Esta festividad, que anualmente se realiza en febrero, eclipsa al carnaval
Un pedido a reestructurar los cimientos de la fiesta mayor de los ambateños
Puedo iniciar este comentario indicando que más nos vale universalizar nuestro carnaval, el ambateño, dejando de lado eso de la Fiesta de la Fruta y de las Flores (FFF), y de yapa, el pan.
Decir que estamos en nuestro carnaval sería incluso más rentable que promocionar como una fiesta regional localista fruticultora, agricultora y con argumento de rememoración de un terremoto que sucedió en un lejano o cercano agosto, y que, tal vez será por ello, que se les ocurrió ‘festejar’ entre enero y marzo.
Decir a la gente de otras latitudes que venga a acompañarnos para rememorar nuestro terremoto, es una locura.
Esto más bien ahuyenta a la gente de otros lados, descoloca al turista que busca el carnaval porque es un concepto que tiene promoción universal, y un atractivo muy singular en los países de América Latina.
Volver al carnaval en Ambato no quiere decir que se lo deba festejar, como antes, con agua, huevos podridos, espumilla, harina, salsa de tomate y otras salvajadas que ya deben estar superadas por las generaciones presentes. Esto, luego de que se fusionaron en nuestro medio los 2 conceptos que estamos señalando.
De otra parte, vengo apuntando hace algunos años atrás que hacer la fiesta con criterio griego de agradecimiento a la diosa Ceres y al infalible Baco, como se hacía en la cadena de radio Ambato de Fiesta, al aire en la época de los setenta a eso de la una de la tarde y con las voces más brillante de la radio ambateña, o por turnos con programación de cada estación con artistas ambateños en vivo, son cosas de la historia.
Apogeo de flores y frutos
Esos eran tiempos en que los ambateños y demás tungurahuenses vivíamos de la fruticultura y otras bondades de la tierra.
Eran épocas en que los campesinos regresaban de la capital provincial a sus huertos y hogares rurales, con torres de cajas y canastos vacíos, como si fuesen rascacielos que habían sido vaciados en el apetito de comerciantes distantes que buscaban nuestra fruta para llevarla por todos lados y hasta al exterior.
Esas eran épocas en que el fruticultor esperaba la temporada para disponer de alguna holgura económica que le permitía respaldarse ‘para el resto del año’.
Durante este tiempo además se planificaba para fertilizar los huertos y disponer de un remanente que daba la idea de que se debía seguir haciendo fiesta para promocionar a la generosa tierra productora de manzanas, claudias, duraznos, capulíes, nectarinos, peras, mirabeles, membrillos, albaricoques y todo lo demás. ¿Flores? De esas generaciones acá, hemos dado la vuelta totalmente a la página.
Creo que los directivos del Comité de Fiestas, deben incorporar entre sus miembros a los fruticultores chilenos y a los peruanos, para que ellos, con las utilidades que reciben por la venta de su fruta en nuestra patria, nos ayuden a mantener nuestra festividad más representativa.
Si por ejemplo, las entidades encargadas de la agricultura en el país quisieran resucitar nuestra fruticultura, y pidieran que estos fruticultores vengan a asesorarnos, seguro que se negarían porque tal vez no querrán hacer con su tecnología nuevos huertos a su manera.
En Tungurahua las condiciones no les serán favorables, por el volcán y su ceniza, por los fertilizantes caros y escasos, por la renovación de huertos con sus correspondientes variedades.
La lista continúa, por la carencia de peones y mano de obra, por el retraso tecnológico, por el minifundio, por la idiosincrasia de los avivados en las dirigencias campesinas y almacenadoras, por el regadío obsoleto y desperdiciado; y sobre todo, por el criterio de mercadeo y costos que significaría ponernos a competir con esos monstruos de la fruticultura chilena y peruana.
Ellos dedican miles de hectáreas al cultivo de estas frutas deliciosas, conforme acabo de venir palpando, en sus propios sitios, desde el sur de Santiago de Chile, con estos ojos que se han de hacer tierra.
Debacle de la agricultura
Que ellos nos hagan la fiesta de la fruta con sus ganancias, porque los campesinos de Tungurahua ya casi han extinguido sus pequeños huertos, almácigos y vergeles.
Han desistido de la agricultura y prefieren ganarse la vida como taxistas, confeccionando textiles, como zapateros, comerciantes de ropa, preparando comida o convirtiéndose en concejales, políticos, ‘burocratines’ y demás suerte de microempresarios de pacotilla que se han dejado impresionar por la publicidad que apacigua la pobreza con ideales de contentillo.
Esto fruto del lavado de cerebro que se realiza desde las esferas del poder y el lenguaje fáctico de las academias. Mejor, pensemos en el carnaval transnacional, que es el tiempo en el que el diablo anda suelto. Temporada en la que se suprimen las barreras jerárquicas.
Celebración en que los bufones son coronados como reyes, los payasos pasan a ser autoridades, los mentirosos hablan la verdad y los ladrones pueden demostrar sus transparencias. Hay tantos actos simbólicos del carnaval dirigidos hasta contra reyes y papas.
Goethe había dicho: “Nada de brillantes procesiones ante las cuales el pueblo deba rezar y asombrarse; aquí uno se limita a dar una señal, que anuncia que cada cual puede mostrarse tan loco y extravagante como quiera, y que, con excepción de golpes y puñaladas, casi todo está permitido”.