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María y felipe se conocieron en ambato

Una verdadera historia de amor en tiempos de soledad

Ambos hacen sus ejercicios, paseos y comidas en comunión. María y Felipe se demuestran afecto con abrazos, palabras cariñosas, canciones y aplausos. Foto: Elizabeth Maggi / para El Telégrafo
Ambos hacen sus ejercicios, paseos y comidas en comunión. María y Felipe se demuestran afecto con abrazos, palabras cariñosas, canciones y aplausos. Foto: Elizabeth Maggi / para El Telégrafo
18 de octubre de 2015 - 00:00

En los pasillos del Centro Gerontológico de Guano se libran luchas de  personas que llegaron a la vejez en soledad, pero en ocasiones también se hallan historias que devuelven la fe en el amor que se cree perdido por la edad.

Es el caso de Felipe, de 92 años, y María, de 94, que, según los mismos cuidadores, demuestra que el amor es lo último que se pierde.

Esta relación empezó en un asilo de Ambato cuando Felipe había cumplido 80 años y María 82. A ambos los unía una tragedia común: el abandono total de sus familiares y por eso fueron acogidos en forma permanente. Se veían a diario y en esa rutina se conocieron mejor. Con el tiempo formaron una relación de compañía y cuidado mutuo.

Sin embargo, por redistribución, fueron asignados a distintos asilos. El dolor que sentían por la separación trascendió y el personal que los atendía hizo las gestiones para unirlos nuevamente e incluso se organizó un matrimonio simbólico.

El escenario de este acontecimiento fue el Centro Gerontológico de Guano. Al comienzo Felipe cuidaba que su compañera cumpliera con el régimen de alimentación y ejercicios. La ayudaba a vestirse y la acompañaba por las áreas verdes. Pero con los años los papeles se invirtieron. Ahora el anciano depende de su pareja. “Felipe ya no puede andar mucho.  María está en todo. Juntos hacen ejercicios y ella lo tranquiliza cuando él se siente frustrado por no poder hacer algo. Entre los 2 se levantan el ánimo”, explicó  Diego Ortiz, psicólogo del centro.

Cuando María observa que su esposo está triste, empieza a cantarle con un hilo de voz que se entrecorta y se pausa por no saberse las letras.

De todos modos Felipe aplaude con las fuerzas que le quedan. Así, y con palabras que se dicen al oído, se demuestran amor.

María no recuerda detalles de su infancia, pero sí el momento en que vio por primera vez a Felipito. “Me miraba y yo sabía que le gustaba. Le digo que estaremos juntos para siempre”, asegura María, quien con sus relatos saca una cuantas lágrimas a quienes la escuchan. (I)

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