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Un recorrido por el museo viviente
Otavalango, entre la leyenda y la utopía
Otavalo ha sido siempre una ciudad histórica y legendaria. Su propio origen se remonta a miles de años antes de la llegada de los incas y fue la cuna de lo que erróneamente se llamó, en los años 60, ‘Homo Otavalensis’, un polémico hallazgo arqueo-antropológico, cuya datación original fue de 28 mil años.
Así lo reveló una primera medición antropométrica realizada por la Universidad de Cambridge publicada en un polémico ensayo por el arqueólogo soñador Cesar Vásquez Fuller.
Poco tiempo después esta hipótesis fue descartada, pues su ratificación hubiese significado echar al tacho de la basura todo el trabajo de Paul Rivet y de decenas de científicos eurocentristas sobre el origen del Hombre Americano, pues el Homo otavalensis era, según los primeros datos, miles de años anterior a los primeros hombres americanos que los científicos presentaban como dogma. Lo cierto es que el cráneo original reposa a buen recaudo en una universidad inglesa, y como no hay quien reclame estas cosas solo devolvieron a Ecuador una réplica que creo está en la Universidad Católica de Quito.
A mí particularmente me asaltan mil dudas, siempre tuve y tendré la sospecha de que hay algo más con relación a este tema; las dudas no se despejarán hasta que no nos devuelvan al Homo otavalensis original para que científicos con conciencia identitaria le realicen otro examen público y definitivo.
Pero lo cierto es que la importancia de Otavalo viene desde mucho antes de la historia del Ecuador. Fueron los otavalos, cayambis y caranquis quienes detuvieron por muchos años la arrolladora invasión incásica; según otras hipótesis, Huayna Cápac desposó —como estrategia de pacificación—a la esposa del cacique Otavalo, muerto en la guerra de resistencia y de cuya relación nació Atabalipa (Atahualpa), gentilicio que tendría que ver con el término Otavalo, cuyo significado para unos es “pueblo que siempre está de pie”, pero para otros significaría “cobija de todos”. Para mí, ambos significados son ciertos.
De todas maneras, los incas vencieron, pero su reinado duró muy poco tiempo pues coincidió con la conquista española.
Según Víctor Alejandro Jaramillo, los españoles establecieron en Otavalo la cabecera de un inmenso corregimiento que tenía como frontera el río Guayllabamba, al sur, y Popayán, al norte, y cuyo corregidor fue Sancho Paz Ponce de León.
Por estos tiempos se establecieron 2 famosos obrajes para aprovechar la sabiduría textil de los otavalos: el obraje Mayor de Otavalo y el obraje de San Joseph de Peguche, años después, en 1835, obraje de San Pedro, que funcionó como tal hasta 1850.
Este último, del cual se tiene información documentada desde 1821, tuvo como propietario a José Félix Valdivieso, quien fue gran amigo de Simón Bolívar y de Antonio José de Sucre, motivo por el cual el Libertador y el Gran mariscal de Ayacucho habrían pernoctado en la casa hacienda de este obraje cada vez que pasaban por Otavalo, antes de la Batalla de Pichincha en 1822 y de la histórica Batalla de Ibarra en 1823, en la que por fin se refrendó la Independencia.
Este afamado obraje se transformó después en la Fábrica de Cobijas San Pedro, cuya propiedad pasó de la mano de los Valdivieso, a las de Modesto Larrea y de este a la de Pedro Pérez Pareja, en 1850.
En el año 1856, en el gobierno de Francisco Robles, la fábrica fue equipada con tecnología de punta con maquinaria traída desde Boston, con lo que se convirtió en una de las empresas capitalistas más prósperas del país, según palabras del embajador estadounidense de esa época Friederich Hassaurek.
No obstante, debido a estas modernizaciones, San Pedro jamás pudo descartar el irremplazable ingenio textil de los indígenas de Otavalo. Había transcurrido una década y media cuando, en 1868, se produjo el más devastador de los terremotos de la historia reciente; el epicentro se ubicó en la denominada Falla de El Ángel y afectó un vasto territorio desde Colombia hasta Guayaquil dejando a Ibarra, Otavalo, Atuntaqui y muchas otras ciudades reducidas a escombros.
En este terremoto se destruyó la Fábrica San Pedro y falleció no solo su propietario, Pedro Pérez, sino obreros y obrajeros indígenas.
Reconstruida la fábrica, esta funcionó hasta finales de los años setenta que estuvo bajo la propiedad del italiano Pietro Miranda. En esta época se formó el primer sindicato de obreros.
En 2011, los indígenas que fueron explotados por generaciones en este histórico complejo obrajero-industrial decidieron recuperar la Fábrica San Pedro para convertirla en el museo étnico Otavalango para reconstruir una parte importante la historia de Otavalo.
Desgraciadamente solo quedan sus edificaciones devastadas por el tiempo y los recuerdos de quienes fueron protagonistas en su emblemático apogeo y decadencia. (I)