Publicidad
¿Dónde estarán mañana? ¿En qué otras vidas serán de nuevo señoritas?
Un texto lírico para la juventud del Colegio Ambato que fue leído en febrero de 2006
Vengo por ahora con mi cuerpo rescatado de cualquier laberinto de la Patria. Cayendo y levantando sobre mi propia sangre vengo corriendo a que me salven. Vengo a esconderme en los ojos de ustedes que todavía no descubren las palabras malolientes que se pudren en los sobacos de los dueños de nuestras últimas pestañas y de los que cobran los impuestos a la saliva, a un viento que lo tengo escondido en mi barriga.
Y a las palabras con las que imprimo mis poemas. Vengo apresurado a que me guarden debajo de sus labios, o aunque sea a las espaldas de algún grito de ternura que llevan en su bolsito de quinceañeras. Vengo con el esqueleto de mis ojos a que me cubran de los lobos que se pasean en los periódicos.
Por favor, no abran las puertas de sus cuadernos porque yo quiero quedarme como una página en blanco, como una letra anónima, como una tilde que busca la sonrisa de sus palabras secretas. Para que ustedes sepan, vengo y me voy. Apenas estoy de viaje, pero quiero dejarles algún lirio en el tierno florero de vuestro corazón.
Les traje una muñeca hecha de girasol y algo de nube. Ojalá que les guste. Sé que les va a gustar por su blusa de llovizna, por sus dientecitos de maíz evaporado, por su vestidito de abril. Es para que apenas la cojan con sus dedos, con esas manos que ustedes estrenan y que están recién llegadas de la luna.
A mí también me gusta su carita azul que ha de dormir ahí en sus pechos con la paz de cualquier ángel desvalido que olvidó sus alas en la calle. La muñequita azul, la muñequita azul. A mí también me gusta porque tiene labios de olvido y una sonrisa donde duerme el arco iris.
Cuando la tuve entre mis manos he sentido que me ha querido decir: no quiero ser doctora ni ministra; ni quiero estudiar leyes ni poner a las tortugas de cabeza. Odio los apellidos y los nombres.
Me da lo mismo llegar primera o ir al último, y si no, pregunten a la muerte. La muñequita azul a mí también me gusta porque para ella es lo mismo dormir que estar despierta; para ella es lo mismo estar muerta o estar viva.
A mí me gusta porque son así todas las niñas. Son para estar, estar y estar, y ser las mismas. Ahora que estoy aquí en este patio del mar donde se columpian los peces directamente de mis versos, me encuentro con que la juventud es esta etapa en la vida de los ojos. La juventud es este grito que vuelve a mi garganta como gotas de campana. La juventud es una flecha poderosa para atrapar luceros.
Otras veces es un río que suena y se desborda de los libros. Me acuerdo cuando yo era un colibrí, igual que ahora; en cambio ustedes son alondras. Me pasaba haciendo nidos en los ramajes de unos ojos verdes, justo bajo las cejas de las tempestades.
Por eso, como ayer, ahora vuelvo hasta las orillas de todas las sonrisas y me doy cuenta de que la edad de la juventud, aquí no pasa. Qué hermoso mirar aquí, azul, el lago. La juventud aquí se queda como una mariposa dormida en media sangre.
Señoritas, señoritas, señoritas, colegio del lago azul de señoritas, ¿díganme qué aprendieron señoritas? ¿Saben ustedes a qué velocidad pasa el tiempo sobre sus caramelos? ¿Ya aprendieron a calcular cuánto duelen los primeros insomnios de las luciérnagas que aletean el amor?, ¿ya saben que la química tiene fórmulas para combatir la soledad?, ¿en qué galaxia será que los corazones de las madres van a convertirse en ovillos de luz con los que tejen las arañas las diademas y los colores de los pájaros?
Ah, la geografía del mar, en la que aprendí que el océano era un asno que vivía cargando las olas y enamorando a todas las gaviotas. Cuántas cosas aprendí y se me olvidan algunas por ahora.
La anatomía de mis cordilleras que me sirvió para darme cuenta de que cada piedra vale igual que un hueso, que cada río sube a irrigar el cerebro y que cada mano es más humana cuando aprende a acariciar el corazón. Les cuento: yo aprendí mis lecciones cuando el cuaderno era de arena. Me enseñó a escribir un caracol que olvidó el camino del regreso.
Salía en el recreo a comer el maíz tostado, con los mirlos, y a lavar los alfabetos en la acequia. Después, para que me haga hombre, me llevaron al cuartel. Recuerdo que me hicieron pasar por una soga sobre el río. La soga se amarraba a los dos lados de la muerte. Un compañero cayó al abismo y se hizo hombre, le dieron diploma post mortem firmado por célebres imbéciles.
Mi colegio fueron 150 cuadernos de deberes repetidos y 6 años de nombres repetidos en las listas. A propósito, ¿qué se haría tanto nombre?
Herencia de mujer
Pero vine a bajar por vuestros ojos, como si bajara de verdad a las estrellas. ¿Qué más puedo pensar cuando sostengo los huracanes de luz que están batiéndome los brazos, levantando las banderas de mi sangre en el único puerto que resume a la mujer, porque todos venimos de una madre? ¡Qué bella contemplación! ¿Se han dado cuenta que ahora todas ustedes son ventanas?
Ventanas que viajan buscando los paisajes guardados debajo de la piel. Ventanas por donde se ve que las golondrinas reparten las cartas de los vientos mojándose en la lluvia de todos mis poemas.
Y cuando se cansen de ser ventanas, sin más, de la rutina, yo las he de venir a ver de nuevo aquí. Seguro que las veré y serán de pluma: plumas de madreselva las he de volver a ver aquí, mis plumas de cedrón y manzanilla; plumas que me lleguen a mí, recién nacidas, y plumas también de adiós y despedidas.
¿Dónde estarán mañana? ¿En qué otras vidas serán de nuevo señoritas? Yo sé que la luna quiere ser manzana y que la abeja lucha por beberse la luz de las estrellas. Yo sé que todo río sufre una condena y que la nube como una madre tan solo ha de llorar otra condena. El principio y el fin. Hay ángeles tocando las guitarras del planeta. ¿Dónde estarán mañana señoritas? Yo he de venir a verlas cuando tengan la edad de mis poemas. (O)