Publicidad

Ecuador, 03 de Marzo de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo

Publicidad

Comparte

Los archivos históricos sobreviven entre la indiferencia de los pueblos

La música, interpretada por grupos autóctonos en la parroquia Quisapincha en Ambato, relata las vivencias dentro de las tradiciones y costumbres de las 18 comunidades de esta zona del páramo andino.
La música, interpretada por grupos autóctonos en la parroquia Quisapincha en Ambato, relata las vivencias dentro de las tradiciones y costumbres de las 18 comunidades de esta zona del páramo andino.
-

La cadaverina que abunda en toda parte se revela como la única historia auténtica de los pueblos. Está dispersa en el tiempo, en las aldeas grandes o pequeñas.

Al buen investigador no le hace falta dar con ningún osario, porque el tufo de la cadaverina es lo sobresaliente en todo fichero auténtico. Le es suficiente actuar en la profundidad de los archivos que se hallan salvos pese al menosprecio oficial.

Para los legos, los archivos no existen, o les da lo mismo que existan o no. Para los desaprensivos solo son unos empolvados folios que deben permanecer en algún lugar hasta que se destruyan o desaparezcan por la fragilidad humana.

Para los implicados son asunto de preocupación que, por alguna posible delación, mimetizan o disipan con ignorantona indiferencia. Para los serviciales del sistema son descontextualizaciones del pasado que no merecen atención de la modernidad y mucho menos de la pretenciosa posmodernidad.

Para los bufones de la cotidianidad son secuencias que abonan a la sal del rampante humorismo de los sádicos. Para los genealogistas son una especie de agente secreto al que hay que desaparecer.

Pero para el investigador formado  son la verdad que produce dolores de cabeza y mareos a no pocos, por la plenitud de las evidencias. Como quiera que se los entienda o se los haga aparecer, allí están los archivos pidiendo a gritos.

En aras de la mejoría existencial y, más que por su conservación, por su exacta comprensión e interpretación de contenidos y pertinentes aplicaciones de los significados y significantes. Allí están y en ellos riela la cadaverina que vivió un presente y forjó el futuro a su imagen y semejanza.

Desde hace tiempo, los historiadores y especialmente el autor de esta nota alimentan la cultura nacional con proyecciones más allá de la domesticidad. Lo hace con su labor plural de lingüista, catedrático, historiador, poeta y relatista.

El duro oficio de escribir

En los cenáculos literarios de los ochenta y comienzos de los noventa peregrinó una apreciación pseudocrítica que logró convertirse en pasajero paradigma. Obviamente peligroso y deleznable, según el cual los temas rurales se habían agotado, pues todo lo dado en ese marco se había vuelto insuperable.

Este asunto es muy fácil de enunciar cuando no se conoce la gama integracionista ni se sabe diferenciar, por ejemplo, el indigenismo, lo campesino, el cholerío, lo montubio o la negritud. Estas fuentes están en espera del extractor de esencias de los quehaceres de las gentes y de los numerosos dramas, cada uno lleno de especificidades aún no reveladas.

De todas maneras, se impuso una forzada tendencia que dogmatizó la temática citadina; en cierta forma los autores abandonaron lo que les sabía a rural. Y si bien en esta tendencia se han producido obras muy significativas, ninguna de ellas ha trascendido todavía con la fuerza con la que siempre ha trascendido lo rural que, por otro lado, sigue siendo la cantera inagotable para nuestra mejor literatura.

La saga de las novelas históricas

La investigación científica sirve de punto de partida para fantasear en torno a la realidad.

Con el valor agregado de la creatividad del autor (Pedro Reino) se entrega otra novela de las llamadas históricas. Se titula Mazorra, las Voces de Mil Calaveras. De este modo, se está formando una verdadera saga, necesaria y valiosa, que demuestra que en la vida no hay nada exclusivo ni excluyente.

Demuestra que todo es integrador y complementario, puesto que en la historia igual se entrelaza lo citadino con lo rural, lo bello con lo brutal. En esta obra toma como epicentro del testimonio narrativo, precisamente, un escenario rural paradisíaco, donde se asienta el Obraje San Idelfonso.

De sus lindes emanan inagotables las secuencias de acaparamiento de tierras vía ocupaciones, expropiaciones, concesiones, asaltos, incentivos, reconocimientos. En suma, turbios entramados que terminan en decisiones de la metrópoli o en los desordenados anaqueles de las escribanías, con lo cual  se forja el poder de unos pocos sobre las mayorías desposeídas.

La obra no tiene pretensiones de novedosa, ya que despojo y poder, como constantes universales, son categorías que en toda obra, si no son aludidas, al menos son insinuadas. Sin embargo, la originalidad va acumulándose magistralmente a medida que se multiplican escenarios, escenas y actantes.

Si bien la geografía es la base sustentadora del relato y permite el entramado, al final queda relegado a una mera utilería del montaje. Más allá de lo múltiple y diferenciado del paisaje, lo esencial es el afloramiento de personajes que dan propiedad o referencia al lugar donde comienza, continúa o termina una peripecia.

Así se pone al servicio del lector su propia muerte, para ello, la respectiva calavera, sin juramento de por medio, en vivo y en directo, testimonia su participación como víctima, victimario, intermediario, encubridor o testigo. Un ritmo diabólico y sangrante, a momentos, y en otros, deleite de autor mediante el poder creativo o recreativo.

Subraya las secuencias con halo de égloga complaciente, es decir una preciosa mixtura que debe caracterizar a toda historia que se precie, que no sea solamente narrada sino fielmente interpretada por el que la siente. Lo coloquial es un recurso muy importante y por ello sumamente socorrido en la estructura técnica de la novela. (O)

"Nos resistimos a comprender qué  es la identidad"

No hay discurso, debate o conversatorio en los que por agotamiento argumental terminamos por referimos a la identidad como si se tratara de una contraseña perpetua que diferencia al ser individual del resto de la especie. Nos resistimos a entenderla como la compleja y cinemática categoría que va generando pelos y señales de nuestra innovación y desarrollo. Esto de no entender debidamente la identidad nos lleva al estancamiento, felicidad de los colectivos poco dotados, convencidos de que ella no es sino otra forma de recuerdo entumecido en la pereza del ser que desconoce el deber ser.  Los múltiples componentes que serían punto de partida de nuestra identidad forman el telón de fondo diseñado con sutiles alusiones al pasado que no lo hemos superado y que, seguramente, por ello son las más pintorescas de la obra Mazorra... Entre todo lo brutal, se cuela el matiz descriptivo de los toros de pueblo, con banda típica, colchas, tablados, barreras y fritangas. Poniendo el marco macabro al indio que, como gladiador borracho, se le obliga a torear para satisfacer la bárbara atracción defendida con sentido de propiedad digno de mejor destino, o el desfile multiparticipativo, con carretas alegóricas, arcos de palmas y flores. (O)

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media