Un trote de relax en El Murciélago
Corriendo hacia el sur, con viento en contra, Daniela Quintero es imparable. Está concentrada en su mundo; va a paso continuo. Escucha al colombiano Andrés Cabas, con la canción Enamorándonos. Mueve los labios al ritmo de la música, pero solo por momentos, ya que eso la cansa más. A su derecha está el mar, que va y viene una y otra vez.
Mínimo tres veces a la semana esta profesora de idiomas acude a la arena de El Murciélago para trotar después de su jornada de trabajo. Afirma que es una rutina relajante, con la que se saca todo el estrés acumulado durante el día.
“Correr en la playa es épico”, indica aún agitada, por sus más de 45 minutos de ejercicios. Cuenta que empezó a acudir a El Murciélago en las tardes para acompañar a una amiga. “Fue a raíz de mi separación (hace 2 años). Desde el primer día vi que era una terapia mágica y que me hacía sentir cada vez mejor; la arena y el mar te recuperan”.
Para Quintero, guayaquileña radicada en Manta hace 13 años, el momento cumbre en su rutina “es a las 6:25 de la tarde, cuando pareciera que el sol toca el mar. No hay nada más relajante que ver eso en la playa, después de haber corrido”.
Las caras son las mismas desde hace algún tiempo. Daniela saluda con algunas personas, “pero más con el señor del coco, él siempre es bien amigable. Cuando vienes seguido, te das cuenta de que son las mismas personas”.
Otra de las personas que gusta de acudir a la playa pasadas las 17:30 es Miguel Vera. Él tiene esta rutina desde hace 3 años.
“Me estaba poniendo panzón y empecé a venir a caminar”, indica este mantense, quien destaca además que “bajé (de peso) desde el primer mes, pero ahora vengo porque me gusta relajarme; uno regresa a su casa papelito”.
Miguel, hasta las 17:30 trabaja en una empresa purificadora de agua, luego de lo cual se traslada hasta la playa, “para recargar energías”.
El profesor de educación física Frank Mendoza empezó a correr en la playa en 1992, cuando tenía 14 años. “En aquella época solo venían cuatro personas. Yo corría solito con un balón, mientras la tarde caía. A veces por el trabajo no podía venir en las tardes y lo hacía en las mañanas, pero lo mejor es ver la caída del sol aquí”.
Su rutina empezó 24 años atrás, cuando llegó a vivir a Manta. “Siempre me gustó correr, lo hacía todos los días en San Plácido. Pero no hay nada como disfrutar del mar mientras se hace ejercicios”.
Por lo general, Frank corre, pero cuando está acompañado por su esposa, Ana María Mendoza, camina. Cuando llega el atardecer, deja su actividad física y se sienta a ver cómo el sol se esconde tras el mar.
Ana María es doctora. Ella explica que hacer ejercicios en la playa ayuda a la parte emocional y mental, debido a que “el sonido del mar y el viento dan una sensación de tranquilidad única”.
Tanto Frank como su esposa recomiendan hacer ejercicios en la arena con zapatos adecuados. “Yo siempre ando con vendas, ya que este terreno no es compacto y hay muchos huecos”.
El sol pierde fuerza. Cuando la luz natural se acaba, resplandecen los reflectores del puerto. Acabó la jornada para los corredores, que de seguro volverán al otro día para ver el atardecer. (I)