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Las tradiciones y más expresiones culturales se conservan en la zona norte del Ecuador

El polifacético Luis Aníbal López, el trabajador que emprende a diario

Luis López fue un representante de la cultura popular de Imbabura, su voz amenizó cientos de fiestas de fin año con sus creaciones de ‘testamentos’ antes de la quema del monigote de año viejo.
Luis López fue un representante de la cultura popular de Imbabura, su voz amenizó cientos de fiestas de fin año con sus creaciones de ‘testamentos’ antes de la quema del monigote de año viejo.
Foto: Juan Carlos Morales
25 de junio de 2016 - 00:00 -

La luz era tenue. Atrás, una escenografía de grandes lienzos, hechos en papel cartón, y una mesa con florero en el medio. Los actores estaban con sus trajes relucientes. El público, que hasta hace poco murmuraba, ahora permanecía en silencio. Era la escenificación del poema ‘Reír llorando’ del mexicano Juan de Dios Peza, que trataba sobre un payaso que buscaba, vanamente, un remedio para su alma ante la mascarada perpetua de la vida: “Aquí aprendemos a reír con llanto / y también a llorar con carcajadas”.

Un niño, que hasta hace poco era monaguillo, observaba con detenimiento cada acto, en el teatro Humboldt, en Pimampiro.

Al salir de la obra escuchó en la radio un tema de moda de Jorge Negrete, titulado ‘El hijo del pueblo’: “Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde…”. Mientras anotaba en su libreta esta letra, el tema le recordó que debía acudir a sus faenas como peón de tierra ajena y, más tarde, llevar la leña al hogar, como casi todos los habitantes de un Pimampiro bucólico, que aún conservaba la leyenda del siglo XVII. Se contaba que los nativos del lugar se llevaron la campana de la reciente construida iglesia hacia el Oriente, en un descuido de los curas doctrineros que se fueron al Valle del Chota. Estos clérigos les habían puesto el ojo a los indígenas para, en complicidad de los nuevos conquistadores, arrastrarlos a las penurias de las mitas y obrajes. Dicen que aún esa campana se escucha a la distancia.

El niño se llamaba Luis Aníbal López y, durante larga parte de su vida, siguió una máxima: siete oficios, mil necesidades, pero nunca se amilanó. Fue agricultor de aguacates, partidario, cargador de leña, panadero, zapatero, peluquero, aunque lo suyo era la música popular y los testamentos de fin de año para su pueblo. Por eso, un día, junto con amigos como Édgar Vicente Vega y Ataúlfo Castillo formó el trío Los Latinos, en el que cantaban principalmente boleros y pasillos, como el recordado ‘Rosas’, letra de Manuel Terán y música de Carlos Brito. Después de pasar por las agrupaciones como Los Norteños o Los Nativos se le ocurrió una idea: tener su propio escenario.

Así que con su inseparable amigo Édgar y 2.100 sucres que juntaron abrieron el flamante salón Apolo 11, en homenaje al reciente viaje lunar a cargo de Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin E. Aldrin, allá por el 16 de julio de 1969.

Solo unos años duró la experiencia, para no terminar en la completa bohemia. Fue en esas tablas donde un joven Segundo Rosero, también de Pimampiro, cantaba sus primeros temas antes de saltar a la fama. Fue así que Luis, mientras componía la canción, a ritmo de cachullapi, ‘Algunas hierbitas más’, se dedicó a amenizar las fiestas de fin de año en Pimampiro, con sus creaciones de testamentos, y su propio elenco de actores, tal como había visto en los sainetes siendo niño y comía el tostado de manteca de mama Teresa, su madre, por lo que su apodo fue Lucho Tereso que lo llevó con orgullo porque nunca conoció a su padre. Pero desde esa época su situación había cambiado. Tras ingresar al negocio de la venta de cerdos hornados —unos 3 mil en 11 años, según sus cálculos— la situación familiar mejoró hasta instalar la panadería Fanny, donde él mismo amasa. Está casado con Blanca Chamorro y tiene 2 hijos, uno de ellos capitán de aviación.

Ahora, en su casa esquinera, donde conserva una gran fotografía de su trío musical, este hombre de sonrisa amplia, afina su guitarra para cantar sus propios temas que, curiosamente, no han sido aún grabados porque siempre se ha creído que lo popular no vale la pena preservarse. De allí, es preciso mencionar el estudio de la cultura popular de Pimampiro realizado por el profesor Juan Chávez, para la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura, donde incluyó los aportes de Luis Aníbal López.

El valor de este hombre radica en que es un genuino representante de un Pimampiro que, como en todo lugar, está agobiado por una música que llega desde afuera, una música comercial que no cuenta nada de la realidad en que se vive. (I)

Luis López fue un personaje que representa, con boleros y pasillos, la esencia musical del cantón Pimampiro en la provincia de Imbabura. Foto: Juan Carlos Morales

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