Gabriel y Eduardo Cevallos García, aportaron a la cultura
Gabriel y Eduardo Cevallos García nacieron en la segunda década del siglo XX en el seno de una familia de herencia conservadora. Fueron ambos intelectuales cuencanos con perfiles opuestos e indudables aportes a la cultura. Grandes lectores, acudían con frecuencia a las bibliotecas de amigos, siempre en contacto con gente vinculada a la cultura. Según palabras del propio Gabriel Cevallos: su casa era punto de encuentro de gentes cultas, indudable influencia del apego al humanismo que los caracterizó.
Gabriel destacó en la política, la prensa y la Universidad de Cuenca. Se dedicó a la docencia, la política y gestión universitaria. Eduardo, por otro lado, era un apasionado de la lengua, un sagaz crítico de las normas establecidas, pero prefirió mantener un perfil bajo cuando se trataba de la vida pública.
Los intereses compartidos, el periodismo y la escritura
Gabriel Cevallos enseñó en aulas colegiales y universitarias, además incursionó en el periodismo, como corrector de textos y articulista de periódicos que editó con Eduardo en la Imprenta Austral, de la que eran condueños. Según cuenta “yo ponía los artículos y mi hermano se encargaba de rellenar el periódico con sus conocidas bromas”. Su palabra era frontal y muy dura cuando se trataba de defender las ideas heredadas de su madre. Participó activamente en la política nacional en 2 ocasiones. Formó parte de La Escoba —en su primera etapa—, la que se imprimió en su imprenta.
Viajó a España por una beca, hecho que marcó un importante cambio en su vida profesional y personal, sus maestros influyeron significativamente en su pensamiento. A su regreso de España lideró la reapertura de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca en 1952, por encargo del entonces rector Carlos Cueva Tamariz. Más adelante fue decano de esa Facultad y también rector de la Universidad de Cuenca (1960-1967). Mantuvo una permanente preocupación por entender al ser humano, que se encuentra en el centro de su pensamiento, posible influencia de Ortega y Gasset, de ahí que sea calificado como un filósofo de la historia.
Eduardo Cevallos, la ágil pluma irónica
Eduardo tenía una mente ágil y una ironía implacable. En palabras de Felipe Aguilar, su inteligencia radicaba en la capacidad de observar, entender e interpretar la realidad del mundo y de la vida. Su humor era corrosivo e irreverente. Otros consideran que su actitud respondía a una suerte de resentimiento intelectual y social. Claudio Malo dice que gran parte de su producción y su humor procuraban ridiculizar y desacralizar las concepciones conservadoras, recoletas y autosuficientes de Cuenca la ‘Atenas del Ecuador’.
Extraordinario conocedor de la lengua, manejaba asombrosamente los manuales de gramática, rápido para la palabra y la escritura, tenía el comentario oportuno en el momento apropiado, poseía, además, una memoria prodigiosa.
Inicia su producción con Los Otros (1943) —serie de textos cortos en tono irónico—, esta, como todas sus obras, se vendió más rápido que el pan de Todos Santos.
Aguilar y Malo lo califican de irreverente, todo lo puso en entredicho y lo ridiculizó: las ‘disque verdades’ de la historia, los chovinismos de las ciudades, en particular de la ‘culta Cuenca’, la incapacidad de los políticos, la poca inteligencia de las autoridades, la deshonestidad de los jueces, el incumplimiento de los votos de los religiosos e incluso, el significado de las palabras en su Diccionario de Brutalidades (1951).
Su genialidad y rapidez mental eran tales que fue capaz de escribir ‘Soneto sin A’ —por una apuesta— en menos de lo que canta un gallo; o prefería escribir un verso a la Virgen de quien era devoto, en vez de sacarlo de sus libros.
Su personalidad era muy distinta a la de su serio hermano Gabriel, al verlo trabajar por horas en su estudio le decía: “tanto tiempo dedicado a escribir y luego tienes que regalar tus libros porque nadie los compra, en cambio yo escribo poco y mis libros se agotan en seguida”.
Gabriel prefirió el anonimato. Como secretario municipal escribía los discursos que los alcaldes pronunciaban —hecho poco conocido—, aunque se guardaba de ser mordaz y era políticamente correcto. Además escribía los famosos testamentos de año viejo, muchas veces ganadores bajo el nombre de terceros. Si bien por su carácter solitario e introvertido procuraba la penumbra pública, sus obras no se quedaron en la opacidad, al contrario, fueron sumamente polémicas, tal es el caso de una de las más leídas de la literatura cuencana, De Ingapirca al Vaticano (1950) y la famosa El Ecuador en Paños Menores, que para muchos es la más real de las historias de nuestro país.
Su legado
Gabriel Cevallos produjo una cuantiosa obra —casi toda producto de las reflexiones de las cátedras que dictó— que se recopila en sus Obras Completas, 11 tomos publicados por el Banco Central del Ecuador en 1988, y luego 2 tomos más publicados en 2004 por la Fundación Gabriel Cevallos García, con temas de historia, literatura, ensayos, prosa, religión y muchos otros que hoy constituyen referente de la historiografía ecuatoriana. En forma paralela a las Obras Completas, fue presentado el volumen Obra(s) casi completa(s) de Eduardo Cevallos. El título es una burla ya que ni él mismo conocía el paradero de sus trabajos y así mantuvo su habitual estilo. Eduardo y Gabriel, hermanos diferentes, caracteres opuestos, los 2 han dejado una huella importante en la cultura de nuestra ciudad que perdura incluso años después de su muerte.
‘Soneto sin A’
“El sol, en el cenit, tiene resplandores/ tiene hermosos crepúsculos el cielo;/ el ruiseñor, sus trinos y su vuelo;/ corriente el río; el céfiro, rumores./ Tiene el iris sus múltiples colores,/ todo intenso dolor tiene consuelo;/ tienen mujeres mil pechos de hielo/ y el pomposo vergel tiene sus flores”.