Las celebraciones de la gesta duraron 3 días
La ola independentista de 1820 arrancó en Guayaquil y avanzó hasta Portoviejo
Fue el 9 de octubre de 1820, cuando la nueva aristocracia terrateniente de Guayaquil, conformada por blancos criollos y mestizos ricos, se emancipó momentáneamente de España, queriendo consolidar su próspero régimen monetario, comercial y agroexportador, independencia que había sido pretendida también, en 1809, por los latifundistas y comerciantes quiteños que habían sufrido el derrumbe de su economía producto de las reformas borbónicas del siglo XVIII y que había beneficiado directamente al comercio guayaquileño.
El clero tuvo participación directa en estos 2 procesos emancipadores, los reyes borbones les habían esquilmado en su economía, en sus bienes materiales y en el poder que ejercían sobre las masas populares y excluidas de los privilegios sociales y cortesanos que gozaban, la iglesia y los curas eran socios solidarios con los nuevos dueños del poder económico establecido en Guayaquil, como lo fueron también en la empresa de conquista con los chapetones de España.
En los ríos y mares se alistaban los navíos, se izaban sus velas, se levantaban sus anclas, se preparaban para remontar leguas marinas y para emprender viajes a países vecinos donde las cadenas del colonialismo español ya no pesaban; Estados Unidos, Haití, México, Argentina y Chile eran paradigmas de estas heroicidades, a ellos se llevaban las buenas noticias de que en Guayaquil se respiraban aires libertarios, uniéndose a la América de americanos libres, convocando a la unidad de los otros pueblos que todavía estaban sometidos, disgregándose del colonialismo opresor de España.
El grito libertario del 9 de octubre de 1820 ascendía rápidamente a la cúspide de las montañas y a los altos nevados, se cubrían distancias, se acortaban caminos en los trillos existentes en la espesa jungla. Era la Libertad que viajaba por todos los pueblos de la Costa y de la Sierra ecuatoriana, iba vestida de blanco, viajaba en briosos corceles llevando la buena nueva de que Guayaquil, su río y sus pueblos añejos y anexados eran libres y conformaban una república independiente, dejando regado tras de sí el grito de esperanza de un nuevo mañana. Se comprometieron en promesas de que terminarían con la esclavitud de los negros y con los tributos que pagaban los indios, que la riqueza que generaban los pueblos sería repartida equitativamente entre todos sus vecinos y necesitados y que la justicia brillaría con luz propia y sería ciega al momento de ser aplicada.
El electo presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil, José Joaquín de Olmedo, nombró a José Antonio Vallejo en calidad de comandante militar de la tenencia y territorios de Portoviejo y lo comisionó para que lleve tan faustas noticias a los pueblos de su nueva administración. Dicen, que los pobladores esperaban ansiosos la llegada del funcionario comisionado para que la libertad los cobijara con su esperanza de un futuro promisorio.
Sin importar lo fatigante de la jornada, viajando a uña de caballo, José Antonio Vallejo, acompañado de su guardia, presto cumplió su encargo. Se internó en la espesa jungla y subió las montañas para llegar un 13 de octubre a Paján, el sitio donde las golondrinas hacen nidos y la puerta principal de comunicación entre Guayaquil y Portoviejo. Allí convocó a la gente y dio la noticia de que ya eran libres, de que los guayaquileños habían declarado la separación de España, y los pajanenses hicieron fiestas y celebraron con deleite este hecho glorioso.
La villa de oro de San Juan de Jipijapa, pueblo que nunca perdió su estirpe aborigen, donde sus naturales, durante el servilismo español al que fueron condenados, aprendieron a guardar en silencio sus costumbres y sus tradiciones, donde no se perdió del todo su estado identitario, fue el siguiente y segundo poblado al que llegó el comisionado guayaquileño, y fue un 15 de octubre que se leyó el bando por el que se proclamaba a Guayaquil Independiente, por lo que Jipijapa hizo la fiesta que se celebra hasta hoy.
Los portovejenses, ya avisados de la presencia de tan importante señor que ocuparía la Plaza Militar en condición de Comandante y que, además, era portador de tan buenas noticias, el 18 de octubre hicieron tañer las campanas de su iglesia, convocaron a sus vecinos a la Plaza de Armas, vestidos con sus mejores trajes asistieron los blancos criollos y los mestizos con dinero mientras los negros y los indios engalanaban las viviendas con ramos de palmas y las mujeres esclavas y serviles hermoseaban a las mujeres de la casa; las calles se barrieron y se adornaron con flores naturales y con guirnaldas multicolores de papel sedoso.
El sol, con su gratificante luz y calor abrigaba el alma de los presentes, el verde infinito del valle hacía juego y acompañaba el dulce y melodioso trinar de las aves. El alcalde junto al teniente político y el cura Manuel de Rivadeneira, reunidos en la puerta de la iglesia esperaban ansiosos la llegada; con tambores y cornetas se dio la bienvenida al comisionado que en veloz galope se acercaba y con su pecho jadeante, henchido de emoción gritaba: “!Guayaquil, libre e independiente!”, “!Uníos a la causa!”.
Todos lo ovacionaron, y lo hicieron con más fuerza cuando procedió a dar lectura al bando, que Guayaquil era independiente y los de Portoviejo lo eran también y ya no tenían que pelear contra nadie, que era suficiente el mensaje de Olmedo, porque en Portoviejo y en sus parroquias no había fuerzas militares españolas contra quienes rebelarse, contra quienes declararse independiente porque sus principales autoridades eran los mismos paisanos nuestros, relacionados entre sí por lazos, de vecindad, amistad y parentesco.
En las noches, se prendieron los faroles metálicos con paredes de vidrio y respiradero superior para, con su tenue luz, iluminar el entorno de la plaza, frente al Cabildo y frente a la iglesia, y bailar y libar hasta que el cuerpo cansado buscara reposo. Fueron 3 días de fiesta, fueron 3 días de jarana, tiempo durante el cual el cura de Portoviejo escribió una carta a José Joaquín de Olmedo en la que manifestaba su goce de saber que Guayaquil se había declarado independiente de España, que los vecinos de Portoviejo estaban contentos de tan magno suceso, pero solo lo escribió él, porque nadie firmó nada, no lo hizo autoridad alguna, no firmó ningún vecino blanco o mestizo, peor los indios y los negros que no eran parte de la fiesta y solo eran fuerza de trabajo.
A la carta de Manuel de Rivadeneira se la considera como el Acta de Independencia de Portoviejo, siendo solo una declaración de goce y satisfacción unipersonal y no una declaratoria general del pueblo, declaratoria que si se dio cuando el 16 de diciembre de 1821, los vecinos de Portoviejo, en cabildo abierto, se manifestaron solidarios con el proceso libertario bolivariano y suscribieron un acta por la cual se declaran independientes de toda subordinación, incluida la de la autoridad guayaquileña, y deciden por voluntad propia formar parte de la Colombia unitaria y federalista que estaba en construcción en América del Sur, decisión que fue respondida por la Junta de Gobierno de Guayaquil que dispuso el envío de tropas para subordinar a los rebelados de nuestra ciudad, lo que conllevaba el desgaste militar y una sentida división de los pueblos de la Costa, no sucediendo tan nefasto hecho por la oportuna intervención del general José Antonio de Sucre, que pidió a los de Portoviejo depongan de su decisión hasta no conseguir el triunfo total sobre las fuerzas realistas.
Dejo abierta la interrogante. ¿El 18 de octubre de 1820, cuando José Antonio Vallejo comunicó a los portovejenses de la emancipación de Guayaquil, y la carta del sacerdote Manuel de Rivadeneira se podrá considerar como Acta de independencia?, o ¿será el 16 de diciembre de 1821, cuando los portovejenses, reunidos en cabildo, manifestaron y suscribieron un acta por la cual se adhieren al proceso de independencia que lleva Simón Bolívar?
Sea cual fuere la fecha, los portovejenses celebramos cada 18 de octubre como día de independencia y lo hacemos orgullosos y felices y desfilamos al redoble de tambores y sonar de cornetas.