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El Telégrafo
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El jesuita Mario Cicala describe a Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII

El jesuita Mario Cicala describe a Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
27 de diciembre de 2015 - 00:00 - Jacinto Landívar. Cátedra Abierta de Historia Universidad de Cuenca

En la ciudad de Cuenca existieron 3 parroquias eclesiásticas: la primera, de la iglesia Matriz o Mayor, bajo la advocación de Santa Ana, una parroquia exclusiva de españoles y mestizos; esta parroquia tuvo anexo al Ejido, localizado entre los 2 grandes ríos: el ‘Matadero’ y el Yanuncay. La segunda fue la de San Blas, solamente de indios; y la tercera, más pequeña que la anterior y también de indios, San Sebastián. Entonces, con el fin de gobernar en lo eclesiástico de la mejor manera, se aconsejó crear una diócesis en Cuenca con un vicario foráneo, dependiente de Quito.  

En lo civil y en lo político Cuenca no contaba con un gobernador. A principios de cada año se elegía a 2 alcaldes jueces que enfrentaban grandes discordias y litigios. A este gobierno pertenecían las jurisdicciones de Loja, Zaruma y Alausí, adquiriendo una gran jurisdicción. No hubo autoridad que a final de su gobierno saliera bien librada. Debido al temperamento inquieto, litigioso y violento del habitante cuencano, se lo debía gobernar como militar, con la espada en la mano, en lugar de la pluma.

Dada su ubicación geográfica, la gran ciudad de Cuenca se ve enriquecida por la naturaleza —que puede dar delicia, belleza y excelencia— ya que reposa en una extensa llanura que embellecen 3 caudalosos ríos: el Machángara, el ‘Matadero’ y el Yanuncay.

La ciudad tenía una extensión de 16 x 8 cuadras, lo que le daba un aspecto de un paralelogramo, aunque los barrios de indígenas le daban otra forma por la irregularidad de sus solares y casas. Cuenca rivalizó con Quito sea por los materiales de sus edificios como por lo formal y civil. La ciudad, a pesar de ser antigua, estuvo edificada de forma moderna, con las calles bien rectas y amplias, limpias, todas ellas empedradas, superaba a la ciudad de Quito, porque sus calles tenían todas ellas agua, con cunetas y acueductos que circulaban en el centro de ellas, lo que permitía regar el huerto y jardín de cada casa. Con esto se comprendía cuánta es la belleza, la amenidad, el encanto y los atractivos de esta ciudad. Académicos franceses inmediatamente vieron la ciudad la llamaron la “Versalles de América”.

De las iglesias, religiones y casas

Las iglesias de Cuenca estaban construidas con buenos y sólidos materiales y no faltaron las bóvedas reales muy bellas, vistosas y nobles. En algunas iglesias había bellísimos artesonados de madera dorada. La iglesia Matriz contaba con 3 naves. Existían en la ciudad 2 monasterios de religiosas: las de Santa Teresa con su convento y hermosa iglesia; el convento albergaba a 21 religiosas, escogidas entre las mejores familias, que trabajaban con sus manos flores artificiales y otras manufacturas. El otro monasterio era el de las religiosas Conceptas, cuyo número llegaba a 60, eran particularmente famosas por fabricar dulces secos y conservas muy delicadas.

Ambas comunidades estaban dirigidas por los padres Jesuitas. Para entrar en las comunidades, la aspirante debía poseer pureza de sangre, proceder de una familia honorable y tener una dote que donaría a la comunidad, además, debía esperar a que alguna religiosa abandonara la orden, o que se produjera el deceso de una religiosa.

En Cuenca existían 6 órdenes religiosas: la de San Francisco, la de Santo Domingo, la de San Agustín, la Compañía de Jesús con 12 o más sacerdotes; la Merced. Además había un hospital real confiado al cuidado y asistencia de religiosos Betlemitas, por otro nombre Borbones. Todos los conventos tenían buenos edificios. En el segundo piso estaban los pequeños claustros y en las iglesias se celebraban las fiestas con mucha pompa y magnificencia. El colegio de los Jesuitas era grande y bello, contaba con amplias y espaciosas habitaciones.

En el recinto existía un largo y ancho huerto plantado con árboles y hortalizas de muy buena calidad, alrededor de ese espacio se extendían pérgolas de uvas italianas blancas, moscatel y negras, de escogidos sabores. Tenía su fachada hacia la Plaza Mayor. Resaltaban en el edificio los campanarios, altos y majestuosos, y las cúpulas. En el de la iglesia Matriz había un reloj que daba las horas y sus cuartos, por lo que regía a toda la ciudad.

Los edificios de Cuenca eran de 2 pisos, bajo el uno, alto el otro, todos de fuertes muros, con hermosísimos detalles, embellecidos con pinturas y ornamentos con nobles adornos. En cada casa, además del patio, había un huerto y el jardín, y por esto el aspecto de la ciudad de Cuenca era muy agradable a la vista, porque durante todo el año se mostraba frondosa en su verdor, de florida primavera o de fructífero otoño.

Todas las casas estaban cubiertas con tejas. La ciudad tenía muchas plazas, pero la que estaba en el centro, la Plaza Mayor, era más espaciosa que cualquiera y no faltaban quienes decían que era la plaza más grande entre todas las de la provincia de Quito. Las casas situadas alrededor de la plaza tenían todas, sus pórticos y esto las hacía más hermosa y encantadoras.

Siempre oí a todos alabar el agradable clima de Cuenca, por saludable, ameno y templado, reconociéndose semejanza con el clima de Quito, aunque Cuenca tenía más templanza. A quienes había oído hablar del clima de Cuenca le daban preferencia frente al de Quito. Ya que era bueno durante todo el año, una especie de otoño y primavera juntos.

La excepción eran los meses de junio, julio y agosto cuando los vientos soplaban fuerte desde el famosísimo páramo llamado del Azuay, que distaba 9 leguas al norte, y soplaban los vientos demasiado fuerte. En ocasiones el frío era igual al del páramo del Azuay y la ciudad se volvía gélida. De todos modos, aquella ciudad era un muy agradable prado de delicias, donde la vista gozaba de los jardines floridos y de los frondosos árboles frutales, así como de los campos verdes y agradables.

En una segunda parte acercaremos a nuestros lectores a la gente de Cuenca, sus oficios, comercio, minas el retrato de Cicala a nuestras tierras hecho en el siglo XVIII. (F)

20 años de vida en la Real Audiencia de Quito

Vivió alrededor de 20 años en la Real Audiencia de Quito. Realizó la narración Descripción Histórico-Topográfica de la Provincia de Quito, que llevaba por subtítulo Escrita por un sacerdote de la misma Provincia de la Compañía de Jesús. Esta obra, escrita en Viterbo, Italia en el año de 1771, fue traducida y editada en Quito por el padre Julián Bravo y el general Marcos Gándara Enríquez, con un tiraje de mil ejemplares, sin año de publicación. En la obra hace una narración de cada una de las ciudades y sus alrededores, de la Real Audiencia de Quito.

El capítulo XII se titula ‘De la ciudad de Cuenca en general’. Hemos encontrado en el texto algunas descripciones originales que merecen ser relatadas y analizadas para su conocimiento y divulgación: El relato se basa en numerosos testimonios de sacerdotes jesuitas americanos y europeos, moradores de la ciudad de Cuenca así como forasteros que vivieron en ella algún tiempo para atender sus negocios y comercio. Añade el P. Cicala que referirá con la mayor fidelidad todo lo que fue narrado por el padre Pablo Torrejón, misionero jesuita que vivió algunos años en el Colegio de Cuenca (Seminario San Luis).

Es de anotar en honor a la verdad que el P. Cicala nunca estuvo en Cuenca. La narración comienza así: “La ciudad hoy en día noble, bella y grandiosa de Cuenca, que existe en la Provincia de Quito, en la América Meridional, es una de las más majestuosas y dignas”. (F)

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