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Once voluntarios armaron su propia misión para ayudar a damnificados en Manabí
“El 27 de abril, casi 2 semanas después del terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que afectó a la Costa, me uní a un grupo de voluntarios que reunía donaciones para los damnificados.
Esta organización se denomina Misión Guaytambo Solidario y está formada por 30 personas. Gustavo Ibarra y Sabrina Carrasco empezaron esta actividad solidaria.
Los conocí por Facebook. Supe que recogerían donaciones en el parque Dos Culturas, situado en la ciudadela España, en la zona alta de Ambato y se sumó al grupo.
Trabajaron puerta a puerta solicitando donaciones. No todos les apoyaban. Aun así recopilaron víveres, agua potable, cobijas, colchones, una cocina y ropa que bastó para llenar un camión.
Armaron los kits en la casa de Miguel S., uno de los voluntarios, en el sector de La Cantera. Y así quedó todo listo. Partimos para Pedernales la madrugada del 28 de abril de 2016.
Se movilizaron 11 personas. Fue un viaje largo y agotador. Salimos de Ambato a las 04:00 y llegamos a las 22:30.
En el camino nos topamos con vías cuarteadas que habían sido rellenadas con tierra para permitir el paso de los convoyes con ayuda.
Cruzaron por Pedro Carbo y se detuvieron para almorzar en Flavio Alfaro. Algunas casas del sector estaban cuarteadas, nada grave.
Continuaron por Jipijapa y fue allí donde empezaron a mirar la dimensión de la tragedia. Había casas derrumbadas. Personas que dormían o esperaban en las calles.
Llegaron a Canoa al anochecer. No había electricidad. Una casa enorme y bonita estaba cuarteada e inservible. Había un hedor que no pudieron identificar. No era tan molesto, pero sí impactante.
Había carpas levantadas que albergaban a damnificados. Dormían con velas encendidas. La gente miró el camión y se aproximó.
Era cerca de un centenar. Pedían comida y agua. La presencia de niños impactó a los voluntarios.
Había miedo en sus rostros y también un no sé qué de esperanza. Abrimos el camión y empezamos a repartir. La gente fue educada y se encolumnó. Nos quedamos con la mitad de la carga y así reanudamos el rumbo a Pedernales.
Alrededor de las 22:00 arribamos a la meta. Teníamos un contacto previo: eran familiares de una de las asistentes. Caminamos por la ciudad en tinieblas, tenía el aspecto de “un cementerio tenebroso”.
No había vida entre las ruinas. Sentí compasión e impotencia por ellos. Seguimos andando y nos topamos con perros y gatos que no sabían dónde refugiarse.
A las 23:20 llegamos a la casa de sus contactos. La pared de adelante se había desplomado y adentro había rajaduras. Nos brindaron café negro y compartieron pan.
Nos fuimos a la cama a la media noche en el patio en donde habían adecuado una suerte de campamento.
Todos descansaban a la intemperie bajo carpas y zinc. Hubo 2 réplicas a las 02:00. Pero el sueño fue más fuerte. A las 06:30 del día siguiente empezaron a repartir kits.
Veían la necesidad y desesperación de la gente. Al señor que nos guió (Ricardo Mera) le apodaban ‘Chapa’. Y entre ellos se llamaban cabronazos.
Hicimos en total 8 viajes a diversos sitios. Preferimos las afueras donde la ayuda no había llegado todavía.
Todo concluyó al medio día del 29 de abril y dijimos adiós a sus guías. Fue un momento grato.
Cumplimos con la misión. Desandamos el camino y estuvimos en Ambato a las 21:00. Volvimos en bus de pasajeros. De los 11 regresamos 5. El resto se quedó en Guayaquil. Fue la mejor experiencia de mi vida a mis 17 años”. (I)