Las tradiciones de la Semana Santa van en decadencia con el pasar de las generaciones
“Yo nací en Semana Santa, por eso me llamaron Dolores”, dice Cristina Zambrano de Loor, una agraciada manabita, licenciada en asesoría gerencial, quien evoca esta tradición religiosa cargada de simbolismo y devoción en la tierra de sus orígenes.
“Crecí rodeada de reglas que debían cumplirse sobre todo en Semana Santa, días en que el silencio, la penitencia, la procesión, las estaciones del vía crucis, la mantilla en la cabeza de las mujeres, la prohibición de comer carne, golpear o evitar bañarse en el río era obligatorio... aún recuerdo las leyendas de la flor de la ruda, los cañales y la desobediencia, así como la tradicional mesa llena de numerosos y variados platos de comidas de todo tipo”, acota Dolores.
Manabí es una tierra de sincretismos y leyendas, danzas, amorfinos, fiestas de la cosecha y de san Pedro y san Pablo; tierra de cholos y montubios, tierra de una identidad única “manabita”, pero cargada de localismos; esto se refleja también en su cultura, costumbres y devociones que denotan singularidades en cada cantón. La Semana Santa se inserta también en este sincretismo religioso.
“El Viernes Santo, que es el día mayor de la Semana Santa hay que guardarlo con devoción y respeto, de no hacerlo, Dios castiga severamente”, afirman los abuelos Carlos Macías (74 años) y Rosa Aura Bravo de Macías (78 años), quienes recuerdan la inundación de un Viernes Santo en su natal Alajuela, parroquia de Portoviejo.
“Fue porque algunos ciudadanos se emborracharon ese día santo, proferían palabras soeces, irrespetaban a la Iglesia, entonces cayó una lluvia terrible que creció las aguas e inundó el pueblo arrasando lo que encontraba; ese día casi desaparece Alajuela. Nosotros tentamos la ira de Dios”, afirma don Carlos.
“Jesús nos enseñó que la verdadera grandeza se mide por nuestra capacidad de servicio a los demás. Mi madre siempre nos lo recordaba y era algo que aprendió de mi abuela, Luz. En nuestra familia nos enseñaron que la Semana Santa se debe respetar”, recalca Cecilia Pinoargote, docente universitaria jubilada, quien recuerda la alegría que producían las hojas de palma trenzada en el Domingo de Ramos y la severidad con que se guardaba esta fecha, desde la procesión y el vía crucis de la iglesia La Merced de Manta, el rosario de la aurora, la prohibición de bañarse en el mar por temor a que “salgan rabos de sirena”, hasta la contemplación de las matas de ruda para verlas florecer.
Blanquita Farfán, quien es hija de Adolfo Farfán Roca, violinista de la primera banda de músicos de Manta (la Lira Manteña, comenta que la Semana Santa le trae recuerdos de su madre, Rosa Valencia.
“Mi mamá dejaba preparada la comida desde el jueves, porque el viernes era día en que no se hacía nada, todos se vestían de negro y las mujeres usaban sus mantillas y no se podía castigar a los chicos. En la iglesia La Merced había silencio, quietud, se respiraba paz, a los santos se los tapaba, no se escuchaba la campana, solo una matraca que hacía trac, trac, trac hasta después de la procesión del Viernes Santo.”
Luis Agustín nació un Domingo de Ramos, hace 65 años. Tras celebrar en varias ocasiones su cumpleaños en una fecha de penitencia para los católicos, recuerda cómo se vivía la Semana Santa en su parroquia, Tarqui.
“Era una semana de recogimiento impuesto por los veteranos, todos los días eran santos, hasta el Sábado de Gloria en que se despertaba la alegría, para celebrar las ‘glorias’ con reuniones y bailecitos. En el portal de mi casa hacíamos una de las estaciones del vía crucis, donde se detenía la procesión para recordar el calvario de Cristo. Los más jóvenes vestíamos de apóstolos. Alguna vez fui seleccionado para el lavatorio de los pies. Cuando el curita me lavó los pies, sentí una inexplicable sensación, era la presencia de Dios, nunca me olvidaré”, dice.
Mientras levanta su mirada al cielo, Agustín acota: “La Semana Santa se recuerda de manera diferente, ya no hay el regocijo de antes, ¿no sé por qué la llaman Semana Santa, si solamente hay recogimiento el Viernes Santo?”.
En Flavio Alfaro, la Semana Santa se celebra con una procesión. Desde antes del Domingo de Ramos se prepara un borrico (asno), que permanece en la puerta de la iglesia. Según la tradición, sobre este entra Cristo al pueblo.
Ruda, cañales y más
El abuelo Carlos Macías, comenta que en Alajuela la ruda florece a las doce de la noche del Viernes Santo, al igual que la guadua en las manchas de caña. Esas flores nadie las puede coger, porque el diablo las cuida”, comenta.
Sobre esta leyenda, doña Blanca Farfán acota: “La ruda solo florece el Viernes Santo en las casas, cuyos dueños tienen pacto con el diablo”.
Carlina Baque y Chio Molina, desde Jipijapa y 24 de Mayo, respectivamente, coinciden en reseñar que para Semana Santa, a las 24:00, se ‘juetea’ a los árboles para que den frutos y que se hacen 7 platos, que se ponen en la tumba de los deudos. Dicen que el Viernes Santo es un día de ayuno y penitencia.
Ramoncito Alvia, quien era un albacea de las leyendas de san Lorenzo, de Manta, narraba que para Semana Santa, en el cabo de esta localidad cantaba una sirena, la que agitaba el mar y obligaba a los pescadores que estaban en faena a regresar a tierra, porque eran días santos que había que guardar. En la noche del Viernes Santo, en la profundo del cabo brillaba un limón de oro. Las familias hacían bollos y otros platos que compartían con los vecinos. En Semana Santa no se puede andar por el monte, porque rondan los espíritus malos, relatan vecinos de Junín, muchos de los cuales salen de su tierra.
Entre las creencias están que si una persona se baña en el río de Santa Ana se convierte en pez, si se baña en el mar de Pedernales se convierte en bufeo (delfín) y si lo hace en Manta le sale rabo de sirena. Otra de tantas leyendas es que las personas que insultan en Semana Santa blasfeman contra Dios por lo que se las lleva el diablo y las deja abandonadas en los cañales.
En Pedernales son tradicionales los cuentos de las gallinas con pollos que se aparecen a la medianoche del Viernes Santo. Dicen que si esa noche alguien se sube a un árbol, se trasforma en mono, y que en la Semana Santa los cangrejos representan al diablo.
La comida de Semana Santa
En Flavio Alfaro se preparan 12 platos con alimentos producidos en la zona, incluyendo pescado. Entre los platos están el viche de guariche, con el cangrejo de río. Este plato lleva maní, yuca, choclo, plátano maduro, camote, haba tierna, zapallo y otros vegetales.
En Alajuela, se invita a la familia y a los vecinos más allegados a un almuerzo en Viernes Santo. La mesa se llena de alimentos, queso, verduras, yuca con pescado, sardina con arroz, torta de chocolate, torta de yuca, muchines. “Antes se compartía la comida con la familia y los amigos, pero ahora, en Alajuela hay mucho egoísmo, nadie quiere dar nada a nadie, cada uno se come lo suyo”, dice Carlos Macías.
En Manta, Luis Agustín recuerda a su hermana Mariana, quien en los Viernes Santos llevaba 7 granos diferentes a 7 iglesias y las lanzaba al piso para que en ese año hubiera abundancia. En esta ciudad se preparan 7 platos, pero ninguno debe llevar carne, únicamente pueden contener pescado bacalao. Estos platos se brindan a quienes llegan de visita a los hogares. Esta tradición de preparar comidas y compartirlas con los vecinos y otras familias sigue cumpliéndose en muchas partes de Manabí, ratificándose el carácter solidario manabita.
Corolario
La Semana Santa y la Navidad son las fiestas grandes del mundo católico, tiempos de paz, recogimiento y perdón. La Arquidiócesis de Portoviejo, para Semana Santa, estableció la Ruta de las Iglesias, para que los peregrinos puedan visitar los templos de Manta, Portoviejo, Santa Ana y Montecristi. Es un acto para que los feligreses oren.
Ya no existe la tradición del Sábado de Gloria, en la que se convocaba a la celebración de todas las mujeres que se llamaban Gloria. El sábado es un día en el que se realiza una vigilia pascual. Este acto debe celebrarse durante la noche, según las tradiciones. La muerte de Jesús es una expresión del amor de Dios; gracias a ella es posible el perdón. Sobre esto, el papa emérito Benedicto XVI dice: “El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios — “ego te absolvo” — que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no solo de consejos, sino de una verdadera renovación que solo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado.”
Escuchemos al papa Francisco: “Acaricien a la gente, a los enfermos, a los que están solos, también a aquellos que merecen el apelativo de ‘miserables’: acarícienlos, como Dios nos ha acariciado a nosotros”. (O)