El principal destino de los moradores de este punto fue venezuela
Jome viejo, la localidad que se quedó atascada en los años 40 por la migración
Una hoja de zinc aturde el silencio. El viento la levanta sin clemencia. Está a punto de volar de la casa, en la que queda poca estructura. El tiempo la ha ido demoliendo. Esta situación se repite en varias estructuras en Jome ‘viejo’, lugar al cual se llega por la carretera que conduce al balneario La tiñosa.
Caminando por el sitio, ubicado a 15 minutos del centro de Manta, está una capilla. Las velas, con las que años atrás los feligreses elevaban sus plegarias, hoy se han tornado amarillentas. A un costado del reclinatorio, una imagen de Jesucristo yace en el piso... no ha habido quién la levante de donde ha estado por mucho tiempo ya.
Abad Muentes, habitante de la localidad, asegura que hace pocos años allí se celebraba, todos los 3 de mayo, la fiesta de las cruces. “Cada vez somos menos”, asegura.
Son contadas las familias que habitan en el sitio llano, cuyos jefes de hogar son de la tercera edad, como don Abad, hombre de 85 años. Al otro lado del cerco de su casa, que se levanta a pocos metros del ingreso a este sitio, narra que él habitaba al fondo del sector. “En el lugar vivían como 100 personas, que poco a poco fueron migrando o asentándose en el lado alto de San Mateo. Esto era un pueblo grande, pero algunas personas decidieron irse a Venezuela”, cuenta.
Él fue también un migrante. Decidió irse al mencionado país en 1949. Indica que por aquellos días, ni la agricultura ni el criar animales para su venta dejaban muchas ganancias. “En esos tiempos aquí los agricultores ganaban 2 sucres, mientras que en Caracas se ganaba 10 bolívares, que al cambio daban 50 sucres. Era un platal”, señala.
Muentes recuerda que su viaje a Venezuela fue toda una travesía. Rememora que primero migraron los del sector de El Aromo y luego el turno fue de 5 habitantes de lo que hoy es Jome ‘viejo’, de los cuales solo queda él porque los demás ya fallecieron.
“Nos fuimos en barco hasta Esmeraldas, de allí en canoa de remo, junto a otras 12 personas, hasta Limones. Avanzamos hasta Tumaco, en Colombia y después cogimos avión hasta Bogotá. Desde esta ciudad avanzamos en bus hasta Caracas”, dice el hombre, mientras trae a la memoria a su padre, quien fue su apoyo económico para ese viaje.
Frente a la vivienda de don Abad hay una vieja estructura que servía para llevar agua de Pacoche hasta Manta. “Esas tuberías las pusieron cuando tenía 12 años. Duraron bastante tiempo”.
Avanzando por el lugar, por donde las casas viejas y abandonadas les ganan en número a los moradores actuales, en una pequeña finca está Pedro Reyes, de 64 años, quien avanza trepado en su burro, luego de dar de comer a los dos vacas y la yegua que tiene. Comenta rápidamente que se le ha hecho tarde para llegar a su casa a almorzar.
Reyes asegura que hace más de 5 décadas esta pequeña jurisdicción dejó de ser habitada, para quedar en lo que bien podría ser un pueblo fantasma.
“Uno miraba para cualquier parte y esto todo era verdecito, ahora está seco. La gente criaba vacas y chivos. Eran agricultores y también estaban los pescadores”, menciona Reyes, al mismo tiempo que reflexiona que “nadie se arriesga a venir a vivir acá, un lugar donde los servicios básicos son prácticamente nulos”.
Al escuchar sobre la presencia del fenómeno de El Niño en la costa ecuatoriana, Reyes de inmediato relaciona este suceso con el invierno de 1982.
“Nunca más hemos visto un invierno así”, dice el hombre, que antes sembraba maíz, zapallo, pepino, y tenía más cabezas de ganado.
“De mi finca ya nadie querrá hacerse cargo. En poco tiempo esto se quedará botado, aquí morirá todo”, expresa Reyes.
Él se sorprende cuando ve un carro llegar al lugar “porque hace años que dejaron de ingresar. Son contados los que acceden por esta vía empedrada y polvorienta”.
Uno de los vehículos que llega periódicamente al lugar es el de Walter López, de 57 años, quien tiene un terreno extenso en Jome ‘viejo’.
Coincide en que la población salió de este recóndito lugar por situaciones adversas, como la temporada de sequía cada año. “Esto antes era muy bello”, rememora, mientras reposa sus manos sobre el volante de la camioneta que conduce. En su finca preparan leña, carbón, siembran en invierno y cuidan animales, entre estos chivos.
Carlos Muentes es otro de esos habitantes que le ha sido fiel al sitio. El adulto mayor, de 71 años, comparte las historias contadas por Abad y Pedro. Él también se incluye en la lista de personas que migraron a Venezuela para buscar mejores días. “Fui a pasear, porque allá tenía una hermana, pero me quedé dos años”, destaca.
Con su esposa acogen a diario a una mujer discapacitada que se quedó sin familiares brindándole techo y comida. Es Marilí Calderón, quien todos los días acude a la casa de don Carlos para distraerse.
Teme que el río Jome crezca e inunde su vivienda, pues en otros temporales pasó cerca. Solo espera atención, porque no tiene otro lugar para cambiarse. A pesar de que es una zona poco visitada, en una ocasión que fue a trabajar (se dedica a la captura de pulpo), le robaron casi todo lo que tenía en su casa.
Del otro lado del río está Jome ‘nuevo’, lugar que de seguro próximamente tendrá su espacio en estas páginas. (I)