Entre los platos típicos de la zona destaca también el caldo de gallina criolla
Calderón, la 'capital de la morcilla', se encuentra en la zona rural de Portoviejo
Tranquilidad, gastronomía exquisita y balnearios de agua dulce dentro de un marco lleno de vegetación son características de Calderón, parroquia portovejense conocida como ‘la capital de la morcilla’.
“Es una población muy acogedora, con gente amable y dispuesta a ayudar a cualquier visitante o turista que desea alguna información. Aquí hay muchos lugares por conocer y estamos listos a enseñarlos”, aseguró Juan Farías, dirigente parroquial.
Anualmente, con motivo de las fiestas de independencia de Portoviejo (18 de octubre de 1820), en Calderón se realiza el Festival de la Morcilla, evento en el que los comuneros preparan este plato en el marco de una fiesta a la que acuden personas de varias localidades aledañas, así como turistas de todo el país y extranjeros.
La preparación de la morcilla se realiza con las vísceras del chancho. El tripaje se lava varias veces hasta que no tenga mal olor. Luego se procede a colocar los ingredientes de esta comida, como son arroz y sangre del mismo animal.
Para Aracely Zambrano, el preparar este plato es toda una tradición familiar. Comenta que la morcilla se elabora en Calderón hace más de 70 años. “El Festival de la Morcilla tiene una gran acogida, es algo diferente para los turistas”, resalta Farías, mientras observa un partido de fútbol en la cancha central de la localidad.
En la parroquia Calderón existen 25 comunidades, en las que se resaltan las costumbres montubias.
Balnearios de agua dulce son un atrayente para los turistas
Para disfrutar de un momento de relax, en Calderón hay varios balnearios de agua dulce, entre los que destacan Naranjal, La Balsa, El Hormiguero y La Compuerta.
Alrededor de 150 personas llegan hasta Naranjal cada fin de semana “para disfrutar de la naturaleza y la rica comida que tenemos”, resalta Corina Pilligua, quien vende platos típicos. El caldo de gallina criolla es una de sus especialidades, junto con la salchicha.
Además de ser un lugar turístico, es también un sitio donde las personas se dedican al cultivo. La agricultura es la ocupación de gran parte de los moradores.
En este lugar se pueden realizar diferentes actividades deportivas. Hay canchas multiuso en las que los visitantes realizan torneos de ecuavoly e indor. Los paraderos cuentan con espacios para parquear los vehículos, así como zonas para preparar su propia comida.
Proyección turística
Con la finalidad de que más personas los visiten, el Municipio de Portoviejo realiza actividades familiares, principalmente los fines de semana.
El concejal Patricio Roca tiene la expectativa de que Calderón será uno de los puntos más visitados de la capital manabita en los próximos años. “La prioridad es atraer al turista y por eso estamos capacitando a los moradores para que mejoren la atención de sus negocios, para que así los visitantes se sientan cómodos durante su estadía”.
Otra acción ejecutada por el Municipio, junto a la Universidad Técnica de Manabí, fue la creación de una biblioteca cultural, a través de la cual se busca que la ciudadanía pueda apegarse más a la lectura.
Quienes visitan Calderón pueden disfrutar de una travesía en medio de los bosques, donde se puede observar y escuchar a los monos aulladores, especie que se puede encontrar en todas las zonas montañosas de Manabí.
Cientos de años atrás este pueblo fue conocido como Carrera de los Ceibos y luego paso a ser Juan Dama. El 11 de diciembre de 1907, tras gestiones de los locales, el sector, que ya tenía el nombre de Abdón Calderón, fue reconocido legalmente como parroquia civil.
Con respecto a las creencias religiosas, la mayoría de las personas profesan la fe católica. En 1891 se empezó a construir el templo de San Francisco de Asís, por lo que los parroquianos lo acogieron como patrono. Las fiestas son cada 4 de octubre. (I)
El Festival de la Morcilla se realiza desde 2014. Durante el evento se dan reconocimientos a quienes han ayudado al progreso de Calderón. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo