El Alcalde que dejó la sotana para servir
Ganó. “Ahí raspando, como quiera, pero ganamos”, sostiene Walter Villegas, quien vivió una historia con altibajos hasta llegar a los comicios del 17 de febrero de 2014 y vencer al candidato oficialista.
El Alcalde del cantón Mira, un pueblo del sur de la provincia del Carchi con 12.180 habitantes —según el censo de 2010— y una extensión de 587,35 kilómetros cuadrados, considera que Dios le ha “premiado con un pueblo tan bello”, porque fue el pueblo de Dios el que le ha llevado y le ha recompensado.
Ese mismo pueblo lo conoció hace casi 21 años como sacerdote, luego como laico y ahora como su gobernante. Mira conoce su historia, pero quién mejor que él mismo para contarla.
El 10 de enero de 2014 Villegas estaba en su tercer día de campaña. Un año después, en una de las calles principales de la localidad, se toma unos minutos para conversar sobre su vida. Es sábado, un sábado distinto porque los estudiantes acuden a clases y hay atención en las entidades públicas para recuperar la jornada de fin de año.
Espero que el Alcalde me reciba en su despacho, con la vestimenta formal que suele acompañar a una autoridad, pero no es así. Son las 09:25 y el edificio municipal, frente al parque central, está cerrado. Ningún funcionario acude a trabajar ese día y el Alcalde no aparece.
El reloj marca las 09:38 y lo veo dirigirse al parque. Se encuentra con un anciano que camina apoyado en un bastón y en compañía de una mujer. Villegas los saluda y abraza al señor, conversan unos segundos y decide continuar hacia el Cabildo.
Su facha es informal: lleva un buzo plomo con detalles en rojo y gris oscuros, jeans y zapatos color miel. Nos saludamos y hace una breve llamada. Decidimos que es mejor ubicarnos en otro sitio para la entrevista. Un bordillo del parque reemplazará la oficina. Le pido que me cuente su historia. “Perfecto”, dice, y empieza a desmenuzar sus 53 años de vida. ¿Qué experiencias pudo tener en tanto tiempo? Puede pasar de todo y él lo sabe.
La muerte de monseñor Arnulfo Romero lo unió a Dios
A casi 2 mil kilómetros de distancia de Ecuador, en Guaymango (El Salvador), el 7 de junio de 1961, Walter Villegas e Irma Guardado recibieron a su primer hijo: Walter de Jesús. Un nombre que quizá marcó su destino o al menos una buena parte de su vida.
Su familia es extensa: 109 primos por el lado materno y lo atribuye a que su abuelo era terrateniente en ese “país muy chiquitico” que es El Salvador.
Esta nación cafetera ha sido testigo de la migración continua y Walter fue uno más de los miles de salvadoreños que salían hacia Costa Rica y Cuba para un intercambio juvenil, o hacia Guatemala y Panamá para concluir el bachillerato.
“Pero mi historial ya estaba marcado como hombre de izquierda. (…) Mi marca estaba dada en que era un joven peligroso por mis ideales. Y tuve que salir a Panamá (…) Era director del Movimiento Estudiantil Revolucionario y en aquella época vestirse con una boina o ser partícipe de la izquierda era buscar la muerte”, recuerda.
Es que la muerte acechaba su paso como pan de cada día. Cinco cuerpos represivos, cadáveres de jóvenes en las calles. Y la otra cara del país era la gente huyendo de la muerte, un riesgo latente incluso para quienes estaban más cerca de Dios como monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado, así como varios intelectuales jesuitas de la Universidad Católica de El Salvador.
¿El asesinato de Monseñor Romero fue una muestra de lo que le podía ocurrir? Luego de un triple sí, Walter Villegas sostiene: “Porque él era oligarca, un obispo con tendencia al poder. Pero él, al ver la muerte de sus hermanos sacerdotes, al ver la miseria, al ver el abandono de los seres humanos, se dedicó a la defensa de los sin voz. De ahí surge esa frase: ‘La voz de los sin voz’, la frase de monseñor Romero”.
Fue así que decidió seguir los pasos de Romero y lo primero que necesitaba era ser sacerdote. La Paternidad Misionera de María lo acogió para estudiar Filosofía y Teología. Luego fue a México, en donde revivió la realidad de su país en La Candona, Chiapas. Allí dio el primer paso como hombre de Dios: se ordenó sacerdote.
Pasó por Guatemala y Perú antes de aterrizar en Ecuador. En un primer momento no quiso venir, pero tenía que hacerlo para cumplir su destino y —como él dice— Dios sabrá por qué lo hizo.
Para los mireños siempre será el ‘padre Walter’
Walter Villegas habla sobre Dios cada que tiene oportunidad. Lo hace con una voz serena. No quiere dejar de predicar. Además, a los mireños tampoco se les ha olvidado que fue sacerdote y todavía le dicen ‘padre Walter’.
Por ahí dicen que el sacerdocio imprime carácter y quizá tienen razón. Él asegura que todavía podría confesar a quien lo necesite en un caso de emergencia.
Este exsacerdote con rasgos de militante de izquierda se dedicó a realizar cambios físicos y espirituales en la iglesia de Mira. Luego de cambiar la sotana por un terno y una corbata, se propone hacer lo mismo en el Municipio.
La primera vez que fui a buscarlo —un jueves—, mientras esperaba fuera de su oficina en la tercera planta del Municipio, una señora que aguardaba para reunirse con él descubrió que paseaba por los pisos para inspeccionar el estado de la infraestructura.
Ese mismo día, por los pasillos del Municipio se anunciaba que el Alcalde tendría una reunión y, a medida que avanzaban los minutos, ya éramos 6 los que esperábamos hablar con él. Cuando parecía que tendríamos que volver más tarde, lo vimos subir las escaleras para atendernos. De él es común el “buenos días de Dios”, “a la orden”, “que le vaya bien”, “un buen día”. Si la gente lo ve, él saluda y si tiene que recibir a un concejal, lo hace.
Su familia superó los comentarios de la gente
En sus 53 años de vida las experiencias no siempre han sido alegres. A medida que fluye la conversación se atreve a contar que hace poco terminó de pagar los $ 9 mil que le costó la atención médica de su esposa, Rita Clavijo, en una clínica de Ibarra, a consecuencia de una parálisis provocada por una discusión con otra persona.
Villegas dejó el sacerdocio en 2003 y un año después decidió casarse por la vía civil. Ahora él cuida de su esposa, pues continúa con las secuelas de su padecimiento.
Lourdes Muñoz, Amada Bolaños y sor María Xavier Calle —las 2 primeras, excolaboradoras del padre Walter, y la última, actual rectora de la Unidad Educativa Fiscomisional León Ruales— coinciden en que fue difícil aceptar su decisión de contraer matrimonio.
La reacción obedeció a que en Mira se acostumbraron a verlo como sacerdote. Amada Bolaños dice que prefiere que se haya retirado: “Pero sí le admiro. Él tuvo la valentía de lanzarse al mundo. (…) El escándalo habría sido que estuviera viviendo con su mujer, calladito y nosotros tal vez sin saber”.
Cada poblador que conoció a Villegas en el sacerdocio sacará su propia conclusión. Por ejemplo, Denisse Clavijo, sobrina de la esposa del Alcalde, confiesa que recibirlo en su familia significó una faceta interesante y fuera de lo común en su vida, ya que ante sus ojos aún era el ‘padre Walter’.
Admite que llamarlo ‘tío’ era extraño al principio, pero el carácter del funcionario, su forma de ser y su solidaridad hicieron que los complejos sociales, las críticas o murmullos de los vecinos de la localidad dejaran de importarle a la familia y lo aceptaran.
“Lo valoramos por lo que es, por lo que hemos vivido juntos”, manifiesta la sobrina, quien asegura que llegó a quererlo como si fuera un segundo padre.
Las situaciones polémicas no han faltado en la vida de Villegas. En 1994, cuando llegó a la parroquia junto al padre Francisco Recinos, el párroco Galo Rosero se negaba a entregar la parroquia a los “padres jóvenes”. En los comicios de 2009 cree que hubo fraude y que no pudo responder correctamente ante ello por su “ignorancia política”.
Hace un año lo buscaban para integrar la lista de Alianza PAIS, pero decidió unirse a la Alianza Integración Democrática-Avanza, con la que ganó por 127 votos de diferencia.
Germán Villota, concejal urbano de Mira, consultado en su casa, no oculta su sorpresa cuando le propongo hablar de política. Ha criticado algunas decisiones del burgomaestre: cree que algunos ofrecimientos de campaña —como la conversión del centro de salud y el subsidio total al transporte público— son imposibles e inadecuados para la realidad mireña, a lo que se sumaría la contratación excesiva de personal.
La conversación con Villegas es fluida y para concluir caminamos hacia la Unidad Educativa León Ruales. En la entrada principal aparecen el representante de la Misión Manuela Espejo y su hombre de confianza, Edwin España, con quienes dialoga.
Cualquier lugar es bueno para una reunión ‘relámpago’ con la gente. Es hora de despedirse y cuando agradezco por su colaboración, me dice: “Seguiré caminando, pero quiero decirle algo: con usted me he confesado”. (I)