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Cuerpo de mujer, biopolítica, el aborto y otros demonios
La salud y la medicina son instrumentos fundamentales en la implementación biopolítica de disciplinar los cuerpos, la enfermedad es producto de una definición social.
La salud en todas las culturas está vinculada con principios morales. La biopolítica moderna introduce un complejo principio nuevo: el cuerpo enferma por lo espiritual o bien recibe malos consejos de lo espiritual, que lo impulsan a la permisividad excesiva con el principio del placer, o bien se ve sometido a una instrucción dura y paralizante por parte de lo espiritual. Una persona enferma no es responsable de la presencia de una enfermedad (de infecciones como la influenza o el dengue, por ejemplo), pero sí lo es si esta enfermedad está vinculada al comportamiento sexual, si tiene “conductas de riesgo” es fácilmente culpabilizada por la enfermedad, como fueron estigmatizados en su tiempo otros enfermos.
Probablemente nada está más regulado desde el saber científico, que la sexualidad —de las mujeres—, desde lo que se asume como una “sexualidad saludable”, pasando por la planificación de cuándo y cuántos hijos tener, los cuidados durante el embarazo y el parto e incluso la decisión de suspender el embarazo. La determinación de realizar un aborto es un ejemplo claro de biopolítica, que enfrenta en un primer plano 2 posiciones: la que exige autonomía y libertad sobre su cuerpo y la que “defiende” la vida (Heller & Fehér, 1995), pero también en un segundo plano, quizá no tan visibilizado: el conflicto entre las mujeres y los expertos médicos que pretenden decidir por ellas (Campillo, 1998).
Derechos diferenciados en 3 historias de vida
Gladys: La primera vez que visité su casa en Ricaurte vi a una Gladys con una cara infantil que no puede esconder —como tampoco puede esconder esa actitud de tener miedo ante mi presencia, o quizá a la de todos—, tiene 15 años, es la primera de 6 hermanos, le mandaron a abrirme la puerta, yo fui por conocer a Rosa, su madre, pues me habían informado tenía algunos problemas de salud.
Rosa es una campesina de 33 años eje de esta casa, ella convive con Manuel (sufre de alcoholismo) a quien me presentó como su pareja y padre de sus hijos, 6 en total), aunque luego de algunas visitas entendí que no era exactamente así y que probablemente es padre de los 3 últimos (y no de Gladys, Mónica y Javier). En el centro de salud me han pedido que haga un seguimiento por su hipertensión, ellos no han oído que en el barrio se rumora que Rosa en el pasado ha “regalado a sus 3 últimos hijos nada más nacer” pero “le han devuelto porque hay muchos problemas”.
Rosa es de poco hablar y le incomoda mi presencia, aunque la tolera, me contó que migró desde Sigsig, que tiene dificultades con sus hijos que no son disciplinados, que en la escuela les hacen mucho problema y van muy irregularmente a clases, pero que ella se las arregla para castigarles. Gladys es una cuando puede conversar a solas y otra en presencia de sus familiares, entonces, literalmente, enmudece, en especial si se tocan los problemas respiratorios de su hija Samantha, que hoy tiene 4 meses y que es producto de una violación, de la cual Gladys no habla. La madre dice que fue en la escuela, pero lo cierto es que no se conoce la identidad del padre y pese a que la nena tiene una enfermedad cardíaca congénita, desnutrición y se encuentra descuidada, sin aseo y respirando con ventilación asistida, el embarazo, el parto, y la vida de ambas están envueltas en el silencio. Hay alguien que se beneficia de ese silencio y de que Gladys no haya podido ejercer su derecho (¿negativo?) a la maternidad.
Julia: es otra adolescente, o lo era cuando se embarazó por primera vez, estudiante de penúltimo año de colegio particular, hija de la clase media, se había enamorado, empezó su vida sexual activa con su pareja un poco mayor que ella, y aunque tenía suficiente información se embarazó, no por desconocimiento, sino porque no esperaba tener relaciones sexuales y no usó anticonceptivos, es decir igual que “el 58% de las mujeres ecuatorianas entre 15 y 24 años en su primera relación sexual” (Freire, Belmont & Rivas Mariño, 2015: p. 276).
Ella no quería, no podía llevar ese embarazo no deseado, callado por varias semanas en las que vivió la angustia de una situación socialmente signada en la que en el colegio secundario se expulsaba a las jóvenes embarazadas. Las vivió en soledad, él se desentendió del asunto. Conocedora de sus derechos y con el respaldo de su familia y organizaciones de mujeres tomó la decisión y encontró un espacio para suspender el embarazo. En la semana 14 y en una clínica privada, lejos de su ciudad de residencia, fue intervenida, ejerció su derecho (negativo) a la maternidad, pudo evitar una intervención insegura. La mortalidad por exposición a un aborto inseguro es una de las 5 primeras causas de muerte materna en el mundo.
Clara: Casi las 3:00. El blanco de los pisos y paredes de la antigua maternidad de la capital es más helado que el resto de la noche, las paredes impolutas, el piso que refleja la tenue y lejana luz que cuelga del techo permite llegar al amplio graderío por el que debo subir corriendo ante el llamado de una amiga. El médico que la atendió por un sangrado vaginal se niega a hacer un legrado, que pararía la hemorragia, porque dice que se niega a hacer un aborto, que la ley se lo prohíbe. Enfundado en su mandil blanco con logos y nombres, investido de su título es el dueño del escenario, exige el cumplimiento de la ley y las acciones morales, la sociedad ha depositado en él la autoridad de la ciencia. (I)
La modernidad ejerce una nueva forma de dominio
Se ha decidido en esta edición dejar a un lado la historia para reflexionar sobre un tema complejo en el presente. A partir de una mirada antropológica nos preguntamos en qué medida las decisiones que parecen personales están marcadas por los niveles de relacionamiento sociocultural.
La modernidad ha generado una nueva forma de dominio, que no es solo económica, ni se reduce a la violencia de Estado, hoy es un ‘poder experto’, basado en el saber, en la razón científica, un poder que marca el comportamiento colectivo y controla los cuerpos de manera individual, el que politiza los procesos biológicos. Así, la biopolítica que se convierte en un gobierno se ejerce sobre una población puesta bajo tutela de los técnicos, de los científicos, de los especialistas, gestionada bajo la verdad implacable de la norma (Campillo, 1998).
La biopolítica exige que, además de las luchas por la equidad social, por la igualdad jurídica, por la solidaridad económica, se tenga en cuenta un tercer tipo de luchas: las que tienen por objeto el gobierno de la propia vida. Los movimientos sociales de los años 60 propusieron combatir “los efectos políticos del saber” (Heller & Fehér, 1995). Considerando esta realidad se puede comprender que más allá de si una mujer ejerce autonomía sobre su cuerpo o el derecho (positivo o negativo) a la maternidad, sus vidas están reguladas por un conjunto de instrumentos jurídicos, técnicos e instituciones culturales que facilitan o limitan ese ejercicio. En Ecuador, para el año 2004, se dieron 19.269 egresos hospitalarios por aborto y casi 24 mil si se incluyen los abortos no especificados. La cifra no distingue las que ingresaron por complicaciones de abortos inducidos. (O)