Antes de que el gallo cante, que el frío de la madrugada cuencana amaine en el barrio Loma de Cullca, en la parte norte de la ciudad, Catalina Zhañay, de 33 años, nativa del lugar, y su joven esposo, se levantan y empiezan a sacar de grandes ollas el mote (maíz cocido), producto típico de la gastronomía y la idiosincrasia local,  que se ha cocinado durante toda la noche.

El típico olor del mote choclo se evidencia al entrar a la cocina rústicamente arreglada, donde canastos tejidos por artesanas de la parroquia San Joaquín, esperan su turno para ser llenados con este y otros productos, como arvejas, porotos, habas, zanahoria, coliflor, recién cocidos que, luego de contadas horas, estarán en las mesas de hogares y restaurantes de la urbe morlaca

Catalina es nieta de Jesús Jaigua y representa a la cuarta generación de ‘moteras’,  como se autodenominan las mujeres que, día tras día, ofrecen este rico producto junto con la sabrosa haba y la deliciosa arveja, a las centenares de amas de casa, turistas y toda persona que quiera saborear o llevar a casa un poco de este tradicional grano, que no puede faltar en las mesas de los cuencanos.

Herencia que va de generación en generación

Al igual que su bisabuela, abuela y madre, Catalina Zhañay, es también nativa de este tradicional barrio de la Loma de Cullca, ubicado en la parte noroccidental de Cuenca, frente a frente con el otro mirador natural de la ciudad:Turi.

“Cuando era chiquita, mi abuela era la motera más grande que vendía en el mercado Diez de Agosto”, rememora Catalina. “Mi abuela cocinaba 2 quintales de mote diario: uno de mote pelado y otro con cáscara. También vendía un quintal de mote choclo”, agregó.

Según esta seguidora de tan tradicional oficio, desde cuando era muy niña empezó a relacionarse con la preparación del mote en sus distintas variedades, ocupación artesanal que significaba y sigue siendo, la única fuente de sustento para toda la familia.

Luego de 3 horas, cuando el reloj  marca cerca de las 07:00, Catalina y su esposo empiezan a enfundar parte del mote, para entregar en varios de los restaurantes, cuyos dueños son sus permanentes clientes;  otra gran parte irá sobre los cestos de totora, para la venta en ese antiguo mercado popular de Cuenca: el Diez de Agosto.

El mote no tiene clase social

“Es una tradición de Cuenca, es lo más típico de su cocina”, asegura esta artesana al mencionar a sus clientes: ricos, pobres, obreros, campesinos, jóvenes… “El mote no tiene clase”, dice, con la misma sencillez y la convicción, de quien nació, creció y vive de esta tradición artesanal representativa de Cuenca.

Como una anécdota del oficio, Catalina recuerda a un guía turístico que frecuentemente llega con visitantes extranjeros a su puesto de ventas, quien suele mencionar la importancia que tiene este grano entre las familias cuencanas: “cuando no hay mote en la mesa a la hora de comer, hasta puede haber problemas domésticos”, les comenta a los turistas el guía.

Su abuela, Jesús Jaigua, a sus 81 años, era una de las últimas artesanas vivas que se dedicaba a preparar el mote choclo, pelado y blanco, tradición que también fue heredada de su madre, lo cual evidencia que la antigüedad de este oficio familiar es de más de un siglo en la loma de Cullca. Desde hace 5 meses su salud quebrantada le impide continuar en esta labor, razón por la cual su nieta tomó la posta en el oficio.  En el mercado Diez de Agosto, en la planta alta, donde fueron reubicadas las ‘moteras’ luego de la regeneración de este gran centro de abasto de Cuenca, comparten el tradicional oficio otras familias y otras generaciones.