Comprar y vender antigüedades, la forma de vida de la familia Pin
Lo que décadas y hasta siglos atrás fueron artículos de lujo en casas de personas adineradas, hoy está acomodado con precisión en un pequeño espacio en la vivienda de Julián Pin.
Él no tiene grandes recursos económicos, es más, afirma que vive “con las justas”. Su casa es modesta, en la vía Paján-Jipijapa. Pero en el lugar, que bien podría ser descrito como un garaje, guarda un sinnúmero de antigüedades. Para más de uno, lo que Julián posee podría ser tomado en cuenta como obsoleto y hasta botado o regalado, pero para él son artículos con mucho valor, tanto histórico como monetario.
Su gusto por coleccionar cosas del pasado comenzó con su padre, Patricio, hace más de 35 años, quien cuenta que desde siempre fue comerciante, lo cual lo llevó a vivir al norte del país, en Tulcán.
“De ahí siempre me iba a Cali (Colombia) para comprar mercadería. A un amigo mío le gustaban las antigüedades y me pedía que le compre todo lo que encuentre barato. Ahí empecé a conocer del negocio y me gustó”.
Hace 30 años, Patricio se mudó a Quito, donde siguió en la compra y venta de artículos antiguos, esta vez con Rubén Carrera. “Al poco tiempo me decidí a invertir y regresé a Manabí para tener mi local. Aquí hay muchas cosas de siglos atrás que son unas verdaderas reliquias”.
A fines de los ochenta cuando retornó a la comuna La Esperanza, en Paján, levantó un museo de antigüedades en su casa. Hace 16 años se fue a vivir a Santa Elena, a la vía entre Ballenita y Montañita. “Me cambié para expandir el negocio. Allá hay muchos turistas en la carretera, además ya le dejé este negocio a mi hijo”, acota Patricio, quien visita una vez por semana a Julián.
Ambos coinciden en que las vitrolas son su debilidad y que más de una vez se han quedado enganchados con una. “Pero debemos venderlas, vivimos de esto. Además los radios me gustan mucho, los Telefunken, General Electric, Nivico, todos son muy lindos”, dice el padre.
Tienen espadas de 2 siglos atrás, escopetas de hace más de 60 años, estriberas de bronce para caballeristas, bombas de agua; los relojes de péndulo también tienen su espacio. Un barril italiano puede costar hasta $ 250. “Son muy lindos para la sala de una casa”, dice Julián, mientras limpia un mueble.
Las planchas a carbón también gustan mucho a Patricio. Julián se decanta más por los objetos de bronce, a los que no les ha sacado el brillo natural, “porque muchas veces los coleccionistas los prefieren así, para identificar si realmente son antiguos, después ellos los limpian con ácido muriático y quedan como si fuesen nuevos”.
Hay meses en los que las ventas sobrepasan los $ 1.000 en cada local, especialmente en las temporadas altas de turistas, “pero hay épocas muy bajas”. “Un día solo podemos recibir visitas preguntando y otro día puede llegar un coleccionista a llevarse $ 2.000 de una sola..., este negocio es así”, destaca Patricio. (I)