La sal se “cosecha” manualmente en el norte de Manabí
Parte de las planicies de los enclaves marinos de San Jacinto, San Clemente y San Alejo (noroeste de Manabí) se pintan de blanco de agosto a octubre de cada año. Es la época de verano cuando más de 80 familias se vuelcan a la cosecha de sal en grano.
La producción del mineral y especia da réditos económicos hace más de 50 años a la zona.
Al lado derecho de la vía que conduce a Bahía de Caráquez, la actividad de “cosecha” que es manual y artesanal es visible incluso desde los autos en movimiento. Nilfrido Lucas vive en la zona y se dedica hace más de medio siglo a la actividad. Junto con cuatro ayudantes se interna en medio de las salineras.
Para facilitar la recolección se ayudan con palas. Nilfrido se desliza sobre un plástico negro que es colocado antes del momento de la siembra de la sal, como denominan al vertido de agua de pozo sobre el material flexible.
“Aunque no lo crea, el plástico que lo utilizamos hace 10 años nos facilita la tarea; es más rápido y sobre todo la sal queda libre de tierra como era antes, por eso es totalmente blanquita”.
Todo empieza desde las 05:00 de lunes a sábado. La idea es ganarle al sol, para que no afecte la piel de los cosechadores. Son los jornaleros que desprenden con relativa facilidad el mineral del plástico, luego lo acopian hasta ir formando verdaderas lomas de sal.
Están por doquier. A cada paso dentro de las parcelas de sal. Pero, ¿cómo es el proceso de siembra de sal? Manuel Alcívar, un jornalero con 25 años de experiencia, cuenta que primero se forma la parcela. Con la misma tierra se hace un terraplén, es algo similar a lo que ocurre en las camaroneras, pero a escala mínima de 10x30 metros.
Luego se vierte el agua que llega de pozos profundos. Con la ayuda de una bomba de succión, el líquido lleno del preciado mineral es depositado sobre láminas de plástico negro. Ahí reposa por ocho días hasta que se solidifica; después se necesitan ocho días más para que los cristales se resquebrajen naturalmente y se conviertan en sal en grano.
Alcívar sabe que el proceso es rápido, por ello mientras está cosechando una parcela, a otras que están vacías las vuelve a llenar de agua para que el proceso se repita una y otra vez y así aprovechar los días soleados que se mantienen con seguridad hasta inicios de noviembre.
Mientras Nilfrido y Manuel acopian la sal, el resto de ayudantes la ubican en el interior de sacos de nylon y ordenadamente se va formando una pila del mineral empaquetado. La tarea se repite en la amplia sabana. Son tres meses de intenso trabajo.
Para Nilfrido, este año el precio está muy bajo ($ 2,50) mientras que el año 2017 se cotizó en los $ 4. “Con 100 sacos teníamos $400; hoy apenas llegamos a $ 250. Pero son los precios del mercado”.
Los compradores llegan con camiones hasta el pie de las parcelas salineras. Embarcan el producto que se utiliza especialmente para mezclar con el alimento para ganado. También es aprovechado por quienes se dedican al negocio de la pesca.
La sal en grano es muy buena para salar el marisco que a su vez permite mantener la carne en buen estado mientras se llega hacia los puertos al desembarque del producto, comento José Cedeño, un pescador artesanal de la zona de Los Esteros en Manta.
El lugar, especialmente entre agosto y septiembre, es muy concurrido por los turistas que llegan especialmente de Quito. A más de disfrutar de las playas se dan un tiempo para observar de cerca la actividad de la cosecha manual de sal.
Francisco Torres, un visitador médico quiteño, llegó junto con su esposa y tres hijos. Por 4 años consecutivos ha viajado a Manabí, pero recién, hace 12 días presenció la actividad de “cosecha” de sal.
“Nunca pensé que sería así hasta que llega el producto a la mesa, hay tanta gente que trabaja duro en esto”. (I)
El mineral es acopiado hasta formar lomas y después es colocado en sacos para la venta final. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo