Sobre su cabeza se bambolea libremente y con el impulso del viento un conjunto de plumas de avestruz y de pavo real. Tienen colores vivos y los adornos simbolizan los artículos regalados por los españoles durante la época de la Conquista.

Todos estos elementos forman el cabezal del Sacerdote de la lluvia, mejor conocido como Danzante, el  personaje que constituye la máxima expresión cultural del cantón Pujilí, en la provincia de Cotopaxi.

Su ajuar se forma con los colores más vivos y serenos de la naturaleza. El blanco de las enaguas y la camisa representa la pureza del corazón indígena que agradece a la Pacha Mama (tierra) por los alimentos concedidos.

En las piernas se colocan 12 cascabeles que suenan con cada movimiento. Con ese ritmo danzan acompasados, también, con bombo y pingullo. Es una melodía que se asemeja al vuelo del cóndor.
Un personaje de pasión

“Un danzante es como un cóndor andino que se proyecta en el viento”, señala Aníbal Jaramillo, director de Los Danzantes de Pujilí, agrupación que acoge a 22 ciudadanos apasionados por la cultura de su  mítica tierra.

Cada uno conoce el simbolismo que rodea las vestiduras de este personaje. Saben que la ‘macana’ con cintas multicolores que se colocan horizontalmente en sus hombros representa las alas abiertas del  cóndor cuando emprende su travesía por los aires.
De la macana nace la ‘cola’ una tela de 1,50 centímetros de largo por 50 cm de ancho que se utiliza para imitar las alas abiertas del ‘rey de los Andes’.

Las prendas importantes

En el torso del Danzante está el tajalí adornado con monedas y espejos que, durante el mestizaje, reemplazaron el oro que originalmente decoraba el ajuar. Con la mano derecha sostiene un objeto vistoso adornado con cintas verdes, rojas, amarillas y azules llamado alfanje que simboliza al maíz que surge de la chacra en verano.

Édison Amores tiene 32 años y durante 15 de ellos ha formado parte de los Danzantes de Pujilí. Representar este personaje ha sido  parte de su vida. Reconoce que hacerlo requiere de gran esfuerzo, puesto que solo el cabezal que deben llevar, hecho en madera y con adornos, pesa 50 libras.

Amores ha participado en recorridos de unos 2 kilómetros, especialmente en las comparsas del Corpus Christi y, al igual que en otros acontecimientos, no ha flaqueado. Así sucedió por ejemplo en Colombia, donde le tocó danzar en la noche en un recorrido de unos 6 km. “Allí, el cansancio se desvaneció cuando el organizador nos dijo que la multitud llegó únicamente para vernos a nosotros”, recuerda Amores y sonríe.

Adquirir un traje de danzante con todos los implementos cuesta $ 1.000, pese a que el vestuario que se utiliza en la parte urbana ya no es el mismo que el del área rural como en el barrio Jachaguango, de donde proviene el danzante autóctono.

Justamente en esa comunidad Aníbal Jaramillo realizó una investigación  para conocer de cerca los rituales que acompañan la fiesta del Corpus Christi. Desde que llegó conoció detalles que lo enamoraron  de la cultura. Hace más de 30 años que dejó su natal Riobamba para ir a Cotopaxi, por lo que menciona: “Soy el riobambeño más pujilense que existe”.

Recuerda las generaciones a las que ha enseñado a danzar, a las cuales les ha trasmitido su pasión por lo que, para él, es un arte que significa representar a un personaje que se pierde en las hileras de la historia, pero que ha sobrevivido para ser la más grande muestra del sincretismo religioso y cultural.

Jaramillo dejó el traje de danzante por el peso de los años. Ahora participa en la comparsa como el  ‘Alcalde’, otro personaje del desfile  que se encarga de dirigir para que el grupo no pierda el paso ni el ritmo. Aseguró que continuará enseñando y trasmitiendo sus conocimientos hasta que su cuerpo se lo permita. (I)