El patrimonio tangible e intangible conserva la historia de los pueblos
La cultura es parte de la reconstrucción
La naturaleza, como ser vivo, está en proceso constante de autoformación, sus eventos naturales son, a más de inevitables, necesarios en este transcurso viviente. Esos eventos se convierten en catástrofes cuando la especie humana por desconocimiento o irresponsabilidad se asienta en lugares donde pueden darse estos hechos con toda una secuela de sucesos económicos, sociales, políticos y culturales, muchos de ellos irreparables, como la pérdida de vidas humanas, pero también de vestigios de la cultura material que constituyen la huella digital de una nación, de un pueblo.
En cuanto a los impactos económicos negativos, con el tiempo se pueden remediar si se generan políticas públicas de recuperación de la industria, el comercio, la agricultura y el turismo; acompañadas de medidas educativas de conciencición ciudadana para que se convierta en sujeto activo de la reconstrucción. Desde ese momento, la cultura entra en acción, puesto que la educación, a más de ser transmisora de cultura, es un producto cultural. Así, con todo lo dramático y doloroso que son las pérdidas de vidas humanas, de igual manera lo es la pérdida de la memoria colectiva. Con la tragedia, no es solo un ser biológico el que deja de existir, también muere un ser cultural.
Siendo la cultura “todo aquello que no es naturaleza”, un terremoto destruye bienes, valores y manifestaciones culturales de la sociedad, borra buena parte de su patrimonio tangible e intangible, a veces para siempre, como es el caso de los bienes arquitectónicos o arqueológicos, bibliotecas y museos, laboratorios de investigación de los cuales solo queda el recuerdo y acaso alguna información documental. Genera migraciones forzadas, desaparecen redes y procesos culturales vivos. De esta manera, si cuantiosa es la pérdida económica que sufre una sociedad con un terremoto como el del 16 de abril último, tanto o más cualitativamente es la afectación cultural, cuyo impacto no se toma muy en cuenta porque sus indicadores de medición son más difíciles de establecer.
El enfoque sesgado economicista y materialista de los efectos de una catástrofe, nos puede volver miopes frente a la dimensión integral de la misma y por tanto; las políticas y estrategias que se implementen para superarlas, a la postre puedan no resultar. Vistas así las cosas, los enfoques de intervención en la zona del desastre deben ser integrales; considerar todos los aspectos, lo económico, lo político, lo social y lo cultural, en el más amplio espectro que estos términos significan, pues las actividades humanas, sin excepción, tienen una dimensión cultural que, de no tomarla en cuenta, pueden devenir en una impostación de medidas paliativas momentáneas, pero que pueden volverse pústulas y terminar corrompiendo tejidos socio culturales ancestrales con secuelas de desintegración familiar, migración, conflictos internos y desarraigo identitario.
En este campo, las universidades públicas, como parte del Estado, deben intervenir con un enfoque holístico del problema. Desde la investigación-diagnóstica de los impactos, hasta diversas intervenciones en cada una de las aristas de la destrucción. Así, sin dejar el dolor y la solidaridad, una desgracia de esta naturaleza se convierte en un laboratorio viviente para la investigación y las universidades del país, sin siquiera modificar su malla curricular, pueden redirigir su atención científica, investigativa, técnica y cultural hacia las zonas afectadas, incluso en áreas académicas donde los sílabos podrían ser adaptados al análisis de las aristas socio-económicas y culturales que genera un evento de estas proporciones.
La vinculación de la academia con el entorno se volvería pertinente, oportuna y solidaria al mismo tiempo y ya no un simple evento de obligatorio cumplimiento para la obtención de una nota. Conlleva la toma de conciencia por parte de estudiantes y docentes sobre un problema social concreto y sobre la práctica de valores altruistas que toda universidad debe inculcar en sus alumnos, a la par de entregarles los rudimentos de la ciencia.
La Academia no puede ser ajena a este problema, no solo en acciones de solidaridad inmediatas, sino en el diseño a mediano y largo plazo de estrategias de intervención científica y cultural que apunten a resultados dentro de una marco de planificación establecido por el Estado y las universidades. (I)
DATOS
57.481 personas voluntarias están registradas y brindan ayuda a los damnificados de las provincias afectadas por el terremoto pasado.
La Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos indicó que tras el movimiento telúrico de 7.8 grados, en Ecuador se registran 663 fallecidos, nueve desaparecidos y 6.274 heridos.
Se ha dotado de 25 unidades educativas móviles prefabricadas que acogerán hasta 75.000 alumnos de las 166 escuelas que tienen afectación mediana y grave en las zonas más golpeadas.
Se han instalado en total 37 albergues y 214 refugios. En esos lugares, ubicados en donde la destrucción fue mayor, pernoctan 7. 319 familias que perdieron sus hogares.