En América Latina existen muchas tradiciones ancestrales que están presentes a lo largo de su historia. Una de las más populares es la pelea de gallos. Por el momento, no existe un registro exacto que revele en qué momento las peleas de gallos se convirtieron en espectáculo, pero en Ecuador esta actividad convoca a pobladores de la Sierra, Costa y Oriente. Esmeraldas, Manabí, Tena, Cayambe, Otavalo, San Antonio de Pichincha y Carchi, son escenarios donde continúa esta práctica.

Antiguamente, las peleas de gallos se realizaban en las plazas de los pueblos, donde los aficionados formaban una bomba, alentando al gallo de su predilección. Se acotejaban las aves, se ponía la apuesta, daba la partida el juez y peleaban los gallos.

Actualmente, en varios pueblos se han creado galleras, que cuentan con un espacio para la pelea y graderíos para la comodidad de los espectadores. Las peleas se realizan bajo ciertas normas que van desde la cría del gallo fino, la forma de pactar las peleas, el peso, el tipo de espuela (normal o postiza), entre otras. Las lidias se realizaban todos los domingos y duraban una hora. Posteriormente, el tiempo se acortó a media hora, y en la actualidad las peleas duran máximo 10 minutos.

En la provincia del Carchi, esta costumbre se realiza en las fiestas del Novillo de Bombas, celebrado en los primeros días de febrero en Honor a la Virgen de la Caridad y en agosto de cada año en conmemoración a la cantonización de Mira.

Según el catedrático e investigador mireño, Francisco Ulloa, existe mucha tradición en torno al significado de la pelea de gallos y puede considerarse como uno de los aportes más profundos en la transculturación entre España y América Latina. “Con variantes menores en el estilo de pelea, el gallo es de muy difícil cuidado, de muy difícil crianza y tiene un entrenamiento especial, tanto en la preparación física del gallo para la pelea como en la alimentación misma.

Estos gallos conjugan 3 condiciones en la arena. Primero, son combativos; segundo, tienen un ‘tino’ o acierto al ganar con una sola patada la pelea; y, finalmente, los gallos deben estar siempre alertas en la contienda”.

Para los galleros profesionales mantener la raza y la calidad de los animales es una tarea difícil y cara. Actualmente, el costo de un gallo de pelea puede llegar a los $ 2 mil y su alimentación representa una inversión de $ 200 al año.

Asimismo, la mezcla de gallos españoles con ecuatorianos, peruanos y colombianos, ha dado lugar a una nueva raza de animales finos, considerados los mejores de Latinoamérica y, por ende, los más cotizados.

Otro de los participantes de esta práctica es el juez, considerado la autoridad máxima responsable de controlar el tiempo de la pelea; revisar las espuelas de los animales y mantener libres y despejados los accesos al ruedo con el propósito de garantizar la comodidad y seguridad física del público. Otra de las tareas consiste en examinar que los gallos no tengan ninguna ventaja o trampa.

Gana generalmente el 5% de la base de la apuesta oficial que se hace y cuando hay un empate, el juez cobra el 2,5% a cada uno de los dueños de los gallos. Los montos de las apuestas dependen del prestigio del gallo. Existen encuentros que se pactan hasta en $ 10 mil.

Según el investigador Francisco Ulloa, las apuestas dependen del dueño del gallo, si tiene solvencia económica va solo en la apuesta y por fuera podrán apostar otros, pero si el dueño del gallo no puede cubrir el monto que exige el contrincante, pide ayuda a otras personas para la apuesta inicial.

“Hay apuestas que se ‘cazan’ (hacen) cuando está ocurriendo la pelea como tal, un espectador puede apostar inicialmente por un gallo, por el otro y por el empate, así que nunca pierden”, indicó Ulloa.

Los galleros suelen visitar diferentes ciudades para realizar concursos entre gallos, este es el caso del cantón Mira. Esta localidad, en los meses de febrero y agosto, acoge a los pobladores de Pimampiro (Imbabura), El Hato (Azuay), Ibarra (Imbabura), Pueblo Viejo (Los Ríos), Ambuquí (Imbabura), Tulcán, Bolívar, entre otros. Además de las peleas, el lenguaje que se utiliza dentro de las galleras es importante, la ‘palabra de gallero’ representa a un hombre que cumple sus compromisos y que no hay duda de su honestidad para pagar la apuesta aunque para ello tenga que hipotecar sus bienes.

Según el gestor cultural Juan Ruales, las peleas de gallos están asociadas con la virilidad, de hecho, hay una especie de sincretismo viril entre el gallo y su dueño, a tal punto que no es el gallo el que se está midiendo en la arena, sino su dueño a través del animal. “Aunque es considerada una actividad exclusivamente masculina, en algunos lugares, donde las mujeres son las terratenientes, son ellas las que asisten para apostar a sus gallos”, dijo.

Con el aparecimiento en las últimas décadas de la conciencia ecológica y el cuidado de animales, se considera a esta costumbre como un acto cruel contra los derechos de los gallos y en algunas partes ya se prohíbe su práctica. “Hay quienes consideran criminal el hecho de mantener las peleas de gallos como tradición, generando una controversia en torno a esta manifestación cultural, aunque los galleros se dan modo para realizar sus palenques aunque sea en la más riesgosa clandestinidad”, señaló Ruales.

En nuestro país, el Código Orgánico Ambiental, que se encuentra a la espera de la consulta prelegislativa, cita en el artículo 56, que se considera como un acto prohibido, involucrar a un animal en combate o pelea, como forma de entretenimiento o espectáculo público o privado. Se exceptúan las peleas de gallos que serán reguladas por los Gobiernos Autónomos Descentralizados Municipales y Metropolitanos. (I)