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Las PERSONAS NO VIDENTES Y la UNIVERSIDAD DE CUENCA IMPULSAN UNA INICIATIVA DE INTERAPRENDIZAJE
Comunicación para los sentidos, un proyecto para enfrentar la ceguera
Nunca lo podré olvidar. Decidimos recrear el sonido de una tormenta: subimos a una tarima de madera y empezamos a frotarnos las manos. Dada la señal, a chasquear los dedos despacio, luego, hasta que duelan las yemas. Enseguida nos golpeamos los muslos con las palmas de las manos, lento, rápido, muy rápido.
La emoción empieza a hervir, hasta que !!!broumm!!!, un salto sobre la tarima de madera que cruje como un trueno. Entonces los sonidos van a la inversa y decreciendo: palmas sobre las piernas, chasquidos lentos, frotarnos las manos… alguien sopla como el viento; otro se convierte en pájaro y trina; otro gorjea rítmicamente.
El ejercicio acaba, escuchamos la grabación: viento que anuncia invierno, garúa, lluvia, tormenta con truenos; luego la tempestad va amainando a lluvia, garúa, viento, pájaros y la naturaleza. Es perfecto. Y yo, frente al grupo, tengo el regalo de ver el sol en la expresión de los compañeros de la Sociedad de No Videntes de Azuay (Sonva), de un par de profesores de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Cuenca, de los alumnos de la misma Universidad y de una madre voluntaria enamorada del proyecto.
Así fue cómo el recrear una tormenta —que normalmente nos mete bajo las sábanas—, se convirtió en un sonido de alegría.
Es quizá la tercera semana desde que inició el proyecto de vinculación Comunicación para los sentidos. Todos los sábados nos encontramos en Sonva, para hacer radio. La primera condición, siempre implícita, es despojarnos del temor y la vergüenza frente a un micrófono; “de todas formas aquí nadie nos ve”, dice Marco, uno de los 22 talleristas invidentes.
Como cada sábado, empezamos con una dinámica, todas son distintas: una tarde nos dividimos en 2 grupos, nos tomamos de las manos y desde una esquina alguien daba un apretón inicial que luego pasaba secuencialmente por todas las manos hasta llegar a la otra esquina; entonces, los del final debían agarrar una botella, el que la tomaba primero daba la victoria a su grupo. No solo nos pasábamos un apretón, sino la confianza de saber que contábamos con un equipo. Después, la clase: entrenábamos nuestra respiración, calentábamos la voz y a locutar.
La locución es el resultado de un guión, porque es un trabajo profesional. Algunos guiones los ensayábamos con grabadoras y otros en braille, según conocimientos y posibilidades de cada uno. Un día Israel Idrovo, mentalizador del proyecto y docente de la universidad, transcribió unos textos en braille y cuando entregó el guión a Marco, él se quejó por una falta de ortografía: “Pero no así, me pasan una copia borrosa”.
Es que como en braille se escribe de un lado pero se lee del otro, hay la posibilidad de confundir las letras; es como un espejo. Así, la /h/ y la /j/ se escriben igual pero en diferentes sentidos, por eso escribir “ajora” en lugar de “ahora” nos es tan descabellado.
Con estas herramientas para radio nació el programa Sonidos y sentidos. Tiene varios segmentos: El mundo de Juanita, Debate, Inspirándonos, Lo que no veo en radio, Telón radial y desde el estudio. En los segmentos se emplea la descripción de lugares turísticos, entrevistas, testimonios de personas que inspiran. Pensando en invidentes se describen los pasos para movilizarse y hacer trámites cotidianos; también radioteatro y un programa de música. Sonidos y sentidos no es un buen programa por ser hecho por invidentes, sino porque se lo hace con rigurosidad.
Luego de 3 meses y medio en el primer módulo de interaprendizaje, nos preguntábamos cómo transmitir lo que significó estar vinculados con este espacio. ¿Cómo explicar esas emociones que nos llevaron a las lágrimas? ¿Enfrentar al público a la oscuridad o a luz completa? ¿Cómo…? Así que en el acto de ‘clausura’ pedimos a los asistentes vendarse los ojos para escuchar a Milton Hernández, uno de los talleristas invidentes, y un resumen de audios que explicaba lo hecho en esos 3 meses y medio. Yo estaba vendada igual que los 40 asistentes al evento y puedo jurar que la voz de Milton era mucho más armoniosa, que pude percibir lo que sentía mientras hablaba; noté cuando empezó a leer, y cuando dejó de hacerlo; cuando dijo lo que le salía del corazón.
También puedo asegurar que el resumen, que lo habíamos escuchado muchas veces, se convirtió en uno diferente.
Adriana León, voluntaria en el proyecto y que actuó como maestra de ceremonias, no se vendó, así que fue testigo de las expresiones de los que vendados nos desesperamos, quizá inconscientemente, buscando un poco de luz.
Intentando explicar, enfrentar, decir, terminamos por explicarnos a nosotros mismos que esto apenas empieza. Terminamos por enfrentar la realidad de que nada de lo que hacemos descubre algo nuevo, apenas es un intento por entenderlo.
La clausura fue emotiva, quizá como un reflejo de lo que habíamos vivido durante esos meses. Queríamos no olvidarlo nunca… porque ahora cada sonido, tiene mayor sentido.