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Conocieron a una familia migrante de las zonas rurales que busca mejores oportunidades en la ciudad
Una lección de periodismo humanitario para las chicas del Club de la Unidad E. Ambato
El angosto sendero de tierra va paralelo a la cancha de vóley en la parroquia Atahualpa, al noroccidente de Ambato. Pocas personas lo conocen, pues le resta importancia el incesante paso vehicular por la calle asfaltada que conecta Atahualpa con Augusto N. Martínez. Faltan casi 2 horas para el anochecer y por esa senda casi desolada camina un grupo de chicas cuya presencia no encaja con el entorno. Cargan fundas plásticas de diversos tamaños que contienen sábanas, cobijas, víveres y ropa infantil.
Ellas son las integrantes del Club de Periodismo de la Unidad Educativa Ambato (UEA). En compañía de su tutor en periodismo, José Miguel Castillo (de la Regional Sierra Centro de diario EL TELÉGRAFO), se dirigen hacia una casa de ese lugar.
La idea es experimentar el periodismo humanitario. Es decir, vivir de primera mano las condiciones adversas de diversos grupos sociales en la capital tungurahuense y escribir historias para que otros las conozcan y así puedan ayudar.
Esta vez se trata de una familia, que como otros cientos de grupos, proviene de las zonas rurales de las provincias de la región que llegó a los suburbios de Ambato para tratar de mejorar sus ingresos económicos, pero que se desintegró en el intento. La madre los abandonó a finales de 2015 y dejó a 4 de los 5 hijos de la familia al cuidado del padre que labora como guardia de seguridad. Esta tarea lo aleja del hogar la mayor parte del día, por lo que los chicos de 11, 8, 6 y 3 años se las arreglan como pueden. El mayor de ellos aprendió a cocinar arroz y a veces comparten un puñado de esta gramínea con un trozo de huevo frito.
Duras condiciones de vida
La vivienda que arriendan está a medio construir, es fría y en los 3 cuartos interiores se libra una diaria batalla por mantenerlos limpios y en orden. La tarea no es sencilla, los vecinos cuentan que la sensación de desamparo que experimentan estos chicos, especialmente la niña, los mantiene deprimidos, lloran y a veces mojan la cama. Por eso el olor a orín es intenso y está adherido en los colchones y en el ambiente por más que se abran las ventanas. El más pequeño de ellos tiene retraso mental, no camina y se arrastra por el suelo siempre pendiente de los gestos compasivos.
Aun así en los rostros infantiles todavía asoman las sonrisas cuando llegan visitas inesperadas y más aún si traen regalos y la buena predisposición para conversar, jugar y ofrecer un poco de cariño y compañía.
Eso es lo que hizo precisamente el grupo de 6 chicas de la UEA. Tan pronto como arribaron a la casa levantaron al pequeñito del suelo y le ofrecieron la calidez de sus brazos y lo llenaron de elogios. Sofía Iglesias fue la más predispuesta. Hubo una conexión inmediata entre ambos. Jugaron casi toda la tarde aunque la despedida fue de llanto para el niño.
A la par, el resto se encargó de desempacar los obsequios. Tender las camas con las nuevas sábanas y cobijas. Incluso prepararles la comida de esa tarde nublada del miércoles 10 de febrero: gelatina, arroz, tortillas de huevo y mucha simpatía. Génesis Constante, Doménica Mayorga, Margeory Pullutasig, Sarahí Untuña y Karla Aguilar se repartieron las tareas de conseguir agua potable, lavar las pocas ollas y barrer los pisos de cemento.
Ya en la mesa las chicas descubrieron que hacían falta cucharas y platos. “Me doy cuenta de lo que tengo y no lo valoro tanto. También de la necesidad de ofrecer algo de lo que poseo”, reflexionó Karla, mientras preparaba la gelatina. Los niños las miraban asombrados por la agilidad y el vigor que aplicaba el grupo en sus acciones.
Todas estaban conscientes de que lo que hacían no solucionaría permanentemente la necesidad afectiva de los niños ni los proveería de los alimentos para todo el mes. Sin embargo, sentían que por lo menos esa tarde llevaron alegría a 4 niños desamparados y llenaron sus estómagos con una porción de comida caliente que fue preparada con mucha alegría y voluntad.
Trabajo conjunto
Desde hace 5 meses el Club de Periodismo de la UEA recibe talleres en las oficinas de diario EL TELÉGRAFO, ubicadas en las calles Shyris e Imbabura en el barrio El Español. Las clases extraescolares se efectúan los miércoles desde las 15:00. Además de la teoría sobre cómo elaborar noticias, reportajes, boletines de prensa y de cómo hacer reportería y entrevistas, realizan prácticas reales.
Ya han visitado sitios como la Fundación de la Divina Misericordia para personas con cáncer terminal, museos y fiestas populares, entre otros. También ayudan en un plan de turismo en Atocha y este mes harán guiones para radio. (I)
Datos
El periodista es un agente de vigilancia de los esfuerzos que gobiernos, empresas y población civil están realizando para caminar hacia un mundo justo y sostenible.
Mientras eso ocurre, millones de personas a las que nunca se les ha dado voz quieren contar al mundo que siguen sufriendo la desnutrición, la guerra, la discriminación o el olvido. Miles de historias por contar.
El periodista de hoy debe ser más sensible a los temas sociales de su entorno: pobreza, desigualdad, migración por trabajo, adultos mayores abandonados, derechos de las mujeres, maltrato infantil, etc.
La profesión periodística ha experimentado rápidas transformaciones en las últimas décadas, aceleradas con el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación.