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Ecuador, 12 de Febrero de 2025
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César dejó el arte por los helados

César (64 años) reside en Tanguarín, en la parroquia San Antonio de Ibarra. Este emprendedor se dedica a la venta de helados desde hace 44 años. Foto: Santiago Puetate
César (64 años) reside en Tanguarín, en la parroquia San Antonio de Ibarra. Este emprendedor se dedica a la venta de helados desde hace 44 años. Foto: Santiago Puetate
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Antes de vender sus helados recita el salmo 118: “Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad”.
No grita, solo sostiene su biblia de bolsillo y cuando ha finalizado ofrece helados de diferentes sabores: de mora, coco, chocolate, taxo, el sabor es lo de menos.

Lo espero sentado en el parque Germán Grijalva. Los minutos transcurren y la espera se prolonga.
Son las 12:00, hora en que llega a trabajar. Su paso por este sitio es transitorio, es como un oficinista que llega, timbra su tarjeta y se va.

César Orbe llega todos los días, toma un autobús e inicia su trabajo, que depende de una línea de colectivo. En el trayecto de ida y vuelta termina la venta de sus helados.

Es tal como me lo dijo Patricio Mena, su colega de oficio, quien lo conoce desde hace algún tiempo.
El heladero viste camisa y gorra blanca impecables, pantalón de paño azul y zapatos negros. Un rosario y una estampa de la Virgen del Quinche, distinguibles a simple vista, cuelgan del bolsillo de su camisa.

Elegante y educadísimo me saluda como si nos conociéramos de toda la vida. A las 12:15 llega el primer bus hacia la parroquia La Esperanza y lo abordamos.

Los niños del autobús bromean con él y él no tiene ningún problema en que lo molesten. Es parte de su trabajo. David, de 9 años, estudiante del Colegio Nacional Teodoro Gómez de la Torre, grita: “¡heladero heladero!, ¿tiene helado de cebolla?”. Don César contesta: “no tengo de cebolla, porque esta mañana se me ha enfriado la olla”. Roberto, de 5 años, dice: “¡heladero heladero!, ¿tiene helado de piedra?”. “No tengo de piedra, porque no me ha crecido la hierba”, responde; para terminar, Joaquín de 10 años pregunta: “¡Señor señor!, ¿tiene helado de lápiz?”. César, con una sonrisa en el rostro, le dice: “no tengo helado de lápiz, porque así tú te vuelves medio ágil”.

César tiene el don de contagiar su buen humor. Es carismático y no pierde el entusiasmo.
Este heladero tiene 64 años y reside en la parroquia Tanguarín. Comenta que se dedica a este oficio desde hace 44 años. Cuenta que fue escultor, pero por problemas en la vista cambió de labor. Su esposa, Dolores Padilla, también interviene en la elaboración de los helados. En este oficio, como dice él, no podía faltar “la ayuda de Dios”.

Confiesa que es apasionante conjugar su trabajo con la fe. El único objetivo de César es demostrar la alegría y el amor a Dios por medio de una rima —y lo hace bastante bien—. Quiere sembrar la paz, la armonía y la alegría en todas partes.

Nos bajamos del autobús. Abordamos un segundo, un tercero y hasta un cuarto para finalizar la venta de los helados. Como un mochilero en busca de un aventón, así pasan sus días.

César Orbe es un personaje reconocido en la urbe por su don de gentes y su forma característica de vender el producto. Nada parece deprimirlo ni preocuparlo. Ni siquiera se molesta cuando parece que ha perdido la tapa de su contenedor de hielo donde guarda los helados. Está seguro de recuperarla. Empieza a leer la Biblia, pero no descuida la venta.

Un bus, otro y otro y su tapa ya está otra vez donde debe estar. “Tal vez sea insignificante esto, pero para mí es una prueba que nuestro Dios me pone, nunca perdí la fe, hoy es un día muy frío y todavía no pierdo la fe de vender mis helados, si tu pierdes la fe, pierdes la vida”.

A diario vende 100 helados en la ruta de ida y vuelta en los autobuses de La Esperanza. Al final de la jornada inicia su regreso a casa.

“Me voy, tengo que hacer una oración con mi esposa de agradecimiento por este día y a seguir haciendo helados para mañana. Le deseo lo mejor y que Dios le bendiga”.

Sin nada más que decir, me despido. Lo miro de lejos y pienso en su labor y en la posibilidad de volver a encontrarlo en algún momento. Vivir una experiencia más con este personaje que forma parte de la vida de esta provincia sería un placer. Quizá, la próxima vez le pida un helado de chocolate. (E)

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