El trabajo tiene 2.400 piezas de tejidos de paja toquilla tinturada con la gama estridente que usaban los pueblos prehispánicos
Agarrados, el mural que simboliza la unión entre los pueblos manabitas
Agarrados es una obra que fusiona arte, saber ancestral y cohesión social. Se trata de un mural de 5 metros de ancho por 2 de alto, elaborado por 26 mujeres de las comunidades Pepa de Huso y La Sequita, descendientes de los pueblos originarios que estaban vigentes antes de la llegada de los españoles y que hoy se localizan en la zona que bordea al parque arqueológico Hojas–Jaboncillo, situado entre Montecristi y Portoviejo.
El mural está hecho de 2.400 piezas de tejidos de paja toquilla tinturada con la gama estridente que usaban los pueblos prehispánicos. Las mujeres de Pepa de Huso se tardaron aproximadamente 3 meses en montar el mural. El resultado no solo fue la gran obra de arte, sino la integración que lograron las mujeres de 2 comunidades que tenían dificultades para trabajar en conjunto. Así mismo, la recuperación de una forma distinta de tejido con paja toquilla, basada en el calado.
El mural será llevado al Centro de Investigaciones del proyecto Hojas–Jaboncillo que desarrolla el parque arqueológico en la zona patrimonial, situada entre Picoazá y Montecristi. Allí, en el lugar donde trabajan a diario los arqueólogos, los colores de la obra darán luz y vida y recordarán una figura prehispánica que sirvió de inspiración al diseñador Antero Cedeño para elaborar la plantilla que serviría de guía para que luego las mujeres fueran tejiendo y colocando las piezas.
Antero Cedeño, diseñador creativo del Centro de Investigaciones Hojas–Jaboncillo, trabaja con las comunidades en el reconocimiento de la cultura manteña. La vinculación que ha logrado es producto de varias reuniones en las que ha primado el apoyo por inventar, diseñar y crear arte a partir del trabajo de la paja toquilla.
Él recuerda que en la búsqueda por un símbolo de unificación, se descubrió una pieza arqueológica de suma importancia para el trabajo. “Un día, Oswaldo Tobar, arqueólogo del Centro de Investigaciones Hojas-Jaboncillo, me mostró una de las piezas de cerámica que había encontrado en un proceso de prospección y eran 2 muñecos agarrados de las manos. Conceptualmente, transformamos esa idea de que las mujeres debían permanecer unidas en comunidad e incursionamos esa pieza arqueológica al presente.”
La pieza es un sello manteño encontrado en la comunidad La Sequita, que tiene dibujadas unas figuras con forma de muñecos que parecen estar agarrados de las manos. “La incursión de una pieza arqueológica puede ser tan del pasado como del presente. Quizá arqueológicamente no podemos definir aún su significado, pero iconográficamente refleja que un individuo con otro individuo pueden unir sus fuerzas para crear un objetivo común”, explica Antero.
Para plasmar el arte de las tejedoras, se pensó en un mural de 5 metros que se elaboró en una técnica mixta, en el que se mezcló un proceso semiindustrial de impresión, y artesanal con el uso de paja toquilla. Partiendo de esa idea, las tejedoras tuvieron la tarea de elaborar 3 piezas de esteras diferentes.
“Primero vimos cuáles eran las mejores habilidades de la comunidad y nos dimos cuenta de que el tejido cerrado, el calado y el remate eran las 3 técnicas que podían trabajar”, comenta Iván Fienco, director de espacios del Centro Cívico Ciudad Alfaro.
“Muchas mujeres hicieron diferentes trabajos de tejidos, pero justo mi modelo salió escogido para hacer el mural”, dice orgullosa Aracely Parrales, de 54 años, quien hace una pausa para confesar que “antes la vida era más dura”. Ella y sus hermanos vendían sombreros a las 10 de la mañana durante el recreo de escuela para ayudar en la economía de su hogar.
A pesar de que dejó de tejer hace 30 años, se le hizo fácil retomar la actividad al ingresar a la asociación. “Con Agarrados, muchas recordamos las técnicas del tejido que habíamos olvidado. Yo sabía tejer pero no sabía armar, tenía que ir donde mis tías o amigas para que me ayudaran a rematar un sombrero, pero ahora ya puedo decir que sí sé tejer”.
Antero Cedeño reconoce que el mural fue un proceso experimental en el que las tejedoras ayudaron a cerrar la idea conceptual y técnica. La integración tuvo éxito, las mujeres de la comunidad se sintieron parte del proyecto y durante el proceso se consolidó una relación de intercambio de conocimientos.
“Más allá de los conflictos familiares o el mito de una comunidad enfrentada, teníamos un objetivo en común, la unión a través del rescate del patrimonio y eso fue precisamente lo que se logró”, acota.
Las comunidades de Pepa de Huso y La Sequita
En la zona de Hojas–Jaboncillo, entre Manta, Montecristi, Jaramijó, Jipijapa y Picoazá se asentaron pueblos originarios que la arqueología denomina Sociedad o Cultura Manteña, entre los años 800 y 1535 después de Cristo. Los rasgos y los apellidos de los habitantes de Pepa de Huso y La Sequita evidencian que son descendientes de los pueblos ancestrales.
La Sequita y Pepa de Huso son 2 comunidades del cantón Montecristi que conviven en un territorio dividido por una calle. Una vez que alguno de los 2 lados cruza esa estrecha línea, tal y como lo haría un hincha del fútbol, tiene muy claro que su identidad no puede estar sujeta a margen de error.
A pesar de que las similitudes fisonómicas, territoriales, idiosincráticas, históricas y culturales los unen, ellos se conciben como sociedades distintas. En estas comunidades, donde la modernidad aún no destruye costumbres ancestrales, las mujeres son guardianas de un elemento que perdura y se mantiene fuerte; un símbolo de identidad que enfrenta, sin dificultad, cualquier diferencia identitaria: el tejido de paja toquilla.
Los habitantes de las comunidades mantienen lazos con el tejido de toquilla, muy difíciles de desarraigar. Por tradición, Zoila Anchundia teje desde que tiene 12 años: “Fuimos 6 hermanos y todos tejíamos”. En su familia, las tareas no se administraban en relación al género, como sucede en sociedades de costumbre patriarcal. En la casa de Zoila, mujeres y hombres aprendían a tejer desde muñecas hasta sombreros.
Su voz es suave y pausada, no por nada las arrugas en su rostro le dan un aspecto de sabiduría. Ella confiesa que cuando era pequeña, tenía que tejer un sombrero diario y el sábado por la mañana cruzaba el Cerro de Hojas a pie hasta Montecristi, donde vendía la producción en la casa de las hermanas Largacha (2 mujeres que mantienen el único museo de los pueblos precolombinos en Montecristi).
Tras la debacle económica de 1999 la actividad del tejido de paja toquilla se devaluó. Las tejedoras de las comunidades dejaron de producir sombreros y abandonaron el oficio que fue, y sigue siendo, un patrimonio heredado por generaciones anteriores. Sobre esta realidad, el Centro Cívico Ciudad Alfaro, institución del Gobierno nacional, inició en 2011 la tarea de crear espacios de vinculación destinados a motivar las prácticas ancestrales de las tejedoras de las comunidades de Montecristi.
Uno de los resultados más coloridos que ha permitido recuperar el saber y la integración de las mujeres de las comunidades, ha sido Agarrados. Con esta obra, la relación arte–artesanía se funde. Muchas otras obras de arte están por venir, pues las mujeres de Pepa de Huso y La Sequita, ahora traspasan la calle que antes las separaba para seguir creando. (I)