En partes de Manabí una 'novena' dura hasta 2 meses
Los infaltables villancicos cantados por los Pibes Trujillo resuenan en el parque central de Picoazá. La zona siempre ha sido comercial, pero por estos días más, por la temporada navideña, sumado a que los vendedores que antes se ubicaban en la calle Chile (centro de Portoviejo), debido al terremoto, migraron hasta esta localidad.
“Bienvenido seas mi Niño adorado, bienvenido seas mi Niño de amor...”, se escucha en el radio de uno de los improvisados quioscos. El atardecer se adueña del cielo de este sector de la capital manabita. Los mercaderes se alzan y la oscuridad es cada vez mayor; la luz natural deja de ser y las lámparas en las calles se encienden, así como también los foquitos navideños en las casas. El rojo y verde predominan.
Es un entorno navideño de una localidad cualquiera, pero en Picoazá es diferente... todo en Manabí es diferente, diverso.
La tradición montuvia se entremezcla con los villancicos y las luces de Navidad, en un festejo donde Papá Noel no tiene cabida.
En Picoazá, la novena no es de 9 días, dura, en algunos casos, 2 meses, pero igual le llaman novena. “Los cánticos empiezan el 1 de diciembre en los pesebres y duran hasta el 2 de febrero, en la fiesta montuvia de Nuestra Señora de La Candelaria”, explica Miguel Rodríguez, gestor cultural de la localidad, quien cuenta un poco más sobre las variantes que hay en Manabí con respecto a las festividades sobre el natalicio de Jesús.
“El chigualo es la fiesta de Navideña de los manabitas, pero se ha perdido en los últimos años”, dice en resumen Miguel. Explica que los chigualos son una mezcla de versos, tipo amorfino, relacionados con la época, además de juegos tradicionales y villancicos.
Dice que la reunión suele ser en una misma casa, pero que los padrinos cambian noche a noche, en la que deben de llevar cosas de comer para los presentes. “Pueden ser corviches, empanadas, tortillas, arroz colorado, chicha, todo depende del padrino”.
Indica que la cita empieza con un juego, que puede ser el de la sortija, la zapatilla o la granada. Luego toca el debate de versos. “Aquí siempre los niños le meten esa chispa para animar a las personas, es algo que pasa de generación en generación”.
Pero el manaba es lanzado, pícaro y eso se evidencia en sus festejos. “El contrapunto deja de ser navideño y los adultos lanzan versos chocantes o picantes, los llamados ‘colorados’. Ahí el vaivén de versos puede durar hasta la madrugada”.
Miguel habla a un costado del pesebre de María Rodríguez y su familia. De fondo se escucha “El niñito tiene su dedito alzado, el niñito tiene su dedito alzado; como que me dice que vaya a su lado”, riman los niños y adultos, para, de inmediato, lanzar otro verso “cuatro palomitas pasaron volando, cuatro palomitas pasaron volando; por este pesebre pasaron cantando” (siempre se repite la primera parte).
María cuenta que hacer chigualos es una tradición que recuerda desde sus abuelos. “A mi casa vienen unas 15 personas, cada noche hay un dueño diferente del velorio que trae cosas para comer”.
Miguel indica: “Hace unos 15 años se perdió esta tradición, pero hace 7 empezamos a recuperarla con ayuda del grupo Fortaleza de Identidad Manabita. En esa lucha recorrimos escuelas, colegios, varias ciudades enseñando a los niños qué son los chigualos, todo bajo la guía de Alberto Miranda (director de la agrupación)”.
En la casa de Cruz Chilán también hay chigualos, como en varias de las cuadras de Picoazá. Su hijo, Carlos García, y su nuera, Diana Aragundi, son quienes lideran la reunión. “Lo que más le gusta a los niños son los juegos tradicionales. Es una actividad que hacemos en familia que nos mantiene más unidos”.
A pocos metros está la casa de Miguel Romero, quien en su cerramiento recibe diariamente hasta 80 niños. “Nosotros empezamos con los cantos el 1 de diciembre y nos extendemos hasta el 12 de enero. Desde pequeño me gustaron los chigualos y con los vecinos decidimos volver a esta tradición hace 4 años”.
Cuenta además que “la noche más especial es la de Navidad, pero el 6 de enero, con la bajada de los Reyes también se hacen actividades muy bonitas. Lo importante es que nuestros niños aprendan nuestras tradiciones”.
Una tradición que se niega a morir
Los aplausos amenizan los versos que lanza Matilde Ramírez, de 69 años, en una rueda en la que niños, jóvenes y adultos disfrutan de ellos. Son parte de los versos que aprendió cuando tenía 12 años, tradición muy propia de su natal Cojimíes, en Pedernales.
La mujer vive hace varios años en Manta y acude a las novenas que se realizan en el sector Las Acacias. “Me sabía montones (de versos)”, dice, antes de empezar nuevamente “desde que he sabido que el Niño se va, no he tenido gusto ni tranquilidad...”, sonríe al terminar su dicho. “En los chigualos primero se menciona el estribillo y luego se tira el verso”.
Rememora que en las novenas al Niño Jesús que se celebran antes de la Navidad en su tierra, se reunían todos y luego de cantar villancicos daban paso a la rueda de chigualos.
“Nosotros hacíamos una ronda con gente adentro y afuera, uno lanzaba un verso y otro contestaba, esto era con varones y mujeres”.
También se pasaba el sombrerito, con el ritmo todos coreaban “el baile del sombrerito se baila de esta manera, con el sombrero en la mano poniéndoselo a cualquiera”. Es lo que también recuerda Margarita Chávez, oriunda de Portoviejo.
María Macías es vecina de Matilde y Margarita, en Las Acacias. A sus 14 años aprendió chigualos y hoy que los evoca los dice con mucha alegría. “En Alajuela (Portoviejo) nosotros hacíamos estas actividades en la calle, al pie del árbol, donde hubiera espacio”.
En Las Acacias, la voz que más se escucha es la de Sixto Robles, quien le pone un ritmo contagioso a los dichos que entona.
“Yo no canto lindo, pero canto alegre, hago lo que puedo en este pesebre… mi Niñito bonito: deme su manito, para ir al cielo como un angelito; Niñito bonito de pelito rubio, el que no le canta pasa de montuvio”, lanza con regocijo este hombre de 68 años.
Narcisa Posligia cuenta que en la ciudadela llevan 10 años haciendo la novena, combinada con chigualos y villancicos. “Es una actividad que gusta a todos”, indica, mientras don Sixto continúa con sus rimas, que le dan alegría a la noche.
“Cuando se hacen los chigualos, uno se prepara para recibir a las personas; lo primero que se hace es el canto de los niños”.
Explica que ya no se juega como antes, cuando se hacían actividades como la dinámica de la rueda o el escondite de la sortija. Quienes perdían debían decir un verso.
“Antes, las novenas eran en casa y más humildes, solo un candil alumbraba; se lo ponía al lado el Niño Dios, no habían los foquitos que hay ahora. Esas fiestas eran bien divertidas”.
Para Narcisa, lanzar frases improvistas es lo más llamativo de los chigualos. “Los versos se arreglan de un momento a otro; el que piensa rápido, lo tira y lo más seguro es que tenga una respuesta oportuna”. (F)