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Ecuador, 11 de Febrero de 2025
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El Telégrafo

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Mujeres desaparecidas: la tragedia contemporánea de la prostitución

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Lo que les voy a contar está en mis dolorosos registros emocionales, luego de una experiencia de viajar por la costa pacífica de América Latina. 

Este es el gran tema de la tragedia contemporánea de la prostitución, y que guarda relación con el sinnúmero de mujeres jóvenes que desaparecen en la calle, porque un día salieron de su casa y no regresaron jamás.

Lo paralelamente  insólito resulta cuando en  el ámbito de desapariciones  aparecen varones, a quienes, igualmente se los prostituye para los mercados internacionales. Me animé con este tema, cuando leí en un periódico local de Ambato, un pequeño dato sobre acoso sexual en Chile.

Del Caribe a la Patagonia los noticieros dan testimonio de los manoseos, ‘punteos’, y hasta masturbaciones en la transportación colectiva, donde viajan ensardinados y en contacto íntimo, las espeluznantes masas de población que se apretujan en la desesperación de la movilización urbana.

Caminando por las calles de Antofagasta, al norte de Chile, zona eminentemente  minera, con una población que bordea los 350 mil habitantes y uno de los ingresos per cápita de unos $ 37 mil, leíamos en varios restaurantes: “Se necesita garzota”.

Nos atendía en uno de los restaurantes  una muchacha morena, esbelta, tímidamente enigmática. Le preguntamos  qué son las garzotas. Directamente nos dijo: “Una muchacha como yo”.  Debe ser boliviana, le dije.

Soy de Puno, aseveró asumiendo un caminado elegante de una garza morena, más alejada de los rasgos indígenas que de los africanos.

Se retiró clavándonos la sonrisa de unos ojos más negros que los recuerdos de sus tristezas. En otro momento, en un restaurante de Iquique, también al norte de Chile, fuimos a un local llamado Buenos Aires. Nos atendió una muchacha, que como la anterior, bordeaba los 20 años.

Era una rubia de pelo pintado, pero su tertulia al momento de ofrecernos la carta del menú, tenía acentos extraños que a mí me sonaron a voces del Caribe, más no de argentinos. Era de República Dominicana, de su capital; y en síntesis nos contó que había sido trasladada vía Colombia, por Leticia, luego por Perú y Bolivia hasta Chile.

La observación de sus patrones no le permitía sino relampaguear una conversación que a mí me sonaba a tempestad. Cuando volvimos al día siguiente, ella ya no estaba. Comentamos: Una muchacha que baja a trabajar en Chile, desde el Caribe, ¿por qué habría de dar tantos rodeos?

Todo el norte de Chile, en la actualidad está lleno de desplazados colombianos, sobre todo de las regiones del Cauca y de Nariño.  Hay ciudadelas enteras de gente “morena” de acento colombiano que, como dijeron en programaciones de Caracol Internacional, “hacen quedar mal a la Patria”. 

Lastimosamente las patrias del narcotráfico han ensuciado las identidades solidarias de respeto a la dignidad humana, y a mi entender, son las corresponsables de la tragedia de la prostitución, aspecto que no debe ser extraño al conocimiento de la diplomacia y de los organismos de seguridad internacionales, incluidos los parlamentos andinos y otras instancias burocráticas que disfrutan de nuestros votos entre las élites del exterior.

Volviendo al caso de los desplazados, percibo que el norte chileno, donde hay dinero de los salitrosos, hay una inminente colombianización profunda que está operando en los comportamientos culturales de nuestra revoloteada América Latina, que se ampara en la misma lengua y en los mismo dioses a los que invoca en su desesperación.

Entre las largas horas de viaje por el desierto, releía los periódicos de ciudades y pueblos que iba descubriendo. En muchos diarios chilenos un lector encontrará este tipo de anuncios.

Comparto lo puntual sobre un matutino de Chillán, de los del sur de Chile, que fue fundado el  5 de febrero de 1870, y que tiene el tamaño de nuestro Heraldo de Ambato, traía 6 páginas de avisos clasificados. Entre estos, una página completa de “servicios personales”.

Me puse a contar, y 39 de estos, de un día, eran anuncios abiertos de servicios sexuales. Veamos una selección de ellos, de los cuales omito el número telefónico. “Agencia Vip, lindas señoritas, todas cariñosas, atractivas y muy discretas, excelente atención, horario continuado las 24 horas, promoción a $ 15 mil pesos (unos $ 5)… Otro decía, Adriana, mulata colombiana, 37 años, madurita, 15, todo permitido, casa propia…

Agencia Peligrosa Tentación, encontrarás todos los servicios que buscas, las más bellas señoritas y acompañantes de primer nivel, reservas...Anabele, exquisita morenita, 19 añitos, atiende en casita”.
Ahora demos un vistazo al periódico El Mercurio de Antofagasta (viernes, 30 de enero 2015).

Aquí aparece entre la jerga dialectal norteña de Chile la palabra adjetiva “pololo” como un indicativo ligado a la prostitución.  “Pololear” es enamorar, en el sentido de abusar del recurso palabrero, meloso, charlatán, burdelero. No hay duda que los pololos o las pololas sean amorosos en procura de intereses hedonistas.

Decía: “8.900 ½ hora, Alejandra, amorosa, voluptuosa, complaciente, apasionada. 10.000 Catalina, voluptuosa, trato pololo, servicio completo, despedidas.  Contando los anuncios de este tipo, había 58, en este periódico de un día”. (O)

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