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El barro a fuego lento

Elizabeth Román se apoya con latas de caña en el patio de su casa para realizar el proceso de horneado, mientras se dedica a maniobrar las vasijas.
Elizabeth Román se apoya con latas de caña en el patio de su casa para realizar el proceso de horneado, mientras se dedica a maniobrar las vasijas.
25 de agosto de 2019 - 00:00 - Rodolfo Párraga Q

Tres artesanas del sitio San Pedro de Sosote en el cantón Rocafuerte, ubicado en el centro de Manabí, mantienen vivo el arte de elaborar ollas con barro.
Una de ellas es Elizabeth Román Párraga (55 años). Da forma a las vasijas antes de ser cocidas a fuego lento.

La azotea de su casa, ubicada a 200 metros de la vía Rocafuerte-Portoviejo es el sitio preciso para la elaboración de las ollas.
Todo empieza a las 07:00. Junto con su compañero de vida, Freddy Román Bravo (57). El hombre pese a ser invidente es diestro con las manos al pulir las vasijas, tarea que además le permite mantener activas sus articulaciones.

Estos alfareros tienen el apoyo de Rosa Román Cobeña (67), una artesana de la zona que se aferra a que esta tradición del cantón se mantenga en el tiempo. A poca distancia también le da forma al barro la vecina Melania Montes (64).

La materia prima lo obtienen de las montañas del sitio Resbalón de Rocafuerte. La compra la hacen cada dos meses y se proveen de una tonelada. La inversión es de $ 100, cantidad suficiente para tener material para trabajar durante 60 días.

El barro necesita estar húmedo para poder ser maleable durante la elaboración de los utensilios usados exclusivamente para preparar alimentos.

Elizabeth y Rosa elaboran ollas de todo tamaño en grandes cantidades, las entregan a distribuidores. El valor va desde $ 1 hasta $ 10. Son comercializadas en todo el país e incluso exportadas.

Las ollas que Elizabeth, Melania y Rosa confeccionan no son nocivas para la salud y su uso es exclusivo para preparar comida. Este utensilio es un fiel aliado para la gastronomía manabita. Elizabeth explica que el barro de la provincia de Manabí no tiene plomo. Conocen que la arcilla de otras partes sí lleva este elemento químico; por eso solo sirve para elaborar artesanías de otros tipos.

Freddy Román, recostado cómodamente, tiene entre sus obligaciones perfeccionar las ollas de barro limándolas, para luego comercializarlas.

Elizabeth narra que una vez que adquiere el barro empiezan a suavizarlo con agua y proceden a hacer las bolas de arcilla; el tamaño depende de lo que van a fabricar.

Cómodo en una hamaca, Freddy se encarga de limar las ollas que ya están secas, para dar paso al proceso de meterlas al fuego por 40 minutos, luego de cocinarlas quedan listas para venderlas.

Kléver Loor (64 años) es una de las personas que comercializa el producto de los artesanos en la vía. Recuerda que desde los 15 años de edad comenzó a vender ollas de barro y desde ahí es su fuente de ingreso.

Durante 40 minutos las ollas se cocinan al fuego, luego quedan listas para recibir los alimentos y su posterior cocción.

“Hay turistas que llegan al cantón y nos visitan con el fin de adquirir las ollas”, expresa Elizabeth, una mujer que habla con altivez y orgullo sobre este arte. (I)


Las ollas de barro son uno de los productos tradicionales de Manabí, los turistas las adquieren como recuerdos.

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