En un error creer que uno se haya derivado en el otro
Los conceptos de indianismo e indigenismo son mal interpretados
Considero relevante expresar que el indianismo está siendo radicalmente confundido y tergiversado hasta el nivel de nuestra diplomacia contemporánea.
Claro que los conceptos se mueven hacia una semanticidad paradógica, pero creo que es por error y falta de información de lingüística histórica que se diga que el indigenismo en el Ecuador y en América hispana se haya derivado hacia el indianismo.
Así dando a entender que el indigenismo es un concepto vinculante aún a los sentimientos mestizos, y que el indianismo sería un regresionismo a una supuesta esencia vernácula americana, que resulta un contrasentido de lo que se ha entendido como indigenismo.
Históricamente es todo lo contrario. Los indianos fueron los hijos de inmigrantes nacidos en Indias, casi todos de padres españoles. Deberíamos decir de padres ibéricos y latinos en general. Son los hijos de quienes fueron a ultramar a ‘hacer América’, y la hicieron a su gusto y paciencia.
Incluidas las gestas de las independencias que resultaron en el distanciamiento político y económico, pero no ideológico-sentimental de la metrópoli y de todos sus ancestros.
Esta fue la herencia otorgada por los hispanos. Discrepo en el criterio histórico que relata que en el suceso hayan tomado parte ideológica los mestizos, los mulatos, los negros y los indios. Si miramos quiénes pasaron a ocupar los cargos burocráticos en una América independizada, nos encontraremos que son los hijos de quienes estuvieron en la administración colonial.
De modo sintético diremos que, durante la época inicial de las Repúblicas, época en que se esperaban cambios conductuales en la forma de registrar nacimientos, matrimonios y defunciones, respecto a la práctica que se tenía en la época colonial.
No existió un texto único para hacerlo, como a simples seres humanos, sino que hay libros separados para el registro.
En un libro estaban los datos que tenían que ver con indios, y en otro, se inscribían los datos de los blancos, con la aclaración de si eran nobles o españoles, que no es lo mismo, dentro de cuya característica también hay que considerar que hubo una denominación general de “indianos”, para referirse a los españoles nacidos en Indias.
Este era un modo de aludir a la provincia en que habían nacido. Para que se entienda de modo sencillo, un indiano vendría a ser como un mexicano, un colombiano, un peruano, si pensamos en las regiones donde uno nace.
Así vistas las cosas, quienes se creían de mejor estatus, por haber nacido en las Españas, llamaban “indianos” a los blancos provincianos nacidos en Indias. Estos conceptos que estamos abordando forman parte de la sociolingüística, de la ideología, del racismo galopante que todavía vivimos inconscientemente.
Y también de la gama de servidumbres que disfrutaron las élites del poder en tan basto continente, tierra donde también fueron a parar los africanos esclavizados, quienes sirvieron para ratificar la diferencia física, comportamental, cultural en una palabra, frente a todos sus dueños y mandones.
De ellos, hasta ahora, los grupos marginales no pueden refutar sus historias confusas, porque nunca les enseñaron ni les enseñan de modo totalitario, sino lo que les conviene, para poder detentar y manipular el poder en el sentido más genérico.
En este punto de la reflexión, y volviendo a la crítica del principio de este tema sobre el indianismo, vale preguntarse ¿por qué se perdió de modo rápido el vocablo indiano, para que tengamos que entrar en aclaraciones de lingüística histórica?
Pues de modo sencillo también hay que aclarar que fue un concepto exógeno a la mayoría de inmigrantes que llegaron a tener hijos ‘selectos’.
Hoy diríamos: de marca, de padre y madre peninsulares, ‘lastimosamente’ nacidos en Indias, frente a hermanos de los mismos padres pero que habían nacido en la Península.
El nacer en provincia hasta ahora marca una diferencia estigmatizadora frente a quienes nacen en una capital (republicana se supone).
Peor resulta nacer en el campo frente al orgullo de quienes vieron la luz en los círculos urbanos. Solo los nacidos en el corral ibérico eran en ese tiempo los españoles de pura casta.
Solo por el hecho de haber alumbrado en Indias, empezaba la degradación porque ‘se les pegaba’ el atraso, la esclavitud, la falta de palacios, la ausencia de la vida cortesana, las conductas de invierno y de primavera.
En una América barroca y tropical, donde ellos mismo habían provocado el exterminio, el desorden, la promiscuidad, la extrema miseria y la extrema opulencia, había que enorgullecerse del germen de divinidad, del núcleo conquistador y triunfalista.
Sobre todo bélico que vale más que el oro de los vencidos, porque con armas se le quita a cualquiera que lo tenga, en el país que sea. El indianismo entonces fue una discusión intrafamiliar que estaba condenada a terminar en riña fratricida.
Las inculpaciones involucraban a todos, puesto que enterados de información de cunas, surgían los conflictos de bastardía que repercutían en la burocracia. Al igual que hasta ahora, puesto que se mantienen como estigmas para alimentar acomplejamientos de cuna y discriminaciones de menoscabo.
UNA PROCEDENCIA GEOGRÁFICA QUE SE QUEDA MARCADA
Los ‘chagras’, tomando una palabra del quichua para peyorativizar al hombre del campo, no pueden ser alcaldes de ciudades, sino “priostes” de sus “llactas” o territorios que ni siquiera son provincias. Ser indiano era estar más cerca del indio que del blanco. Pero hay que advertir.
El indiano no es el mestizo, por más que haya heredado los genes más brillantes de sus ancestros. Tiene una marca de procedencia geográfica y saca a flote cualquier aristocracia, aunque sea que la haya comprado en tiempos de bonanza. Un indiano averigua su genealogía y sigue enorgulleciéndose de su herencia.
Algunos estudiosos han visto en el indianismo a la insurgencia de una ‘cultura de resistencia’. Lo de palimpsesto vale porque sobre una herencia indígena vernacular, los mestizos simpatizan desde una posición de privilegio genético e intelectual.