sintió el derecho de hacer lo que quería, dejando atrás los prejuicios de su familia, su sueño era bailar. (O)