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Rosas en febrero para Ivanova, es el ritual de Carlos Jácome

Para Jácome, el 15 de febrero es un día especial. Esa fecha ruega a Dios en la iglesia por su hija y le regala rosas blancas en la tumba.
Para Jácome, el 15 de febrero es un día especial. Esa fecha ruega a Dios en la iglesia por su hija y le regala rosas blancas en la tumba.
10 de marzo de 2014 - 00:00

Aunque sonríe y le gusta la música, su mirada es triste y hasta cierto punto es como si las lágrimas le hicieran borbotones en el pecho. Todo esto es causado  por una tragedia que ocurrió hace 34 años y cuyo recuerdo lo acompañará por el resto de su vida.

Esta forma de ser tiene mucho sentido si se escarba en el pasado de Carlos Jácome, un emprendedor pillareño que triunfó con la tradicional panadería ambateña en Guayaquil y que alterna con la vida noctámbula del músico profesional muy apegado al cancionero nacional.

Sin embargo, Jácome cumple en febrero un ritual doloroso en Ambato que solo se puede comprender si se es padre.

El 15 de febrero de 1980, una de sus tres hijas, Ivanova Jácome Garzón (9 años), fue la víctima final de Pedro Alonso López, tristemente célebre por la crueldad con la que violaba y asesinaba a las inocentes. Por eso la gente lo  apodó como el ‘Monstruo de los Andes’.

A este siniestro personaje se le atribuyen 300 víctimas, todas niñas de entre 6 y 10 años de edad, en Colombia, Ecuador y Perú.

Sembró lágrimas, dolor y pesadillas en familias de comerciantes y humildes obreros antes de ser atrapado en la capital tungurahuense, hace más de 30 años, en los alrededores de la plaza Urbina, mientras trataba de convencer con baratijas a otra niña, sin darse cuenta que la madre lo estaba siguiendo.

López fue sentenciado y deportado a su país (Colombia) y si continúa con vida hoy tendría 66 años. Nadie sabe de él, a pesar de que hay una orden de captura emitida por la Interpol.

En ese contexto, el  pasado 15 de febrero, Jácome volvió una vez más a la tumba de su hija Ivanova en el Cementerio Municipal para depositarle rosas blancas, luego de una misa en La Catedral. La herida sigue fresca en su corazón y su llanto es todavía  incontenible y lastimero.

Esta desventura obligó a Jácome a emigrar a Caracas (Venezuela) donde permaneció por cinco años en búsqueda de sosiego y  olvido. Al volver al país decidió radicarse en Guayaquil, tras aprender el oficio de la panadería con la guía del maestro Víctor Jiménez en 1972.

Eran los tiempos de los hornos de ladrillo que se encendían con chamiza de eucalipto. En aquel tiempo se vendían cinco panes por un sucre y el especial costaba 5 reales.

Jácome estudió guitarra y piano por tres años en el conservatorio La Merced. Sus referentes son los músicos tungurahuenses Olmedo Torres, Carlos Regalado, Nelson Núñez, entre otros. A los 23 años abrió la panificadora Los Andes en la ciudadela Ferroviaria. Pero cuando ocurrió lo de su hija Ivanova dejó todo y se fue del país.

En Guayaquil su negocio se llama ‘Panadería Ambato’ y está ubicado en las céntricas calles Quiz Quiz y Antepara. Los panes conocidos como ‘mestizos’ tienen buena acogida porque su sabor  armoniza muy bien con los cebiches.

A las 03:00 comienza a amasar el pan con sus dos ayudantes. En la actualidad utiliza máquinas y hornos a gas que le ayudan a aceleran la producción. A las 05:30 ya sale el pan y los clientes llegan atraídos por el bocado caliente.

Carmen Mera, su esposa, considera a Carlos una excelente persona y un extraordinario empresario. “Es el motor de su negocio. Y se esfuerza por aproximarse al sabor del pan ambteño, aunque el clima no ayuda mucho. Febrero es un mes triste para nuestra familia, pues conmemoramos una tragedia que ningún padre debería sufrir”, asegura Mera.

Mientras se realiza este perfil, Jácome vuelve a derramar lágrimas. Pero en medio de su dolor comparte una suerte de consuelo que le ha ayudado a sobrellevar su drama emocional. 

“En el curso de estas décadas, he soñado muchas veces a  Ivanova. Una vez nos hallábamos en una casa y ella llegó con un poncho rojo, muy linda y risueña. Me invitó a jugar y en cierta ocasión me consoló y me pidió que ya no llorara por ella. Dijo que estaba  bien. Al despertar le di gracias a Dios por ese consuelo”, aseguró Jácome que todavía tiene a su madre,  hijos, hermanos y cuñados repartidos en  Píllaro, Ambato, Guayaquil e Italia.

“Su ritual de febrero es muy personal y lo hará hasta el último día de su vida. Este responde a una promesa de honor”, cuenta Elizabeth Jácome, hermana de Ivanova.  
“Y lo efectúa para que el alma de mi querida hermana descanse en paz y para que sepa que donde quiera que se encuentre, no está sola”, explica.

  En su casa de Guayaquil, situada en Sauces VII, Jácome guarda, como si se tratara de un tesoro, un par de medias, dos cuadernos de tercer grado de la escuela Abdón Calderón, una radiola y varios discos de acetato que Ivanova le ponía cuando él se sentaba a descansar en las tardes y en las noches.

En la actualidad, en el sector de Atocha en Ambato, hay un parque infantil muy concurrido los fines de semana, que tiempo atrás fue una quebrada. En ese lugar, según la versión que dio  Pedro Alonso López a la Policía, fueron entrerrados los cadáveres de decenas de niñas que engañó y asesinó con saña.

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