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El Telégrafo
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Falta control de las autoridades en los terminales terrestres y fuera de ellos

El viaje de Cuenca a Quito en bus, cargado de riesgos y sobresaltos

Para muchos ciudadanos el calvario de un viaje comienza en el terminal terrestre de Cuenca por la falta de control de las autoridades, especialmente en la noche. Fotos: José Cabrera/para El Telegrafo
Para muchos ciudadanos el calvario de un viaje comienza en el terminal terrestre de Cuenca por la falta de control de las autoridades, especialmente en la noche. Fotos: José Cabrera/para El Telegrafo
25 de enero de 2015 - 00:00 - José Cabrera. Universidad del Azuay

Cuenca.-

Son las 23:14 y llego tarde al bus de las 11 de la noche. Con la mirada perdida busco a mi compañero de viaje. En la entrada de la terminal terrestre de Cuenca los olores se entremezclan.

Me encuentro con mi camarada para este viaje de 8 horas y me dice que el bus había partido hacia Quito con 2 pasajeros ausentes hace 5 minutos.

Tenemos 2 opciones: intentar ir en el bus de las 11 y media o quedarnos en Cuenca. Empieza una maratón olímpica, corremos hacia las oficinas de Flota Imbabura y Santa para tratar de comprar los últimos pasajes que vayan a Quito. Como si Dios o algo nos tratara de mandar alguna señal, las personas frente a nosotros en la fila compran los últimos boletos con destino a la ‘Carita de Dios’.

Decidimos entrar al embarque de buses y esperar a que el transporte de las 11 y media tenga otros 2 pasajeros ausentes. Metemos los 10 centavos para entrar a la zona de estacionamiento y vemos una aglomeración de personas en el bus a Quito; un grupo de personas pedía llevar varios paquetes que sobrepasaban el peso máximo que el autobús tenía permitido.

Después de una larga conversación y algunos gritos que decían: “Entiéndanos, es una calamidad doméstica. No sea malito, deje llevar” convencen a los operadores y los paquetes son ingresados al bus. Esta era la primera irregularidad que hacía crecer el miedo de viajar en aquel autobús y a la vez aumentaba la esperanza de viajar a Quito.

La operadora llama a los pasajeros del último bus a la capital. Mi compañero se le acerca y le pide que nos deje entrar, que se trata de una emergencia. Ella nos responde: “En la parte de atrás hay un cubículo donde le puedo poner 2 cojines, si desean viajar así y no comentan nada, le podríamos estar ayudando”. Mi compañero me mira y me dice: “¿Seguro que quieres ir?”. Yo desesperado por ir a mi ciudad natal dudo un poco.

Para ingresar al interior de la terminal y tomar la unidad se debe pagar $ 0.10 en una máquina monedera.

Entran todos los pasajeros y el bus se pone en movimiento, corremos para alcanzarlo y nos subimos con el autobús en movimiento. Como por arte de magia, la operadora —a quien llamaremos Raquel— se nos ríe y nos dice: “Suquitos: era un chiste, hay 2 asientos vacíos pero les va a costar un poquito más… Y no es seguro que se queden en ese puesto”. Como dice el refrán, el fin justifica los medios, y pagamos $ 5 más por ir cómodos.

Nos sorprendimos ya que esperábamos que se ponga el sticker que evita que las compañías de buses dejen entrar pasajeros en el camino. Posteriormente, un hombre entra a la cabina y filma a todos menos a los que remplazábamos a los viajeros ausentes. Estas regulaciones impuestas por la Agencia Nacional de Tránsito (ANT) no fueron cumplidas.

Nos sentamos y la carrera continuó. Como si no fuera suficiente el miedo de ir en un bus con una carga mayor a la permitida y a alta velocidad, hacemos una parada improvisada. Con cierto nerviosismo y preocupación, miro a través de la ventana. Estamos en una gasolinera, Raquel baja y habla con una señora que está con su hijo. La mujer pedía que dejara entrar al joven quien, al igual que nosotros, tenía una emergencia. Negocian durante algunos minutos y con un recargo de $ 10 el chico aborda.

Un viejo conductor da tranquilidad

El bus nuevamente inicia su marcha. El señor sentado junto a mí nota mi nerviosismo y me dice: “¿Es su primera vez viajando de Cuenca a Quito? No se preocupe, yo alguna vez fui operador de Santa y estas cosas pasan a menudo, es la necesidad que tenemos nosotros los pobres para ganarnos un poquito de plata más.

Es para sobrevivir”, señala. Pasan 45 minutos y llegamos a Azogues. Surge otra parada inesperada por no decir ilegal. Una mujer entra, conversa con Raquel y se sienta delante de mí. Ya no me alcanzan las manos para contar las irregularidades que se han presentado en este viaje.

Poco a poco los pasajeros, como si fueran piezas de dominó van cayendo, empiezan a quedarse dormidos. Al no poder descansar, regreso a ver el asiento donde mi camarada está sentado. Sigue despierto y puedo notar el mismo nerviosismo.

El viaje sigue su rumbo, el sueño me gana y caigo dormido. Un frenazo me despierta, el bus, por algunos centímetros, evita un choque con una volqueta; esto parece una película de miedo. Todos los pasajeros salimos aprovechando el altercado para hacer nuestras necesidades biológicas.

Nuevamente, el ocupante del asiento junto a mio trata de tranquilizarme y con alma de padre o de abuelo dice: “Mijito cuando uno viaja en bus, al menos en este país, tiene que acostumbrarse a que estas cosas pasen. Al momento que uno compra un pasaje, sabe todo lo que va a pasar durante el viaje. Pero usted tranquilo que taita Dios nos cuida”. Saca una foto del Divino Niño y empieza a rezar.

Finalmente, el bus llega a Quito y emprende el viaje a la Terminal Terrestre de Quitumbe. Cuando arribamos, nos recibe un Agente de Tránsito quien pregunta a Raquel por el sello de la ANT. Ella responde: “Pepito: ya sabe lo difícil que es este trabajo, no podemos dejar gente en medio de la vía. Hagamos como que no ha pasado nada, póngale un nuevo sticker al bus y tome la foto”. Los miro de reojo y me paro. Mi compañero de asiento se despide diciéndome: “Ya sabe José que para el próximo viaje en bus tiene que estar atento y ya sabe la aventura que va a tener. Puede parecer un infierno pero son tinieblas que uno puede aguantar”.

Salgo del bus e inmediatamente busco a mi camarada para emprender otra carrera: el viaje desde Quitumbe a Cumbayá en bus interparroquial.

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