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Los fundamentos para esa indagación se encuentran en la lingüística y la arqueología

Los ecuatorianos no han estudiado lo suficiente sobre sus herencias milenarias

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El Ecuador, según la Constitución de 2008 vigente (2008, Registro Oficial de 20 de Octubre), se define, según sus artículos, del siguiente modo: “Art. 1.- El Ecuador es un Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada.

La soberanía radica en el pueblo, cuya voluntad es el fundamento de la autoridad, y se ejerce a través de los órganos del poder público y de las formas de participación directa previstas en la Constitución. Los recursos naturales no renovables del territorio del Estado pertenecen a su patrimonio inalienable, irrenunciable e imprescriptible.

Art. 2.- La Bandera, el Escudo y el Himno Nacional, establecidos por la ley, son los símbolos de la patria. El castellano es el idioma oficial del Ecuador; el castellano, el kichwa y el shuar son idiomas oficiales de relación intercultural. Los demás idiomas ancestrales son de uso oficial para los pueblos indígenas en las zonas donde habitan y en los términos que fija la ley. El Estado respetará y estimulará su conservación y uso”.

Sin más comentario, esto es consecuencia de la diversidad étnico-cultural que proviene de una heredad histórica que quedó atrapada en la territorialidad con que se estructuró la República. Esto luego de las fragmentaciones que resultaron como consecuencia política de los asuntos bélicos.

Es en el marco de nuestra Constitución y de nuestra realidad como país, que debemos enfrentar los estudios de los procesos de comunicación con sus lenguas. Entender nuestra condición de multilingüismo, como categoría sistemática, es lo que necesitamos para comprendernos mejor.

El Preámbulo de la Constitución vigente de 2008 dice: “El pueblo soberano del Ecuador, reconociendo nuestras raíces milenarias, forjadas por mujeres y hombres de distintos pueblos, celebrando a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte y que es vital para nuestra existencia.

Invocando el nombre de Dios y reconociendo nuestras diversas formas de religiosidad y espiritualidad, apelando a la sabiduría de todas las culturas que nos enriquecen como sociedad, como herederos de las luchas sociales de liberación frente a todas las formas de dominación y colonialismo. Y con profundo compromiso con el presente y el futuro, decidimos constituir una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay;…”.

Según este preámbulo, los ecuatorianos actuales recibimos una serie de herencias “milenarias” que todavía no han sido masivamente asimiladas por ser no muy claramente estudiadas ni entendidas. Diremos que los dos pilares más antiguos para ser estudiados están en la arqueología y en la lingüística.

Arqueológicamente tenemos un rastreo de 12.000 años antes de nuestra era, sustentados en objetos testimoniales como de la llamada cultura Valdivia. En general tenemos datos con denominaciones de culturas en la Costa, Sierra y Oriente como La Tolita, Machalilla, Narrio, Catamayo, Tayos.

Para este enfoque cultural es lo que queda de respaldo testimonial y a la vez diferenciador. Es de suponer que también deben hacerse estudios etno-lingüísticos, pero en estos ámbitos hemos tenido falencias para consolidar lengua y cultura.

Se hace esta acotación como insistencia en el hecho de que la lengua es la depositaria de todos los imaginarios simbólicos de las ritualidades históricas. Para nuestro enfoque lingüístico, una serie de sistemas se han ido acumulando, disolviendo, interrelacionado, imponiendo, destruyendo, mutilando, deformando o mitificando a lo largo de nuestra historia.

Nos pasa con las palabras, con las denominaciones de nuestra toponimia, fitonimia, zoonimia y antroponimia, lo mismo que con la arqueología. Tenemos piezas, objetos, fragmentos de algo que no sabemos a qué cultura atribuir.

Puesto que los objetos también viajan, evidencian influencias, tienen funcionalidades que no atinamos a decodificar, a puntualizar edades ni procedencias. Las lenguas también son registros sedimentarios que quedan atrapados en los espacios aislados, donde se pueden registrar elementos fonéticos, léxicos, semánticos, etc.

También hablando lingüísticamente, todavía nos quedan lenguas completas como el quichua, el shuar, el tsáchila, etc., que están vigentes con hablantes que disponen de territorialidad, de dialectos, de isoglosas, de sustratos, adstratos y superestratos. También de evolución interna o de diacronías, de interferencias y de proto-sustratos.

Muchas de estas interferencias están acomodadas “subterráneamente, subcutáneamente” en las hablas vivas de nuestros habitantes o poblantes. En este primer comentario, diré que la lengua española, siendo el superestrato dominante, puede también actuar como modificante comunicativo, sobre todo en las zonas de isoglosa; y esto, sin considerar las variantes dialectales y sociodialectales que hacen más compleja esta maraña. (O)

Subtema

¿Qué pasó con culturas que no eran quichuas?

El preámbulo a la Constitución, como se podrá comentar, no es totalizador. Al hacer referencia a la Pacha Mama y al Sumak kausay, se piensa en la cultura quichua, en perjuicio de las demás aludidas que empiezan siendo desestimadas, como lo fueron desde el coloniaje español que privilegió al quichua como lengua general para cristianizar y consolidar el dominio espiritual.

Esto en desmedro de las demás lenguas vernáculas, que pese a haber sido desplazadas y hasta perseguidas, han sobrevivido. Lingüísticamente esta Constitución reproduce el mismo esquema colonial que se supone haberlo superado. La sola alusión al quichua nos pone de lleno en la sincronía histórica del incario y de la quichuización doctrinera, con lo cual estamos ubicados en esa instancia expansionista que significó el incario para los pueblos libres preincas. (O)

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