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Ecuador, 01 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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Danzas andinas de destierros y otros dolores

Las melodías que hicieron cantar y bailar a la patria

Son ellos, los que nos están bailando, los que saben bailar patria y testimonio, son ellos  los que salen al mundo  como susurros que se desprenden de esta tierra a  tomar los ritmos que se resbalan por nuestras miradas. Foto: Carlos Noboa
Son ellos, los que nos están bailando, los que saben bailar patria y testimonio, son ellos los que salen al mundo como susurros que se desprenden de esta tierra a tomar los ritmos que se resbalan por nuestras miradas. Foto: Carlos Noboa
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De pronto una bandada de trinos se posa sobre los escenarios. Abre sus alas la Memoria y flamea la Patria encendida en todos los colores del pasado y del futuro.

El presente es ahora una danza de tiucurpillas que sonríen a la vida y que escarban en el viento los caminos del sol y de la lluvia.

Bajan los ponchos de la cordillera y bailan los lomeríos repletos de misterio.

En un instante fabrican en nosotros la ruta del pajonal o del Capac-ñan. Por allí los curiquingues desafían las heredades del misterio para saltar de tiempo en tiempo, en el baile que va de la vida a la muerte.

En otro instante sentimos cómo el agua se hace música para poder humedecer nuestros recuerdos cargados de historias y leyendas.

Son ellos los que salen al mundo como susurros que se desprenden de esta tierra a tomar los ritmos que se resbalan por nuestras miradas asombradas por la luz y las cadencias. Érase cada vez que bailábamos, aquello que fuimos y no dejamos de ser. Somos ahora de nuevo, catedrales que bailamos subidas en los hombros de la vida.

Corona de plumajes de pavorreales cargamos para los recreos del arcoíris. Estamos cargando el ‘Ángel Huahua’ para que aprenda a volar por Huaira-ñan de loma a loma. El cabezal pesa lo que tiene de memoria: un rebaño con árboles y flores. La luna y el sol bailando en los espejos.

Las cucharas de plata y los aretes. El pasado esplendoroso ahora caído en bambalina y pacotilla.

Los danzantes
Los caminos del pasado bajan por los penachos multicolores, mientras los cascabeles imprimen una insistente memoria de búsqueda de los sonidos primitivos de plata, cobre y oro.

Ellos nos traen el pasado subidos en esos suecos o zapatones de palo endurecido por las pisadas sonoras de la persistencia sobre la tierra. Los danzantes son arquitecturas de piedra y de monedas. Ellos son ahora monumentos que bailan el esplendor. Llevan el alma hilada, bordada, empalillada, encortinada.

Con su máscara seria pueden entrar a cualquier casa, en cualquier tierra y en cualquier tiempo. Para eso sueña el bombo arrimado a su pingullo. Sueña y nos vuelve a hacer soñar. Vuelven los danzantes triunfantes de los combates, mientras otros están recorriendo las sementeras, desde el día de la siembras hasta el día de las cosechas.

Vuelven los danzantes a renacer en los escenarios con esa majestad de colosal arquitectura y ya no son solamente de Pujilí, de Saquisilí, de Guapante, Yatsil de San Andrés, de Salasaca, de Nitón, de Pasa-pungo y Tilibí. Ahora viéndolos más cerca, son herencia que vive cerquita de nuestra memoria.

Baila baila bailante; danza, danza danzante: la chicha, el champús y el runa-uchu son para ti porque bien vale tu esfuerzo y equilibrio.

Tushuri danzante hasta que la chicha destrone tu cabezal y vuelvas a la realidad después de haberte perdido en los espejos que hacías con el oro más fino para que se pudiera ver la cara, el sol.

El sol se ríe en los ojos de todos los que bailan. El sol se ríe de frente y de espaldas también en las fachalinas de las huarmis y en los ponchos de los longos que juegan con el viento a ser cometas regladas por Supay en la fiesta del Inti.

Es la fiesta de San Juan dijeron ellos a nuestra fiesta de Junio, cuando el sol baila y se ríe por las mazorcas maduras de todos los maíces; por las ocas dulces y las mashuas color de nube vespertina.

Y nos pusimos a bailar alegres por San Juan, aunque en el fondo sabemos que en el principio estamos adorando al Sol que puede ahora ser un Apóstol Viracocha de barba rubia y ojos de quinua que puede ver lo más pequeño.

Todo ritual tiene su música, repetían los mayores, o sea Amautas que saben lo que dicen. La alegría que ha de cosecharse como risa, tiene un canto cushi-cushilla. Y el taqui-cushilla, paso a paso fue trocándose en ritmo de sanjuanito.

En San Juan el diablo toca la guitarra para cantar al dios Sol. Las campanillas se ríen en todas las espaldas. Las caretas congelan los asombros. Los toros salen a las comparsas de San Juan con flores en sus cuernos. Oyendo tanto griterío en los riscos de los Andes, vinieron de ultramar a roturar la tierra para hacerse cosa nuestra, huagras nuestros, maestros fuertes del timón, la reja y las coyundas. Y nos hermanaron en los yugos pasados, presentes y futuros.

Los yaravíes
El yaraví duele adentro de la lágrima. Resbala por los ojos de la historia y cae al pecho de los hombres con corazón de tierra.

De tanto llevar sobre los hombros el sufrimiento, de tanto contemplar la agonía de los hijos, hemos aprendido a querer el dolor hecho canto. Las tórtolas gimen las ausencias y resbala de sus plumas una llovizna de trigos doloridos, recién pisoteados en las eras.

También es yaraví el aullido del perro que olfatea el alma de los muertos que vuelven por las tardes a desovillar los sueños de los cadáveres. Y es yaraví el rebuzno del asno que en el campo sabe dar las horas de la pena, igualada con la hora de anónimos cansancios.

Cuando la tristeza aleteaba en las dulzainas de los cóndores, el yaraví subió sobre los Andes para aliviar los destierros del indio. “De esta tierra ya me voy, a esta tierra he de volver…” es un yaraví espiral que duele en el espejo de las generaciones desterradas.

Entonces, todas las vidas se vuelven hojas secas que van rodando en el mundo. Pero una cosa es rodar con suerte y otra, con la desgracia, con soledad, con el danzante desterrado al que le “preguntan de dónde soy, y no sabe qué responder, porque de tanto no tener nada, no tiene de dónde ser”.

Rondador: Tócame también por este lado, que soy costilla flaca de mis indios. Tócame debajo de mi carne, y escucharás mi melodía de hambre. Tócame en el carrizo de mis huesos y gemirá este graderío de aire clavado en mis adentros. Tócame un yaraví, que tengo un vacío en mi costado. Entóname un danzante de combate para que suene el ala de mi cóndor que es el último rondador que va en el aire.

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