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Durante décadas, esta mujer se ha dedicado a prepararlos en su vivienda en atuntaqui
Solo en la tarde puede encontrar los tamales de Piedad Jácome
Las cortinas están entreabiertas y por la ventana se distingue la menuda figura de Piedad Jácome. Todavía no son 15:00, la hora acordada para la entrevista, así que es mejor aguardar detrás del portón de madera de su vivienda. Fue fácil llegar a su casa; todos saben dónde vive; la conocen desde siempre, desde que conquistó los paladares de los habitantes del cantón Antonio Ante con sus tamales.
Aún no ha nacido la persona que los prepare mejor que esta mujer. De eso dan fe sus vecinos, amigos, y familiares. Ha llegado el momento de conocerla en persona. Sabemos que sus tamales son únicos, que es un mujer humilde y trabajadora, que se ha sacrificado para educar a sus hijos, que es madrugadora, pero hay que verla en persona y conversar con ella para constatarlo. Una de sus 3 hijas abre el portón y llama a su madre que aparece casi de inmediato con las manos embadurnadas de harina de maíz.
No es la primera vez que la entrevistan. En su sala exhibe los recortes, ya amarillentos, de los periódicos en los que se despliega su historia con sus fotos. En la mayoría de ellas aparece con su dental a cuadros. “Mire, aquí mismo en mi casa preparo los tamales con la ayuda de mi hijita”. Piedad, de 85 años, está siempre rodeada de familiares que la ayudan en la preparación. Tiene 7 hijos, 16 nietos y 5 bisnietos y forma parte de la tercera generación dedicada a preparar este bocadillo.
En un fin de semana puede cocinar más de 100 tamales; todos se venden a la gente de Atuntaqui, Ibarra y Quito que acuden a partir de las 17:00 a su casa para adquirir este producto. “Empezamos a las cinco, porque es una buena hora para la venta. Es la hora del cafecito”, dice entusiasmada. Con 84 años, Piedad tiene una vitalidad envidiable. Se despierta todos los días a las 5:00 de la mañana para empezar la preparación.
La primera tarea es cocinar la carne de pollo con la que se rellenan los tamales. Dos horas después, ella y sus hijas preparan la masa y varias veces introducen una cuchara para constatar su consistencia. La masa no puede estar ni pegajosa ni dura: “Sueltita está bien”.
Cuando alcanza esta textura se le agrega raspadura, manteca de chancho y se la amasa en la batea. Lo que viene después es una tarea de titanes, porque hay que elaborar un refrito, hay que condimentar el pollo, cocinarlo, entre otras tareas que dejan exhausto a cualquiera. Cada tamal tiene un valor de $ 0,50, un precio que se ha mantenido desde hace varios años para no perder la clientela.
Piedad aprendió la preparación de su madre y esta, a su vez, de su abuela. Recuerda que cuando su madre aprendió a elaborar tamales, ella era tan solo una niña. Pese a su corta edad, ella también adquirió los conocimientos para elaborar este bocadillo. “Desde que tenía 8 años mi mamá trabajaba haciendo los tamales. Incluso cuando ya me casé seguí no más trabajando con ella”.
Al principio, ella y su madre solo preparaban los tamales en la época navideña, pero conforme se incrementaba la clientela decidieron elaborarlos todas las semanas.
Sus hijos la apoyaron y no solo contemplaban cómo los preparaba, sino que se distribuían el trabajo para que el producto se elaborara más rápido. En la época navideña, muchas instituciones le han solicitado la preparación de tamales especiales, pero —según afirma— ella prepara los mismos tamales que vende durante todo el año en la temporada de Navidad. “Son igualitos, del mismo tamaño y del mismo sabor”.
Su negocio funciona en su casa
Piedad no ha conseguido adquirir un local para vender sus tamales. Pese a tener tantos compradores, el dinero de las ventas no le alcanza para invertir en un local. Su casa es el sitio donde prepara estos bocados y es en este mismo lugar donde los vende. Abre las puertas de su vivienda a las 17:00 y a los pocos minutos aparecen los primeros compradores.
En su casa ni siquiera ha colocado un letrero para que la identifique: quizás en esta época sean pocos los locales que puedan darse el lujo de no contar con ninguna campaña publicitaria para atraer a los clientes. “Aquí la gente viene porque ya me conoce”. (I)