‘El Chazo’ Azuayo: apuntes de una identidad eludida
Chazo… ¿quién es, pues, ese man? Fue la pregunta de una estudiante en clase cuando algo dijimos del tema que íbamos a tratar. Bueno, no fueron exactas sus palabras, pero la intención del tono con el que las dijo iba por ahí. “Es el campesino blanco-mestizo” —contestamos—, y ambos quedamos medio tranquilos. Pero cabe decir que la respuesta no es exactamente esa. El ‘chazo’ es eso y algo más.
Para llegar al mestizo, debemos partir del momento mismo en que se iniciaba la conformación de esa cultura, caracterizada, paradójicamente, por su indefinición. Segundo Moreno: “Es mucho más fácil determinar lo que es la cultura Shuar o la Huao, que definir lo que es cultura mestiza”. Pero tenemos una deuda con este ‘chazo’ nuestro a quien le correspondieron oficios intermedios entre el español y el indio. Se ha insistido, ya casi hasta el cansancio, que al iniciarse la conquista y colonización castellana, el ‘Nuevo Mundo’ fue brutalmente dividido en Repúblicas de los Blancos y de los Indios, obedeciendo a ese agudizado sentido práctico, muy propio del Renacimiento… pero por más que se haya insistido en que esta fue una sociedad de castas —como tal inamovible e impenetrable—, cediendo quizás a los imperativos de la economía y el sexo, los grupos iniciales: el de los castellanos y el de los aborígenes, encontraron, ya por vía legal, ya por la ruta del barranganaje, las posibilidades de fundir sus sangres; de legar a la posteridad los condicionamientos genéticos, aún no bien explicados ni comprendidos.
Orígenes del ‘chazo’:
En un libro —bello y profusamente ilustrado con magistrales fotografías—, titulado Chagras, Leonardo Serrano Moscoso, al referirse al campesino mestizo de la Sierra, indica la existencia de 3 denominaciones regionales para un mismo personaje: ‘el pupo’, del Carchi, ‘el chagra’, de la Sierra Centro-Norte y, ‘el chazo’, en las provincias australes, fundamentalmente en Azuay y Loja.
En estas provincias, dice, “aparece el chazo, término sobre el cual parece que los lingüistas no se han puesto de acuerdo. Sin embargo, chazo es un antiguo vocablo utilizado por los indígenas del sur del país para referirse al mestizo” y lo describen como hombre de tez blanca, bien parecido, ojos claros y, algunos, pelo rubio.
En efecto, es un mestizo más cercano al blanco que al indio, cuyos orígenes raciales o étnicos no han sido debidamente estudiados. Es posible que sus raíces se encuentren en el maridaje de cholas con españoles; no se puede descartar sus orígenes franceses, en la época de la Misión Geodésica, y los nacimientos ‘gringos’ como fruto de los exploradores de minas, cascarilleros, científicos, botánicos, militares de la independencia y de misiones extranjeras; en fin, que a lo largo de algo más de 500 años circularon por los caminos y pueblos del Azuay, fecundando con su genes la savia primigenia de las gentes de ésta tierra.
Descripción, oficios y ocupaciones:
Al ‘chazo’, desde la época colonial, le cupo diversas actividades, algunas de ellas han sido ya citadas y esbozadas por Carrión y Serrano Moscoso: Es y fue gambusino, negociante de oro, chacarero, criador y comerciante de ganado, contrabandista de aguardiente y guarda de estancos, pulpero, chalán y mayordomo de hacienda, arriero... Anda a lomo de caballo con paso seguro, recortando peligrosos caminos de geografías excepcionalmente duras y desafiantes como son las del Azuay y, sobre todo, Loja. Sobresalió en la época en que grandes recuas de mulas eran arreadas para ser vendidas en el Perú. Era igualmente particular en su indumentaria. Su atalaje tiene algo de andaluz: montura de espaldón alto, en ocasiones, sin cabezada, como la silla campera andaluza que evoca su ascendencia berberisca. En fin, ha desempeñado o desempeña una variada gama de actividades económicas y sociales acorde con su situación en el complejo social de ayer y de hoy. Y actualmente es, por cierto, también migrante.
¿Y cómo es?
Ha habitado en esa gama de poblados que surgieron en la época colonial entre los polos de la ciudad y las reducciones de indios, que hoy se denominan pueblos y caseríos. Viste o vestía, sombrero de paño o paja toquilla, saco de casimir, pantalón de lino, zapatos o botas ‘a la española’, se cubre del frío con poncho de lana de borrego —el huanaco (camélido andino) desapareció definitivamente de su indumentaria—.
Su mujer, la ‘chaza’, no la chola, exhibe falda o vestido largo, chalina o pañolón y zapatos de taco medio. Al ‘chazo’ no le falta, o no le faltaban, machete o revólver, alforjas, caballo o mula de raza o paso llano —que en estos tiempos de la modernidad están siendo substituidos por el carro—, gallo de pelea y perro rastreador de venados y demás cacería para la que utiliza escopeta y máuser corto. Juega al naipe y toma trago. En la colonia, habitantes de pequeñas poblaciones (más o menos aisladas unas de otras), proveedoras y dependientes de los centros urbanos mayores, en las que se asentó una población blanco-mestiza que, con el paso del tiempo, iría conformando la chasería.
En el Azuay es posible que además se hubiesen conformado pueblos de chazos con los habitantes que lograron huir de las devastaciones producidas por los jíbaros de los centros de producción aurífera que con el pomposo nombre de ciudades fundaron los castellanos en el Oriente: Logroño de los Caballeros y Sevilla de Oro. Quizás otros poblados surgieron en la época de la independencia cuando los ejércitos reales se movilizaban por las breñas andinas en persecución de las huestes patriotas. Al perder la guerra, la población civil que los seguía se quedó anclada por ahí, en algún lugar, hechizada por el encanto de la niebla o la dulzura de los cañaverales. El chazo, ‘pariente lejano’ —como quien dice, ya no es nada— del hidalgo ‘vecino’ de la blasonada urbe, el alma dividida, este no ser ni de aquí, ni de allá, pese a que constituye parte esencial del proceso de mestizaje.