Dentro de los elementos rituales destacados se incluyen la coparticipación masculina y femenina
Historias del patrimonio cultural azuayo: de las llanuras
Una tarde fría de enero de 1740, una escena de lo más curiosa se desarrolla en las brumosas llanuras de Tarqui. Arropado bajo ponchos prestados, un variopinto grupo observa la fiesta indígena en honor de la sangrante imagen de Cristo que se conserva en la vieja iglesia de adobe y tapial, que se adivina detrás del movimiento de los priostes.
De repente, por un extremo de la plaza, avanzan caminando jocosamente varios hombres con andar exagerado. Los movimientos de las manos parecen manejar extraños y obsesivos instrumentos y las cabezas se cubren de rizadas pelucas de cabuya bajo las que se entreven ridículas antiparras.
El grupo asistente ríe mientras admira esta muestra de ingenuo salvajismo, hasta que uno de ellos se da cuenta de que los indios los imitan en su andar por los montes en los que procuran medir el indefinible arco del meridiano terrestre.
Entonces se sienten víctimas de una burla
Afectados por el irrespeto, los sabios franceses y españoles regresan a sus habitaciones en la hacienda que les facilitó un ganadero cuencano, molestos y sintiéndose víctimas de esta atrasada sociedad a la que no pertenecen. Esta anécdota narrada en tono disgustado por uno de los miembros de la Misión Geodésica Francesa ha sido traída en este momento para iniciar esta breve, excesivamente breve, visión del patrimonio inmaterial del Azuay.
Varias ideas parecen surgir directamente de este hecho, que es más que anecdótico. Una de ellas es la pregunta sobre el origen histórico de algunos elementos culturales contemporáneos, otra, la reflexión sobre los procesos de mestizaje o hibridación que se han producido a través del tiempo, y aun el cuestionamiento de las fuentes disponibles y la forma cómo estas son utilizadas.
Una visión histórica del patrimonio inmaterial azuayo encuentra muchos más vacíos que certezas, porque lo que tendemos a ver como congelado en el tiempo, tuvo, sin duda, un origen histórico preciso, además de que algunos de los elementos se inscriben en claros procesos de reciente data mientras que otros profundizan en la larga duración andina.
Los acontecimientos rituales y actos festivos tienen en el Azuay amplia difusión. Como ejemplo de gran interés en el patrimonio inmaterial azuayo están las festividades del Señor de Cumbe, cuya imagen original se remonta a los años iniciales de la presencia española y muestra la difusión de las figuras barrocas, que tanta importancia asumirán en los territorios con población indígena. Las festividades en honor a esta imagen se desarrollan en el marco de fiestas con priostes, ayudantes diversos y capitanes. La fecha establecida es el 24 de junio, relacionándose así con la de la Eucaristía o Corpus Christi.
La participación masculina es un hecho destacable
Dentro de los elementos rituales destacados se incluyen la coparticipación masculina y femenina. La esposa del prioste asume un importante papel y no es tradicionalmente posible asumir el cargo de la fiesta sin un acuerdo previo de la pareja; en la procesión del día del convite, la mujer llevará la imagen del Señor, en los bailes de las vísperas participarán danzantes mujeres junto a los danzantes masculinos, algo muy distinto que, por ejemplo, en la fiesta de San Lucas en Llacao en donde las ‘mujeres’ son hombres disfrazados.
Por otra parte, se utiliza una parafernalia visual muy atractiva —a través del empleo de flores de papel colorido o metálico, de cruces adornadas con detalles de ese mismo material— de los objetos que se llevan, como las ollas o los tejidos, y esto completado con la música de chirimía y diversas bandas, combinadas con el estruendo de los cohetes. Todo en forma simultánea con lo que la capacidad comunicativa del acto ritual es enorme y trasciende el espacio en el que se realiza. Estos rasgos son, en gran medida, un producto de la hibridación cultural, pero también de la capacidad de adaptación y respuesta que esta sociedad de campesinos, ganaderos, artesanos, trabajadores independientes, peones de hacienda y trabajadores urbanos, además de emigrantes de corta y larga distancia, han desarrollado.
Entre los elementos de mayor interés ritual se cuenta la práctica del ‘gallo pitina’ o ‘corte de gallo’ en la que los capitanes de a caballo deben arrancar ritualmente la cabeza a un ave colgada en la mitad de la plaza, justo en el área que ha sido sacralizada en la víspera. Esta práctica se inscribe en la tradición de sacrificios que incluyen, de manera destacada, al pucara o shitanacuy, practicado en áreas cercanas, o el sacrificio del toro del vecino Girón.
El Señor de Cumbe...
Asistimos entonces a una práctica históricamente construida con antecedentes andinos prehispánicos, pero incluida en una religión híbrida en la que la imagen física del Señor de Cumbe es la deidad con la que se establece una negociación individual, basada en el cumplimiento de obligaciones mutuas.
La presencia de nuevos rasgos culturales, a veces vistos con terror por los puristas culturales, es una parte de los procesos de adaptación al cambio en una sociedad flexible y que renegocia en forma continua las relaciones sociales, familiares y aun religiosas.
Si la escena que narrábamos al inicio, que se desarrolló en la cercana Tarqui, nos deja alguna lección, es precisamente la de la adaptación y del cómo los rasgos culturales se metamorfosean ante influencias externas importantes.