Las vías asfaltadas alivian en parte el esfuerzo que realizan a diario decenas de individuos para llegar a la fundación de personas con discapacidad San José de Huambaló. 

La edificación es pintoresca. Los techados similares a la teja armonizan con el color durazno de las paredes. Todo este conjunto —en el centro de la parroquia Huambaló, situada a 20 minutos de Pelilleo en Tungurahua— está rodeado de campo.

El volcán, por ahora en calma, está cerca y se destaca sobre los plantíos de maíz y papa que colindan con los talleres de muebles. No todos conocen de la labor altruista de esta organización, excepto aquellos que necesitan de una terapia de rehabilitación y ayuda psicológica.

Entre las 08:00 y 16:00, de martes a sábado, llegan los pacientes acompañados por cónyuges, abuelos, padres y hermanos. Sus rostros se transfiguran, van de la angustia a la esperanza a penas cruzan el portón azul de ingreso que se conecta a un pasaje de tierra y hierba.

No es un sitio lujoso. Cuenta con lo justo y un mobiliario que alguna vez fue nuevo. Adentro hay un patio circular que comunica con los baños, dispensario médico, aula de manualidades, sala de rehabilitación y ejercicios, comedor, cocina, piscina de hidroterapia y al salón de uso múltiple.

Cristopher se siente a gusto en ese lugar. En 2013, cuando tenía 5 años, cayó en una acequia mientras conducía su bicicleta. Como consecuencia de los golpes quedó inconsciente y cuando despertó había perdido la capacidad del habla y la movilidad de sus piernas.

Su abuela, Eugenia Cisneros, relata los pormenores con una sonrisa y los ojos húmedos. El chico aguarda su turno acostado en una camilla negra. Recuperó el habla, pero cojea de una pierna.

“Vivimos en la comuna Segovia y antes lo hacía tratar en Ambato. Era un viaje difícil, ¿se puede imaginar a una vieja cargando un chiquito y en bus? A tiempo dimos con la fundación porque somos pobres”, aclara.

Como si la hubiera escuchado. El pequeño inclina la cabeza, la mira y le regala una sonrisa pícara. El gesto derrite de cariño a la anciana.

En el patio, junto al comedor, un grupo de mujeres faena cuyes en una lavacara. “Es para el asado más grande del mundo que organizaremos para obtener recursos (fue ayer). Nuestra meta es juntar $ 20 mil para comprar una buseta”, explica Darío Paredes, vicepresidente de esta institución que fue fundada el 8 de marzo de 2005.

El nuevo vehículo les ayudará a retirar de sus casas a 30 niños y niñas que necesitan terapia física a diario. “Ahora los transportamos en un carro pequeño y debemos hacer varios viajes”, añade Paredes. Otras 30 personas adultas llegan por sus propios medios. También organizarán una radiomaratón y promoverán donaciones. La atención en este lugar es gratuita para adultos mayores e infantes. Las personas de mediana edad colaboran voluntariamente para el mantenimiento del vehículo. Usualmente desembolsan $ 1.

El Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) les asigna un presupuesto anual para la alimentación de 30 menores (desayunos y almuerzos) y el pago de profesionales. Cuentan con 2 terapistas físicos, 3 psicológos, 1 maestra de manualidades y 2 educadoras especiales. La fundación se encuentra en la calle 10 de Agosto en el barrio Centro. Las donaciones de víveres y ropa o ayuda en efectivo pueden realizarse coordinando primero al celular  098 889 7443.