Publicidad

Ecuador, 13 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Cuenca, su historia: al paso de los siglos XIX y XX

Cuenca inició un proceso de desarrollo, llega a la ciudad la primera planta de luz eléctrica, pero también  las tuberías para el agua potable. En la foto, la calle Bolívar, a pocos metros, hoy se levanta la Gobernación del Azuay. Foto: cortesía
Cuenca inició un proceso de desarrollo, llega a la ciudad la primera planta de luz eléctrica, pero también las tuberías para el agua potable. En la foto, la calle Bolívar, a pocos metros, hoy se levanta la Gobernación del Azuay. Foto: cortesía
16 de febrero de 2014 - 00:00

En los días posteriores al 10 de agosto de 1809, una rápida respuesta española y  errores tácticos impiden que Cuenca se sume al movimiento quiteño, y habrá que esperar al paulatino avance victorioso de Bolívar para que en 1820 se declare, mediante un cabildo ampliado, la independencia y se proclame, como respuesta a una situación inesperada, la ‘República de Cuenca’, cuyas aspiraciones se plasman en una constitución inédita.

El héroe cuencano de las luchas independentistas, el mariscal La Mar, es derrotado en Tarqui en 1829, lo que trastoca los planes de la población. Poco después se inaugura el Ecuador asumiendo Cuenca un papel comprometido y, a veces, protagónico, pese a los afanes permanentes de minimizar sus capacidades.

Hombres y mujeres se empeñan en reconstruir una sociedad quebrada por la guerra y la sobreexplotación armada. Fray Vicente Solano, siempre provocador, discute con las autoridades de la Iglesia al entender que el hombre no es libre... polemiza e investiga.

En el camino hacia el siglo XX: la difícil modernidad

El sombrero se vuelve una tarea diaria y común en las manos de tejedoras que se multiplican. Los bosques de cascarilla son un tesoro que se explota sin misericordia, hasta acabar con ellos para beneficio de los distantes colonialistas británicos que se han apropiado de la India y requieren  la apreciada corteza para enfrentar la malaria.

A partir de este trabajo de miles empiezan las primeras fortunas de unos cuantos, modestas en casi todos los casos, mayores en unos pocos, y la ciudad cambiará con enorme rapidez. En 1867  se funda la Corporación Universitaria del Azuay y se empieza a soñar en la cultura.

Cada calle, cada esquina, son escenarios en donde se levantan enormes andamios y se vive un febril momento constructivo que dejará algunas joyas y un estilo reconocible. Sigue Cuenca, sin embargo, como una ciudad de tierra, de adobe, bajareque y teja, solo más tarde dominará el ladrillo de la mano del ambicioso proyecto de la catedral nueva.

La Revolución Liberal se enfrenta a los poderes locales en una cruenta guerra. Se pone sitio a Cuenca y la imposición de la fuerza muestra la incapacidad de negociar de ambas partes, una nueva tragedia marca a mucha gente. Esto no es un obstáculo para que el pensamiento del cuencano José Peralta defina la ideología de los triunfadores.

Grupos de indígenas portadores traerán para el capricho de las élites locales desde el puerto de Guayaquil los símbolos del nuevo poder económico y de una naciente, añorada, modernidad; la ropa, a la moda de París, se acomoda en los intersticios que dejan los automóviles, los pianos, los muebles de Viena en su lenta marcha desde Naranjal hasta las calles empedradas de Cuenca.

En la misma forma llegarán las turbinas para la primera planta eléctrica y las tuberías para la de agua potable. Cuenca es la primera ciudad con iluminación pública y una de las primeras con teléfonos, aunque estos nuevos tiempos chocan de frente con la revolución indígena de la sal, que pone sitio a la ciudad y recuerda a todos que subsiste otro tiempo y otras condiciones en el campo al que se mira, a veces, con romántica condescendencia, sin entender que allí también subiste la explotación.

Una nueva misión francesa llega a la ciudad y otro francés se enamora de una cuencana, pero esta vez el prestigioso etnógrafo Paul Rivet huye a tiempo, con ella, evitando  que se repita  lo que pasó un siglo y medio antes.

La bohemia cuencana atraviesa como un cometa la vida local, fotógrafos, dibujantes, poetas, que construyen un mundo propio que pretende ser moderno y que, como pasó en otros lugares, termina casi siempre en tragedia y en olvido.

La vida sigue, y no es fácil

Llegan las guerras a Cuenca, la una de la mano de la invasión peruana que trae aparejada la presencia de refugiados de Loja y El Oro; la otra, distante, obliga a muchos a emigrar forzadamente y así por las calles de adoquín se escuchan los extraños dialectos germánicos de los judíos expulsados de su tierra, y los portales del parque son escenario de salones como El Húngaro y El Toledo, improbables hijos de la guerra europea en los Andes.

Parece que nunca llega el tren soñado, siempre en construcción, y la historia se acelera ante el crecimiento de una ciudad en plena crisis económica que impulsa a los primeros emigrantes fuera de las fronteras.

El carácter, sin embargo, se mantiene y ser cuencano significa algo en especial, aunque no siempre se sepa qué es.
Las artesanías retroceden ante el mercado y los cambios culturales; se pierden en el campo para siempre las huellas de la Mama Huaca y se abandonan los pendones, las arpas y violines, los redoblantes y los pingullos, ante la emigración, ahora masiva, también de las mujeres.

En 1999, al borde del siglo XXI, y casi sin quererlo, el centro histórico de Cuenca es reconocido como patrimonio mundial, aunque  antes, en 1996, fue el atleta Jefferson Pérez quien  mostró al mundo de qué madera están hechos los cuencanos.
Nuestras calles esconden cosas e historias que queremos compartir en las próximas publicaciones…

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media