El baile y la polifonía forman parte fundamental de la cultura de las nacionalidades autóctonas del país
Movimiento Indígena se fortalece con música, danza y sangre joven
“Los mestizos creen que todos los indígenas observamos, pensamos, actuamos, reaccionamos, sentimos y decidimos de la misma forma, nada más alejado de la realidad”.
Con guitarra en mano y vistiendo un poncho azul, Manuel Singache, indígena de la comunidad Guamote, en Chimborazo, emite esta frase refiriéndose a las características que distinguen a cada etnia existente en el Ecuador.
Durante el último congreso que la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) realizó en Ambato, el arte y la cultura fueron los nexos que unieron a personas de comunidades alejadas, al momento de comer, debatir, conversar, cantar y bailar.
En este contexto, se pudo observar a personas de Chibuleo interactuar con indígenas de Saraguro; panzaleos con tsáchilas; otavalos con awas, por nombrar algunos.
Lejos de las decisiones administrativas que en esa cita se tomaron, la jornada fue además la ocasión perfecta para que las distintas comunidades demuestren sus talentos y los más jóvenes confraternicen con miembros de otras etnias.
La primera noche del Congreso, el ambiente político dio un giro radical, ya que los gritos y opiniones en voz alta sobre temas como la Ley de Aguas, Minería y Explotación de Recursos Naturales perdieron fuerza y se convirtieron en agradables invitaciones a bailar y conversaciones sobre las fiestas de cada sector.
El grupo Sumak Kawsay, de Salasaca-Tungurahua, abrió el repertorio musical con una mezcla de cumbia, ballenato y sanjuanito.
Durante esta actuación, se pudo ver a grandes y chicos contagiarse del ritmo y bailar entre miembros de diferentes comunidades.
Los portadores de ponchos azules, rojos, verdes y celestes; que en un momento permanecieron sentados junto a miembros de su grupo después socializaron, bailaron y conversaron con los de otras comunidades.
“Además de nuestras diferencias en vestimenta, ideología e idioma; somos las poblaciones originales de nuestro territorio y eso hace que nos unamos y busquemos un vínculo que nos refuerce como una familia”, manifestó Aníbal Ayarún, indígena del pueblo Tsáchila, quien buscaba subir la temperatura de su cuerpo por medio del baile, ya que como es típico de su etnia, no usa ninguna prenda de vestir en la parte superior de su tronco.
El segundo artista en escena fue la cantante indígena Sisa, de Cayambe, quien con un amplio mosaico de trova latinoamericana y varias canciones propias en quichua, encendió el espíritu melancólico y fraterno de todos los asistentes.
“Esta clase música que habla de hermandad y compañerismo; nos alienta a los más jóvenes a relacionarnos y socializar con nuestros contemporáneos de otras tribus, sean del Litoral, Sierra o Amazonía ”, señaló Ladislao Chango, de la comunidad Pilahuín de Tungurahua.
Las danzas ancestrales de las comunidades indígenas de la Sierra y los bailes de etnias de la Costa se fusionaron en un sincretismo artístico de color, idioma, atuendos, estilos y peinados.
Mientras las chicas de la comunidad Tsáchila de Santo Domingo se balanceaban con pasos alternados, tomándose de las manos, al ritmo de un tambor y con una especie de minifalda roja, azul, verde y naranja; las jóvenes Salasacas reían y formaban un círculo entre sí al compás de un sanjuanito.
“Sin excepción, todos los pueblos indígenas del Ecuador guardamos celosamente nuestros tradicionales bailes y representan, a más de alegría, unión con nuestros vecinos”, dijo Luis Virango, de Sarayaku.