Los jefes de hogar celebran su día cada tercer domingo de junio
Padres marcan las vidas de sus hijos con el ejemplo del trabajo y la perseverancia
Sus manos se han enfrentado a la vida. El tiempo las ha deslucido, les han aparecido callosidades, brotaron literalmente del alma, del corazón de un padre trabajador y luchador. Joffre Miranda, de oficio albañil, no interrumpe su jornada, su piel se hizo resistente a los rayos solares que la tuestan 8 horas a diario.
Cuando habla de sus 4 hijos pasa su vida a un segundo plano. “Por ellos me he sacrificado, he trabajado para darles la educación y un buen futuro”, explica el hombre de 43 años, mientras carga materiales dentro de una construcción en la ciudadela Universitaria.
Entiende precisamente el significado de ser progenitor. Esa palabra encierra solo el amor y el materialismo no existe. “El mejor regalo que un padre puede recibir en la vida es el abrazo de sus hijos, verlos crecer, educándose. No quiero que ellos estén como yo”, refiere Miranda, quien lleva 10 años en la albañilería, luego de dejar la ebanistería, negocio que fue menguando.
Otra historia de entrega es la de Florencio Pincay. A pocos metros del muelle pesquero de Jaramijó, en su local ‘Las Delicias del Mar’ cuenta que la mayor felicidad que le dio su esposa, Teresa Chávez, es su hija Gabriela, quien ya tiene 35 años. “Cuando Teresa me dijo que estaba embarazada me ilusioné bastante, quería lo que Dios me enviara. Al nacer sentía una desesperación como papá, abracé a mi esposa”, indica.
Todos los días para este hombre han sido maravillosos, pero hubo uno más especial: cuando Gabriela cumplió; lo califica de inolvidable, pues vio cómo la felicidad irradiaba de su retoño.
“Como padre le doy consejos, que sea sociable siempre, pues eso es lo principal en una persona, hay que respetar a todo el mundo”, comenta el hombre que antes se dedicaba a la pesca, pero hace años cumple la labor de chef; él prepara los platos que expende en su negocio.
Mientras expone su relato, su hija Gabriela lo contempla y aprovecha unos segundos de silencio para mencionar que aunque un hijo no le diga todos los días a su padre que lo ama, este debe saber que es muy importante. “Mi padre sabe que es una parte fundamental en mi vida y si él no estuviera conmigo yo no sería nadie”, asegura Gabriela, instantáneamente su voz se quiebra y las lágrimas ruedan.
“Mi papi es muy cariñoso, es mi vida. Nosotros somos una familia tan corta, no tengo hermanos, pero Dios me bendijo con el mejor papá. Nosotros 2 somos fuerza para trabajar, para no dejarnos vencer, para seguir adelante y demostrarles a mis hijos (de 18 y 8 años) por medio de la educación que me dio mi padre que hay que luchar pase lo que pase”.
Florencio le pone mucha emoción a la vida. Es el confidente de Gabriela. “Hasta ahora cuando me sucede algo lo espero en la mesa y le cuento lo que me pasa. Yo tengo 35 años y no le he ocultado nada a él, hasta de mi primer novio sabía”, lanza.
Dentro de los padres ejemplares está Homero Intriago, un hombre que se dedica al comercio de pescado en un costado de la playa Los Esteros y que además es egresado de la carrera de Administración de Empresa, profesión con la que apoya a microempresarios.
En los años ochenta había una canción que no dejaba de entonar y que también su esposa escuchaba. La melodía era interpretaba por el grupo los Ángeles Negros: “Será varón será mujer, lo que dios quiera como la primera vez, ha de venir con la ilusión, de ser el niño que soñamos con amor…”.
Se convirtió en padre de un varón el 24 de octubre de 1982. Le dio su nombre. Luego tuvo 2 hijos más: Horario (30 años) y Freyita (17). Este hombre enamorado de Manta, ciudad a la que le hizo una canción, considera que ser padre no es solo eso. “Hay que manejar el campo de relaciones humanas, es lindo salir bien sonriente de la casa al trabajo y regresar más alegre que cuando se sale, eso les he inculcado a mis hijos”, dice Homero, quien el martes cumplió 58 años.
Tiene tantos sabios conceptos que llenaría con ellos largas páginas. Recomienda los hombres que tienen hijos que nunca dejen de participar en familia y “que sigan llevando avante ese rol”.
Pero el alma se aflige en aquellos cuyos padres fallecieron. Es la historia de Richard Antón. Su papá Francisco murió hace 10 años. Desde entonces acude los domingos al cementerio Jardín de la Paz de Tarqui. “Tengo muchos recuerdos. A un padre no se lo abandona ni estando en un camposanto. Me hace mucha falta”, explica mientras aprieta los labios para no llorar. (I)