Conventos de monjas, otros roles de mujeres del siglo XVIII
Durante la colonia española los monasterios jugaron un papel fundamental en muchas ciudades americanas. Es difícil comprender la lógica, social, económica y religiosa de la época sin referirnos a ellos.
Los roles asignados a las mujeres las confinaban al matrimonio o, en su defecto y para preservar su honra, al ingreso a la vida conventual, por lo que la profesión religiosa se debe entender en el contexto colonial de jerarquía y masculinidad versus feminidad.
El matrimonio exigía una dote significativa y había familias criollas que se encontraban en situaciones económicas paupérrimas, a veces era por tanto más fácil dotar a la hija para un monasterio y esta podía ser cubierta en moneda, cuando había circulante, mientras en otras ocasiones se podía entregar propiedades, cosechas, joyas y otros bienes.
Los conventos parecen haber librado a la sociedad de la mantención de un gran número de mujeres célibes.
Los votos obligados
La vida conventual era considerada como un recurso para garantizar la honra de las mujeres de la esfera criolla. Se trataba de una situación muy común en un espacio respetable para damas de elevada posición social, e incluso símbolo de status para sus familias. Pero es también cierto que muchas mujeres escogían el convento porque suponía un camino de escape a las restricciones de la sociedad patriarcal. En comparación con su vida de cautivas del hogar, el claustro ofrecía, con un precio, liberación del mundo masculino.
Cuatro votos fundamentales regían la vida de los monasterios: pobreza, castidad, obediencia y clausura, normas muy estrictas que en la práctica no siempre eran respetadas por las religiosas, a pesar de una permanente vigilancia y la crítica colectiva.
Los monasterios reproducían los esquemas sociales y así una clara muestra era el uso de velo negro y el velo blanco que diferenciaba a las religiosas. Aquellas que postulaban para monjas de velo negro ingresaban al convento acompañadas de sus sirvientas, donadas y recogidas; se establecían en celdas muy cómodas “lujosos apartamentos”, que incluían cocina y estudio, es decir cada monja reproducía y plasmaba su identidad en su espacio vital.
Hacia finales del siglo XVIII en Cuenca la población del monasterio era de 184 personas, pero solo había 27 religiosas de velo negro, 1 de velo blanco y 1 novicia, el resto correspondía a la servidumbre: mujeres y hombres. En México, por ejemplo, en conventos mucho mayores, dentro de algunas celdas había tinas y braseros para calentar el agua. La vida de las monjas transcurría dentro de aquellas celdas, en largas rutinas que incluían rezo, comida y trabajo, estas actividades se llevaban a cabo al interior de sus apartamentos. Pero también era posible cantar, interpretar y componer música, bordar, escribir y pintar, actividades no comunes pero de las que hay muestras excepcionales en los monasterios locales. Se podría pensar que la vida conventual era una opción cómoda y poco sacrificada, sin embargo, las religiosas ingresaban a edad muy temprana, aún niñas, de manera que llevaban, incluso, entre sus pocas pertenencias sus juguetes y se enfrentaban a una vida desconocida.
Algunas monjas no aceptaron la vida en el convento y sabemos que, por ejemplo, la monja Martina Catalina de Barzallo, interpone una demanda por nulidad de profesión y hábito, al sentir que esa no era su vocación ni el tipo de vida que deseaba, según Catalina León Galarza, quien ha investigado el tema, se le aplicaron severos castigos por su desobediencia.
Reproducir la vida social
El voto de pobreza no se cumplía en forma permanente, las monjas declaraban tener dinero y otras pertenencias, recursos que usaban para sus gastos personales, además de lucir alhajas a diario y otros objetos de valor que aún se exhiben en el Museo del Monasterio de las Conceptas de Cuenca.
Durante la colonia en el convento de las Conceptas de Cuenca, las seglares podían entrar y salir a placer, el ingreso de particulares era frecuente: visitas de autoridades eclesiásticas y civiles, de familiares y amigos que pasaban horas en amena conversación con las religiosas, aunque estaba prohibido el acceso a la zona de clausura y estas actividades se desarrollaban en la sala de visitas.
El primer obispo de Cuenca, José Carrión y Marfil, recurrió a las autoridades civiles para poner freno y sanción a actividades que habían sido constantes desde mucho antes de su llegada a Cuenca, aunque lo hizo en el marco de sus diferencias con el gobernador, Vallejo y Tacón. Así el Monasterio de las Conceptas fue denunciado como escenario del baile del puro, fiesta profana en la que participaron distintas personalidades, autoridades, seglares y algunas religiosas disfrazadas, sin hacer uso de su hábito. La fiesta incluyó licor y actividades poco relacionadas con las de un convento de clausura. Los documentos muestran que las monjas denunciadas fueron sancionadas duramente, incluso con reclusión durante meses a pan y agua y con prohibición de recibir visitas.
Motor de la economía
La consolidación del sistema hacendario benefició a la comunidad concepcionista propietaria de grandes extensiones agrícolas. La administración de esas haciendas estuvo a cargo de mayordomos, siempre en vinculación con la abadesa o priora y las vicarias, constituyendo importantes ingresos para sus rentas. Esta riqueza, así como el poder que concentraron y ejercieron, les movió a solicitar decretos reales a su favor, así como el cobro de tributos a indios mitayos de las comunidades para el servicio de sus haciendas. Incluso la falta de circulante y crisis del siglo XVIII fue menos sentida por las concepcionistas que por el resto de la sociedad de la región. La comunidad se convirtió en prestamista a través de los censos que otorgaban. La vocación religiosa no fue la razón exclusiva que motivó a las mujeres a ingresar a los conventos durante el siglo XVIII, existieron motivaciones más prácticas, desde la presión social para aquellas que no se casaban o cuyas familias no podían cumplir con una dote apropiada. El Monasterio de las Conceptas, que se inició con tres monjas que vinieron en hamaca desde Lima en 1599, hasta hoy mantiene entre sus paredes icónicas parte de la historia de las mentalidades de nuestra ciudad, su Museo requiere hoy un apoyo de todos para conservar su legado.