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La ciudadela Jaime Roldós muestra la otra cara que tiene la ciudad de Cuenca
La bella Cuenca, es decir, la que se conoce, va quedando atrás y con ella su Patrimonio Cultural, los extrajeros jubilados, sus 4 ríos, la Catedral, el Centro Histórico; en fin, todo lo que hace al cuencano sentirse orgulloso de su ciudad.
Detrás de la loma de Miraflores, ahí donde no se ve, así como si se estuviera escondiendo, tapada tras la montaña, un pequeño letrero dice: “ciudadela Jaime Roldós”. Hasta acá se llega queriendo, no se llega por accidente, ni mucho menos por turismo.
Con un asfalto desganado: por aquí si, por allá no, en medio más o menos. A la llegada, en un lugar privilegiado, cubierto y con un pequeño cerramiento, está un altar con la Virgen y el niño Jesús. No se alcanza a ver bien pues están en una cajita de vidrio y alrededor hay varias flores en macetas improvisadas, además de unas cuantas guirnaldas —de esas que se usan en Navidad—.
Allá se llega con un poco de miedo, de recelo, pues la verdad es que este barrio tiene fama de ser peligroso. Pero todo es hasta caminar, hasta hablar con la gente, hasta escuchar los gallos, hasta oler el ambiente. Estar en la Jaime Roldós es como estar en un lugar fuera de lugar, es como ese rincón de la casa de los abuelos en donde uno se encuentra con un montón de cosas: libros, adornos, retratos, ceniceros y que te hace imaginar o trasladarte casi inmediatamente a sensaciones paralelas.
Entre las primeras casas está la de Mercedes Clavijo, ella y su esposo pasan mucho en el patio, saben quién entra y quién sale. Viven ahí ya 36 años, son de los primeros que llegaron al lugar, de los fundadores. Mercedes dice que querían mucho al expresidente Jaime Roldós y que cuando lo mataron, le pusieron ese nombre al barrio que en ese entonces tenía apenas unas cuantas casitas. A pesar de que se les hundieron 3 casas por los deslaves (el mayor mal del lugar) ellos nunca salieron del barrio, solo rotaron por ahí mismo. En su casa actual, grande, color cemento, con una especie de bodega de madera al igual que el cerramiento, viven Mercedes, su esposo, 2 perros, cuyes y un gato picado el ojo por las gallinas que también viven ahí. Lo que les mantiene es el bono, “ya no servimos para nada, mi esposo era chofer de camión pero tuvo un accidente, se rompió la clavícula, el bracito y el omóplato”. Él no habla, no se acerca, está sentado más allá pero se nota que es ‘buena gente’. Tienen 2 hijos, de los cuales no saben nada desde hace 4 años, excepto que la una vive en Macas y el otro en Quito.
Pasan los vecinos, saludan. Ella carga al gato, hace callar al perro y da de comer a sus animalitos. Se los ve tranquilos, parsimoniosos, como que nada les molestara, ese es su lugar y de ahí no se mueven. Ahí están bien. En la calle se ven niños jugando, cada uno en lo suyo, no tienen vergüenza, te ven y te sonríen o te saluda. En una de las aceras un par de vecinos está conversando, tienen la mirada amigable, ganas de conocerte, de saber qué haces. Cuál es el motivo de que alguien ajeno esté ahí. Uno de ellos no se aguanta, se acerca, pregunta, conversa, se ríe: “tómeme una foto” dice “y etiquéteme en el Facebook”.
En el barrio Jaime Roldós abundan las tiendas, pero más que negocios, parecen ser un pasatiempo, tener ‘un algo para’ hacer. En una misma calle hay como 6 de estos locales; por ahí asoma una panadería, una latonería cerrada, un depósito de gas, una papelería, una zapatería y un carpintero. Más arriba una iglesia: ‘la casa de Dios’ siempre es la más grande, pero ahí no vive nadie. Dicen que hay talleres y el catecismo de vez en cuando.