El Antonio Valdivieso, un hogar de acogida que por 80 años está al cuidado de los niños
Historias hermosas pero también dolorosas son las que sor Maritza Imaicela podría contar sobre los diferentes menores que han sido acogidos en el orfelinato Antonio Valdivieso de Cuenca.
Las preguntas frecuentes de los niños son sobre la presencia de sus padres y en el caso de no conocerlos, la inocencia de creer de que todo hombre que ingresaba podría ser uno de sus familiares.
“Un día uno de ellos emocionado llega corriendo y me dice que su papá había llegado, al percatarme me di cuenta que le traía al conserje de la escuela Daniel Hermida”, dijo Imaicela.
El hospicio, que de acuerdo con el libro Rostro de los Barrios de Cuenca, fue inaugurado en 1934, luego de transcurrir más de 20 años sin ser abierto, ha sido un espacio en donde sus paredes únicamente han visto crecer a los niños.
“Antes era así, espacios solo para niños o solo para niñas. Desde ese entonces ha recibido solo a varones”, explicó.
El orfelinato lleva el nombre de su mentalizador José Antonio Valdivieso, un cuencano que dejó en su testamento la donación a la Curia de la ciudad del inmueble con el fin de dar acogida y educación a los niños huérfanos o abandonados.
El objetivo de protección se continua cumpliendo aún luego de pasar 80 años, con la diferencia de que la atención a los menores ha variado. Tiempo atrás eran atendidos unos 50 niños, principalmente por el abandono de sus padres, desde hace una década esta situación se ha reducido a la presencia de 25 niños que en la actualidad permanecen en el sitio debido a que sus padres atraviesan proceso judiciales.
Para las 4 Hijas de la Caridad, quienes se encargan en la actualidad del centro, son varias las historias de vida que han conocido, al igual que las anécdotas que han debido pasar por la llegada de menores rebeldes, que no tienen reglas, que no saludan y niños que han sido descuidados.
“Un niño llegó trasladado de otra casa de acogida con antecedentes de que era agresivo. Yo decía Dios que vamos hacer con él, porque somos mujeres, pero con paciencia el ha cambiado”, explicó
En diciembre de 1976 Ángel Valverde, llegó al orfelinato luego de haberse escapado de un escuela en donde el trato que recibía no era el adecuado. Tenía 9 años.
El hospicio —según Valverde— se convirtió en el sitio de su niñez en donde por primera vez en mucho tiempo volvió a dormir en una cama cómoda, con el estómago lleno, y lo mejor aún, sin haber sido maltratado ni despreciado por nadie.
Son muchos los recuerdos que Valverde tiene en su mente sobre sus 4 años en el orfelinato. El tradicional refrigerio que recibía (pan con guineo), las carreras con sus compañero para llegar al comedor, la misa de los sábados en la parroquia de San Francisco, a la que asistían solo para recibir los capillos en los bautizos y los almuerzos tan esperados del día domingo.
Pero a esto se suma, dijo Valverde, lo más importante. “Las enseñanzas del hogar, esos valores tan importantes. Aquí encontré un hogar y una educación apropiada”.
Estos fueron algunos de los motivos para que este niño, ahora un hombre, decidiera no volver a escaparse y quedarse no en el orfelinato, sino en su hogar, por voluntad propia.
Así como él, sor Maritza, señaló que son varias las historias de vida que en las mentes de las hermanas que han dirigido la institución, son imposibles de olvidar, al igual que el recuerdo que guardan las paredes del Antonio Valdivieso.